Faltan unos pocos meses para cerrar el borrador definitivo de la Política Agraria Comunitaria perder en marzo de 2019 a un contribuyente neto como Reino Unido; la escalada en las amenazas internacionales de guerra comercial en el eje Asia-Pacífico, y el cumplimiento de los compromisos de la UE sobre los subsidios a las exportaciones, barreras no arancelarias y el actual trato de favor al sector agropecuario a través de la PAC.
Respecto al futuro de la política agraria tras el brexit, el comisario de Agricultura, Phil Hogan, ha asegurado que habrá suficiente financiación para cubrir el hueco que deje Reino Unido, que, en 2016, aportó, en términos netos, 5.708 millones de euros. Sin embargo, dado que la política agrícola en el presupuesto comunitario supone un 40% de su gasto total no financiero, será necesario bien recortar otras partidas, bien acudir a la colaboración públicoprivada, bien a una cofinanciación con los estados miembro.
Esta última posibilidad supondría la ruptura del mercado común, dado que los países con mayor capacidad financiera podrían subvencionar más y mejor a sus agricultores. Este es el caso de los mayores contribuyentes netos al presupuesto: Alemania, Francia y Reino Unido.
Sin embargo, otros países preferirán no subsidiar de modo extra la agricultura porque invertir en la industria puede ser más rentable. El riesgo que entraña dejar caer el sector primario en países cuya población está dispersa es que la gente deje el campo, como muestra el estudio “La despoblación rural en España”, de Luis Torras y Javier Santacruz.
Atendiendo al porcentaje empleado en agricultura de los fondos comunitarios recibidos por cada país, Luxemburgo (3,3%) y Bélgica (8,13%) son los que destinan menos dinero, ya que cuentan con un territorio reducido no especialmente apto para el cultivo. En el extremo contrario se sitúa Irlanda, cuya tradición agropecuaria hace que hasta un 80% de sus aportaciones se dirijan a este sector. Le siguen Dinamarca y Austria, superando ambas el 70%.
Esta disparidad se vería reflejada en el caso de que finalmente se produjera esa hipotética ruptura de la unidad del mercado comunitario. Esta tendría un gran impacto en el equilibrio de fuerzas europeas y también en los agricultores, a quienes afectaría la nacionalidad que ostente la tierra que laboran.
Ensombrece este panorama la amenaza de guerra comercial. Hasta el momento, los amagos de Estados Unidos de imponer aranceles a productos europeos no se han materializado. A pesar de ello, Hogan ha hablado de los beneficios de firmar tratados multilaterales de libre comercio, cuando la estrategia dominante, impulsada por China y secundada por Estados Unidos, es la de suscribir acuerdos bilaterales. Esto sería un indicio de que el comisario europeo está optando por no poner todos los huevos en la misma cesta.
¿Simple prudencia o ha llegado la hora de empezar a preocuparnos?