Empezamos a parecernos a Estados Unidos. Los Ministerios de Asuntos Exteriores de ambos países tienen paralizada la cobertura de unas cuarenta Embajadas. La cifra no es despreciable.
Las razones de la demora divergen. Allí la causa es estrictamente política. Los nombramientos de Embajadores deben ser confirmados por el Senado y los padres de la patria vienen haciendo remilgos a las propuestas de Obama. El candidato republicano Cruz viene por ejemplo poniendo la proa a una competente señora estrictamente porque fue ardiente defensora de algún aspecto de la política exterior de Obama. Entre nosotros la razón es otra, los nombramientos no pasan por las cámaras legislativas, aunque ahora Pablo Iglesias parece exigirá a Pedro Sánchez la potestad de tener el veto para el nombramiento de nuestro representante en Washington. El frenazo español obedece a que el ejecutivo no ha querido desde que se aproximaba la cita electoral hacer nombramientos en el exterior que pudieran “molestar” al gobierno entrante. Las Embajadas siguen estando cubiertas por un titular, mientras en el caso de las yanquis tienen al frente a un Encargado de negocios, pero el hecho es que el pudor a hacer nombramientos incluso en Embajadas de segundo orden, algo exagerado a mi juicio, se ha instalado en nuestra práctica. Hasta aquí llega la politización.
Politización que en Estados es muy acusada en algo más importante, el nombramiento de los magistrados del Tribunal Supremo. La muerte en días pasados del brillante y conservador magistrado Antonin Scalia lo pone de manifiesto. El Supremo yanqui está profundamente dividido. En muchos casos del pasado reciente y en cuestiones de calado la votación, tiene 9 miembros, ha resultado 5-4. No ha sido infrecuente que en un cierto número de sentencias un miembro del sector conservador se haya pasado al lado progre, por ejemplo el presidente del Tribunal John Roberts en la aprobación de la legalidad de la reforma sanitaria de Obama. Con todo, la muerte de Scalia deja a los dos bandos empatados, cuatro contra cuatro, y empiezan, entonces, los problemas.
Si Obama propone a un progresista, el Senado, dominado 54-46 por la oposición republicana, se inclinará a vetarlo. El líder de la mayoría republicana Mitch McConnell ya ha anunciado que Obama debería abstenerse, el nombramiento debería hacerlo el próximo presidente para que el pueblo americano tenga voz en el asunto. El argumento es claramente partidista, pedirle al presidente del país que se abstenga de hacer ese nombramiento faltando casi un año para la toma de posesión de su sucesor suena a política pura. Qué duda cabe, con todo, que Obama tendrá que tentarse la ropa. No actuar sería una cobardía, parecería que está amordazado y que los republicanos han secuestrado hasta el Tribunal Supremo. Nombrar a una persona claramente de izquierdas equivaldría a un batacazo en la Cámara legislativa. Para salir del atolladero, el presidente debería o proponer a una persona del centro o escoger a un senador lo que haría más difícil que sus colegas lo vetaran. Un candidato que suena es el magistrado del Tribunal de apelación del Distrito de Columbia Sri Srinivasan que no han cumplido los cincuenta, que emigro con su familia a Estados Unidos hace unos cuarenta años y cuya nominación para el cargo que ocupa ahora tuvo el apoyo de 97 senadores.
Ante el Tribunal Supremo hay varios asuntos de gran importancia: si los trabajadores del sector público deben pagar cuotas a los sindicatos aunque no sean miembros, la forma como se diseñan los distritos electorales, si el presidente puede detener la deportación de millones de inmigrantes ilegales que decrete un Estado de la Unión etc…