¿Quién es Albert Guivernau? Según tu formación, Doctor en Economía. ¿Es esta disciplina tu máxima vocación?
Soy un economista preocupado por la política, el funcionamiento del estado y la capacidad de la sociedad para propiciar la prosperidad de cada una de las personas que la conforman. Siempre me ha apasionado la economía, que junto a la educación y la política es uno de los grandes motores que hacen avanzar a las comunidades. Por eso, en muchos momentos de la vida, estas tres pasiones se han cruzado en mi camino.
Una Fundación como Civismo enlaza perfectamente con estas tres pasiones con la defensa de la Libertad. Libertad económica, política, educativa y libertad de expresión son cuatro de los ejes de actuación de la Fundación y elementos que pueden ejercer de tracción para el avance de la sociedad en su conjunto y de cada individuo en particular.
Te incorporas a la Fundación Civismo para trabajar en una misión muy sugerente a la vez que, en ocasiones, inverosímil: intentar regenerar la cultura occidental. ¿Qué sucesos crees que han determinado esta problemática?
En primer lugar, más que regenerar la cultura occidental es necesario proteger los cimientos que fundamentan la civilización occidental. La libertad se ha conquistado intelectualmente, desde la razón. No aparece en todas las culturas y no debe darse por algo que permanezca en el tiempo sin que ello requiera su promoción y defensa. El respeto a todos y cada uno de los individuos tampoco es algo que deba darse como estable. Es imperativo defender, practicar y hacer practicar ese respeto hacia la persona en su conjunto y hacia sus bienes.
Hay que defender la libertad como motor de progreso y prosperidad de los pueblos y, a la inversa, señalar la falta de libertad como camino seguro hacia la decadencia y la miseria.
En cuanto al contexto político, social y económico en España, ¿qué opinas?
El contexto económico no es bueno. España afrontó una crisis económica derivada de la pandemia cuando aún no se había recuperado de la crisis de 2008. En 2008 la tasa de paro se situaba alrededor del 8%, en 2020 era del 13,4%, la deuda pública se situaba alrededor del 40%, mientras que en el estallido de la pandemia era del 100% del PIB; y el PIB nominal de 2008 no se había recuperado hasta 2016, ocho años después. Así pues, la crisis económica derivada de la pandemia llegó cuando aún no se había recuperado de la de 2008. Y desde la aparición en nuestras vidas de la Covid-19 la situación no ha mejorado. La tasa de paro sigue siendo de las más elevadas de la UE, la deuda pública también se ha disparado y la política laxa de impresión de dinero y tipos de interés bajo ha traído una inflación persistente y un encarecimiento del crédito, contribuyendo así a la caída del consumo y la reducción de la inversión.
Además, a este contexto económico se suma un contexto político nada dado a la estabilidad. Han proliferado las figuras impositivas y se han incrementado las ya existentes, siendo España una de las sociedades dónde los agentes económicos deben realizar un mayor esfuerzo fiscal para satisfacer sus obligaciones con el Estado y los diferentes niveles de Gobierno. Y en el plano jurídico se han sembrado los cimientos para un nuevo pulso al Estado, esta vez sin que exista el delito por el que fueron condenados y habiendo sido indultados (y quién sabe si amnistiados) sin haber pedido perdón ni mostrar el mínimo rasgo de arrepentimiento. Si se vuelve a producir una situación como la de 2017, el Estado se ha quedado muy desarmado. Un supuesto nada inverosímil y que, sin duda, generaría mayor inestabilidad política, ahuyentando a inversores, empresarios y creadores de puestos de trabajo no público.
En el plano de la libertad individual nuestro país tampoco vive sus mejores momentos. Existe una real cultura de la cancelación que trata de invisibilizar la existencia de disidentes que no se sumen a los postulados oficiales. Una suerte de ley del silencio que, sin duda, reduce nuestra calidad democrática.
En definitiva, el panorama no es bueno para la sociedad española, pero a su vez hace más necesario que nunca el papel de Civismo como defensor de la libertad para prosperar la igualdad entre todos los españoles
¿Somos menos libres que nunca?
No es que seamos menos libres que nunca, es que se han reducido los espacios de libertad y se ha desincentivado su uso. Es más fácil dejarse llevar por la corriente dominante, dejar que las administraciones públicas sigan aumentando la población que vive directamente del Estado, ya sea por ser empleados públicos como por recibir algún tipo de subsidio o subvención. Se tiende a una sociedad adormecida y subvencionada, sin incentivos para tener aspiraciones profundas o deseos de innovar o emprender. Se ha instalado un mantra por el que, si uno no quiere tener problemas en casa, con los amigos o en el trabajo, es mejor que no piense por sí mismo, que no tenga ideas, que no disienta. Una sociedad es menos libre cuando alguien deja de decir algo por miedo a que alguien se ofenda, o cuando alguien se ofende por el simple hecho de que alguien piense diferente a él.
¿Qué esperas conseguir en esta nueva etapa en Civismo?
Lo que espero es algo ambicioso, presentar la libertad como una idea atractiva para los jóvenes, palabra transformadora de la sociedad, y hacerlo por tierra, mar y aire; a través de eventos, colaboraciones en prensa, estudios, seminarios y artículos. Una idea que durante muchos años ha conformado el sustrato de identidad inherente a la cultura occidental y que hoy está en peligro. La libertad, en España especialmente, requiere ser defendida y promocionada. El ejercicio de la libertad que, por otro lado, suele estar ligado al logro de una vida plena, la prosperidad de las familias y pueblos, y a la felicidad del individuo.