En repetidas ocasiones a lo largo de la Historia, el mercado de divisas ha protagonizado el estallido de importantes crisis económicas y financieras ligadas a crecientes e insostenibles desequilibrios, tanto a nivel país como de zona económica. Una vez más, este patrón se vuelve a repetir en Turquía, donde el sell-off masivo de la lira es la consecuencia de décadas de acumulación de riesgos derivados de políticas económicas y monetarias fuertemente expansivas y un deterioro acelerado de las instituciones, tanto económicas como políticas, que han convertido al que hasta hace muy pocos años fue un firme candidato a entrar en la Unión Europea en una república islamista y de corte dictatorial.
Turquía importa, y mucho, a una economía europea acosada por numerosos frentes, al que se añade algo que puede ser más que una tormenta veraniega. Aparte de la exposición del sector financiero europeo en la región otomana, Turquía es especialmente relevante para Europa por ser el principal lugar de paso del tráfico de materias primas con destino a Centroeuropa provenientes de Asia Central y, por si fuera poco, en términos geopolíticos, una de las escasas barreras con las que cuenta Europa para contener los conflictos de Oriente Medio y la constante amenaza rusa. La pertenencia de Turquía a la OTAN hasta ahora ha servido para contener al terrorismo islamista y las llegadas masivas de inmigrantes que huyen de los conflictos bélicos en la región.
En primer lugar, los intereses financieros de Europa comprometidos en Turquía son ciertamente elevados. Con datos del primer trimestre de 2018, el sistema bancario más expuesto a la economía turca es el español -casi en su totalidad copado por BBVA y su filial turca Garanti- por un importe de 82.300 millones de dólares. A mucha distancia se sitúa Francia con 38.400 millones, Reino Unido (19.200 millones), Alemania (17.100 millones) o Italia (16.900 millones), entre otros. Pero además hay que sumar la tenencia de bonos turcos por parte de bancos, sobre todo franceses e ingleses, los cuales acumulan en sus balances 64.300 millones de dólares, según los datos del Banco Internacional de Pagos de Basilea.
En segundo lugar, Turquía juega un papel clave en el tráfico de materias primas, siendo un lugar de paso natural desde hace siglos entre un gran consumidor energético como es Europa y una zona productora con enormes reservas como es Asia Central. Con datos de 2016, la región turca es un enclave estratégico petrolífero y gasista por donde pasan cada día cerca de 2 millones de barriles de petróleo por dos de los oleoductos más importantes del mundo, dos terminales de gas con capacidad de 490.000 millones de pies cúbicos y una capacidad de refino de 663.000 barriles de crudo diarios -datos publicados por el Departamento de Energía de EEUU-.
En tercer lugar, es necesario examinar los riesgos económicos y financieros de la situación actual. Si bien el detonante ha sido 82.000 millones de dólares anuncio por parte de la Administración Trump de imponer sanciones económicas internacionales a dos ministros turcos de la máxima confianza del presidente Erdogan -colocar a su yerno Berat Albayrak como ministro de Finanzas tampoco es una buena señal-, numerosos son los desequilibrios acumulados que han provocado una explosión descontrolada con las peores instituciones políticas. Éstas están encabezadas por un presidente que se niega a implementar reformas económicas de calado y que no tiene reparos en violar la independencia de su Banco Central para continuar con una aberración, como es responsabilizar a la subida de tipos de interés del incremento desbocado de la inflación.
La subida del tipo de referencia al 17,75 por ciento nominal no es ni mucho menos suficiente para controlar dos “caballos desbocados” como son la tasa de inflación cuya estimación ha escalado hasta el 13,4 por ciento y un crecimiento explosivo de la oferta monetaria perpetuado a lo largo de los años. Desde 2008, el agregado monetario más ancho crece un 17,47 por ciento en promedio anual acumulativo, muy por encima del crecimiento nominal de la economía. Un crecimiento tan exagerado del crédito ha provocado una espiral de inflación-deuda de la que ahora es complejo escapar, teniendo además un fuerte déficit en sus cuentas exteriores (5,5 por ciento del PIB).
En definitiva, es necesaria una acción contundente por parte de la autoridad monetaria que cuenta todavía con 74.035 millones de dólares en reservas de divisa extranjera para salir a defenderla al mercado. Una subida de 500 puntos básicos en el tipo de referencia podría ser una posibilidad, sin embargo, la piedra angular de las actuaciones del Banco Central pasa inexorablemente por recuperar la credibilidad y reputación de la que ahora no goza y que es básico para que los inversores recuperen la confianza en el país.
Tal como afirmaba el propio Trump en la última cumbre de la OTAN, Turquía no es el único problema que afronta la Alianza Atlántica. El otro miembro de la ecuación es Rusia, de la cual Turquía depende enormemente. El 52,5 por ciento de las exportaciones turcas van a parar a Moscú, aproximadamente un 6 por ciento del PIB. Al igual que ocurrió con Chipre, Europa afronta una nueva crisis donde Rusia vuelve a ser un tapado preocupante.