Paul Krugman comienza su regular columna en el New York Times del martes contando que ha estado en Atenas y bastantes dirigentes griegos, en lo que parecería superficialmente un ejercicio de masoquismo, le han preguntado si el creía que los gobiernos europeos querían que Grecia se rompiera la crisma en las negociaciones que ya aburren a la prensa internacional y que exasperan a alguno de los negociadores.
Más de un político griego y Krugman, les da implícita y parcialmente la razón, deduce que hay gobiernos en Europa que quieren penalizar a Grecia no porque sea mal pagadora sino porque ven con horror la posibilidad de que un gobierno claramente de izquierdas se asiente con firmeza en un país europeo. Su batacazo sería un aviso de navegantes para otras experiencias en nuestro continente, es decir si se vota a radicales de izquierda usted se dará un batacazo.
La teoría es tentadora. Hay muchos políticos europeos que darían cualquier cosa por que grupos como nuestro Podemos u otros similares en el continente no se vena alentados sino puestos en evidencia a través de su colega Syriza. Las comparaciones no pueden ser fieles, los griegos han triunfado claramente en las elecciones, en aquel país los sacrificios exigidos a la población, 24% de recorte medio en los salarios, no tienen ningún parangón con lo experimentado en España, Francia o Portugal, pero es obvio que todo lo que ayude a desprestigiar la experiencia helena puede influir en restar votos a partidos afines europeos. Menos de lo que algunos creen aunque todo cuente.
Los griegos deben estar deshojando la amarga margarita, dado que las negociaciones se alargan y siguen sin un euro para pagar pensiones etc…, de si intentan pagar los préstamos del exterior a tiempo, algo harto difícil, o si les interesa más dejar de pagar y en consecuencia ya no obtienen más financiación. Pueden calcular que Europa está faroleando y que, al final, no se puede permitir dejarlos en la estacada y que salgan del euro como insinúa el ministro alemán de finanzas.
Sin embargo, como en el pasado, los griegos son víctimas de una situación que hace materialmente imposible que puedan pagar toda su deuda pero no parece que ellos colaboren del todo a solucionar el problema. No es ya que remoloneen excesivamente en aplicar las medidas que les piden sus acreedores, vacilaciones comprensibles al contar con una población algunas de cuyas franjas están al límite del sacrificio, es que han enfocado a menudo esa negociación de una forma chulesca no exenta de arrogancia. Diplomáticos alemanes y miembros de la Comisión de Bruselas cuentan ya sin pudor que los griegos acudían a las reuniones de la denostada troika con una actitud desafiante y escasamente constructiva lo que produjo una irritación prácticamente visible en sus interlocutores. Los enviados helenos parecían culpar de su penosa situación no sólo a sus predecesores sino también a los integrantes de esa troika de la que esperaban angustiosamente la ayuda. Alguien ha comentado que si necesitas una hipoteca y llegas con reproches y cara de pocos amigos al banco que te la ha de conceder has empezado con mal pie. El victimismo, por otra parte, tiene sus límites. Los griegos tampoco parecen entender que puede que haya gente que suspire porque se rompan la crisma, seguro que sí, pero que es lógico que gobiernos en apuros, como el nuestro, que se han tenido que apretar el cinturón para ayudar a Grecia, tengan remilgos a la hora de aprobar que se les siga apuntalando si ellos mismos no ponen nada de su parte.
Y ciertos datos que llegan de la alegría de los griegos no son entusiasmantes. El Francés Le Monde publicaba estos días que hay quejas en Francia por el elevado sueldo de los diputados, 7.100 euros al mes. No está mal porque tienen otras ayuditas. Pero imaginen que diputados están por encima de los franceses, los de Alemania, por supuesto, 7.688. Pero ¿quién se encuentra a la cabeza? Sí, sí, los griegos: 8.500 euros