Cuando se analizan las economías de los países de una determinada región del mundo se corre el riesgo, con frecuencia, de considerar más o menos homogéneas realidades que son bastante diferentes. Y en un grado mayor aún ocurre esto cuando el objeto de estudio son las políticas económicas. Países de la misma zona y características similares pueden aplicar políticas muy distintas. Y esto, en el largo plazo, acaba produciendo diferencias significativas en sus niveles de desarrollo y bienestar.
Hay muchas formas de analizar, de forma comparada, las políticas económicas. Una de ellas es utilizar los índices internacionales de libertad económica, que nos permiten ver cómo los distintos países –o las diversas regiones en los índices que analizan las estrategias económicas de las entidades subnacionales- regulan su actividad económica y sus cuentas públicas. La reciente aparición de la última edición del índice de la Heritage Foundation (2015 Index of Economic Freedom) nos ofrece la oportunidad de obtener una visión global de lo que está sucediendo en los países americanos de habla hispana.
El índice de la Heritage Foundation clasifica 178 países del mundo en cinco categorías: libres, básicamente libres, moderadamente libres, básicamente no libres y reprimidos. En la primera categoría se encuentran sólo cinco países, ninguno americano. Si pasamos al siguiente nivel, encontramos dos países de habla hispana: Chile y Colombia. Entre los moderadamente libres –categoría en la que está, por cierto, España– aparecen nueve países de Hispanoamérica: Uruguay, Perú, Costa Rica, México, El salvador, Panamá. Paraguay, República Dominicana y Guatemala. Dos son sólo las naciones de lengua española entre los países básicamente no libres: Nicaragua y Honduras. Pero –y esto es lo más preocupante del estudio- en el grupo de los países reprimidos hay cinco naciones hispanoamericanas: Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela y Cuba. Dejando a un lado el caso de Cuba, que tradicionalmente ocupa en estos índices el penúltimo lugar, sólo superada por Corea del Norte en lo que se refiere a falta de libertad económica, llama la atención el deterioro de países como Venezuela –que ocupa el puesto 176, inmediatamente delante de Cuba- y Argentina, que se encuentra en el 169, a la altura de la República Democrática del Congo y sólo dos puestos por delante de Irán.
Estos índices son, sin duda, instrumentos muy útiles para el estudio de las políticas económicas que se aplican hoy en el mundo; pero hay que preguntarse si los datos confirman la visión que de ellos se obtiene. Y lo cierto es que puede encontrarse una correlación clara entre la evolución de la economía de un país y la posición que ocupa en el índice. No es sorprendente que Chile haya sido, durante muchos años, la nación de mayor éxito en la región; o que Colombia prospere y se haya convertido en un foco de atracción para la inversión exterior. En el lado contrario, la relación que existe entre las malas políticas de Venezuela o Argentina y la difícil situación de sus economías deja lugar a pocas dudas sobre el hecho de que la segunda es efecto directo de las primeras. Se trata de dos países con grandes recursos naturales, que disfrutaron además, de un largo período de precios altos para sus materias primas de exportación. Pero la mala gestión puede arruinar a cualquier país, por rico que éste sea.
Es importante señalar que algunas de las políticas económicas más importante sólo producen efectos una vez que ha transcurrido cierto tiempo desde el momento en el que comenzaron a ser aplicadas. Por ello, el deterioro de la libertad económica en una nación puede empezar a tener consecuencias algunos años después de que un gobierno decida controlar su economía en mayor grado. Un caso de estudio interesante podemos encontrarlo en el Chile de los próximos años. Al ocupar el puesto 7 en el ranking mundial, este país se sitúa hoy en una posición envidiable en muchos sentidos. No ha llegado a ella, ciertamente, de un día para otro, sino que es el resultado de políticas liberalizadoras implementadas a lo largo de muchos años. Existen, sin embargo, en la actualidad dudas con respecto a su evolución futura. Michelle Bachelet fue elegida presidenta para un segundo mandato en marzo de 2014 y su programa plantea algunas inquietudes con respecto a sus efectos futuros sobre la economía chilena. Es cierto que Bachelet ya fue presidenta en el período 2006-2010 y que en esos años mantuvo las reformas realizadas por anteriores gobiernos y que Chile continuó con la política económica que venía aplicando desde los años 70. Pero el programa electoral con el que se presentó a las últimas elecciones introduce cambios significativos, en especial en lo que se refiere a la regulación y al gasto público, que algunos economistas consideran que pueden frenar el desarrollo económico del país. Sólo después de algunos años podremos ver sus efectos.
En resumen, América Latina continúa siendo un continente dividido en lo que a la política económica hace referencia. Algunos países seguirán prosperando y siendo un lugar atractivo para la inversión internacional. Otros, en cambio, tienen un futuro bastante oscuro. Los responsables tienen nombres y apellidos.