La rocambolesca situación del BBVA con una historia entre una película de Torrente y otra de la legendaria TIA de Mortadelo y Filemón es uno de los espectáculos más lamentables del mundo económico, empresarial y financiero de esta singular y atípica España. La reputación de un banco sistémico, cotizado en los mercados bursátiles internacionales y ubicado en un estado desarrollado ha sufrido un deterioro brutal como consecuencia de una lamentable gestión de un presidente-ejecutivo que la ha gobernado de manera muy mejorable. Ni en términos de resultados ni éticos, la gestión de FG pasa el aprobado.
Cuando accedió a la presidencia del BBVA, este banco era mayor y presentaba tasas de rentabilidad para sus accionistas similares o superiores a las del Santander. Dos décadas después, BBVA es menor que el banco de origen cántabro y ha producido una pérdida de valor para sus accionistas que no se justifica por la evolución del ciclo económico y financiero español y global. Es el resultado de una mala administración de la que es responsable su máximo ejecutivo cuyo conocimiento de la banca comercial era escaso cuando accedió a la cúpula de la entidad financiera. Formó parte de un singular reparto de cromos entre los partícipes de un singular club de amigos.
En su rocambolesca trayectoria, FG recibió el soporte de gran parte de la opinión pública ante el intento de asalto al poder, perpetrado por el Gobierno socialista, por la Sacyr de Luis del Rivero, lo que hubiese convertido el banco en una reproducción de Rumasa en la antesala de la Gran Recesión. Pero, en definitiva, ese conflicto respondía a la misma lógica que llevó a FG a la cúpula del BBVA: la injerencia del poder político en las grandes compañías y entidades financieras del país con un desprecio absoluto a los intereses y deseos de los accionistas; una singular y personal batalla por el poder y por el dinero.
A raíz de su victoria sobre Del Rivero-Sacyr y tras la liquidación previa de cualquier representación de los accionistas del BBVA en su estructura de Gobierno, FG creó con salvadas excepciones un consejo de administración de “independientes” elegidos por él, y responsables ante él, que recibieron durante años unas lucrativas remuneraciones. Se produjo un clásico problema de agencia en el que la tecnocracia del banco se apropió de los beneficios a costa de los accionistas, cuya rentabilidad ha sido magra en los últimos dos decenios. Existen pocos precedentes de una situación de esta índole en un banco sistémico y cotizado. Para completar este panorama todo parece indicar la existencia de una cutre trama de espionaje cuyos objetivos no es preciso señalar. Para más inri, esa política tiene los tintes propios de un país tercermundista con una conjunción de actores públicos y privados característicos de una república bananera. Que una gran entidad financiera de la OCDE recurra a procedimientos como los, en apariencia, empleados por el expresidente del BBVA es un hecho moral y, probablemente, legal inaceptable. Es un comportamiento incompatible con las reglas básicas de funcionamiento no ya de un banco o de una economía de mercado, sino de una sociedad civilizada con unas mínimas normas éticas.
En este contexto, la realización de una investigación interna para aclarar lo sucedido y las hipotéticas irregularidades del antiguo presidente del BBVA es controvertida, sobre todo cuando quien la promueve, el nuevo presidente del banco, dice que tiene una confianza absoluta en la actuación de su antecesor. En su caso, el BCE como supervisor ha de impulsar esa iniciativa.
Dicho lo anterior, los grandes accionistas del BBVA han tenido una considerable dejación de funciones. Sin duda, ellos no podían conocer la presunta trama corrupto-policial supuestamente desplegada por el presidente de la entidad, pero sí tenían una responsabilidad clara de evaluar y censurar la muy mejorable gestión llevada a cabo por él. La cotización bursátil del banco, con independencia de la volatilidad que se ha producido durante estos años, apuntaba una clara trayectoria declinante y no se produjo jamás reacción crítica alguna de sus accionistas de referencia ante la marcha de la entidad. Por acción u omisión, los grandes inversores no realizaron un control efectivo de la administración de FG.
Ahora, el escenario es preocupante. Un banco sistémico está bajo sospecha de malas prácticas realizadas por el que fue su máximo ejecutivo. Esto tiene su origen en una gobernanza corporativa al servicio de quien ostentó el poder en el BBVA durante años. Ello sitúa al BBVA en una posición complicada desde una óptica reputacional; esto es, de los criterios elementales de la ética de los negocios. Además, esto ocurre en un escenario de inestabilidad e incertidumbre económico-financiera en la que la reputación es una variable fundamental.
El BBVA ha de aclarar a velocidad de vértigo su peculiar caso y depurar las responsabilidades civiles, mercantiles o penales que sean necesarias. Ni sus empleados ni sus accionistas ni sus clientes se merecen este vergonzoso espectáculo protagonizado por uno de los grandes bancos de España. La banca se sustenta en la confianza y la suministrada en estos momentos por el BBVA es manifiestamente mejorable. Por tanto, hay que actuar y aclarar los hechos de inmediato. De lo contrario, el sistema bancario y el conjunto de la economía española pueden verse afectados de manera negativa.