Resulta patético que la mejor intelectual del Congreso de los Diputados haya sido destituida como portavoz de su partido. Una vez más, la sentencia atribuida a Alfonso Guerra en 1982: «El que se mueve no sale en la foto», se ha cumplido. Hoy son los aparatos de los partidos los que deciden qué es lo correcto que se puede manifestar. El establishment de las formaciones políticas, se arroga el derecho de imponer el pensamiento único a todos sus cargos electos y establece que, el que tenga ideas propias, mejor que se quede en casa. ¡Qué pena! Ese conjunto de funcionarios de los partidos, que con frecuencia no ha destacado por sus méritos profesionales antes de entrar en la política, no admite el debate de las ideas, ni valora la generación de valor de integrar planteamientos distintos. Estos directivos son conscientes de que admitir la variedad cuestionaría s control, su poder. El desprecio de la variedad de enfoques, propio de un proceder dictatorial, es práctica habitual en el modo de hacer política que se ha impuesto en nuestro país. ¡Así nos va!
Cuando Pablo Casado, toda una buena persona, nombró a Cayetana Álvarez de Toledo de portavoz del Partido Popular se encendió una chispita de esperanza acerca del modo de hacer política. Si ustedes consultan Wikipedia comprobarán los impresionantes méritos de esta gran mujer. Particular admiración me causa su visión preclara acerca de la batalla de la cultura porque, si n se gana tampoco se avanza en las nobles causas que se defienden.
Por ejemplo, el modo de entender la feminidad, lejos de un igualitarismo radical que despoja a la mujer de las diferencias que más la potencian. El complejo de inferioridad que padece el centro derecha español, unido a la supuesta, aunque falsa, superioridad moral que se atribuye a la izquierda, procede de que ésta ha conseguido imponer la mentira de su relato. Abandonar la pelea de las ideas provoca que el propio discurso lo imponga el rival político. El contubernio que nos gobierna es el gran vencedor en la salida de Cayetana, porque consigue que el Partido Popular haga más mediocre su discurso.
Tras estas consideraciones generales, deseo referirme a los gestos de aprecio que Álvarez de Toledo ha tenido con Navarra. La primera vez que Civismo trajo a Cayetana a Pamplona fue hace 4 años para pronunciar la conferencia: Ante la crisis, más razones y menos emociones. La ponente denunció la amenaza porque supone el auge de los populismos porque «convierten las bajas pasiones en fuentes de legitimidad».
La segunda ocasión que vino Cayetana fue el año pasado, compartiendo el escenario de Baluarte con el Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Ambos demostraron cómo el nacionalismo excluyente coarta el ejercicio de la libertad y frena el aperturismo de una región. Defendió que el reagrupamiento de partidos es útil para hacer frente al desafío nacionalista. Señaló que «sólo los que entienden profundamente la naturaleza reaccionaria, tribal, xenófoba, antiliberal y destructiva del nacionalismo, han comprendido a fondo lo que nos jugamos los españoles y los europeos, han tenido la grandeza de sumar fuerzas». Recuerdo, que Cayetana llegó al restaurante pasadas las tres de la tarde y, sin apenas probar bocado del almuerzo que estaba dispuesto, prefirió acudir a Etxarri-Aranatz, para apoyar a Manuel Leal, un candidato constitucionalista a las elecciones a la alcaldía. Cuando llegó a la villa, un grupo de radicales habían esparcido estiércol y la recibieron con insultos llamándola fascista. Creo que quienes valoran la democracia agradecerán siempre la valentía con que Cayetana defendió la libertad de los navarros y les dolerá su injusto cese en la política nacional.