La maldición de ser director gerente del FMI
20 de abril de 2015
Por admin

El Banco Mundial o cualquier otro banco de desarrollo tiene un presidente. La Organización Mundial del Comercio (OMC), un director general. Pero el Fondo Monetario Internacional, que es, de lejos, la institución más importante de Bretton Woods, solo tiene un ‘director gerente’.

Es un mal síntoma. ¿Solo director gerente? ¿Por qué? Hay una teoría, que probablemente no sea cierta, entre los funcionarios del Fondo, y es que Estados Unidos no quiso que el cargo tuviera demasiada relevancia.

La razón es que el FMI iba a ser dirigido por un estadounidense: Henry Dexter White. Él había sido el principal negociador de ese país en la Conferencia de Bretton Woods, en la que se sentó el orden económico que aún hoy sigue vigente en el mundo, al menos hasta que China tenga una divisa equiparable el dólar (Pekín está dando los primeros pasos para reordenar el equilibrio de las instituciones económicas mundiales, pero aún le queda mucho).

El caso es que White resultó ser un espía soviético. Aún no se sabe a ciencia cierta, pero sí parece que tenía simpatías hacia Moscú y quería integrar de alguna forma a la URSS de Stalin en el orden económico de la posguerra (¡los hay con moral!) Fuera cual fuera su motivación, hay evidencias de que estaba pasando documentos a la Unión Soviética. White fue citado a declarar en 1947 ante el Comité de Actividades Antiamericanas, y murió de un infarto fulminante tres días después. Una casualidad, desde luego. John LeCarré no lo hubiera hecho mejor en sus novelas.

Y luego dicen que la economía es aburrida.

Así es como el FMI acabó siendo dirigido por los europeos: porque el candidato de EEUU, que es quien manda en el Fondo, era un espía de Stalin. El puesto que el presidente Harry Truman tenía para White acabó yendo al belga Camille Gutt, que pasaba por allí.

Y ahora los europeos estamos haciendo un excelente trabajo a la hora de dinamitar nuestra presencia en el Fondo. Porque esa institución parece ser como una especie de condena. Ninguno de sus últimos cuatro directores gerentes se ha ido de ella con la cabeza alta. El francés, socialista y católico Michel Camdessus dimitió de forma inesperada en 1999, después de la crisis asiática y la suspensión de pagos rusa. Su salida nunca se explicó bien. Y es que el FMI sabe guardar sus secretos.

Cuando Camdessus se fue, Francia llevaba 30 de los 51 años de la institución con un ciudadano suyo al frente. El canciller alemán Gerhard Schröder decidio que ya era hora de dejar complejos de posguerra y poner a uno de los suyos al frente. Lo que siguió fue el caos. Caio Koch-Wesser, el candidato de Berlín, no tenía peso específico. EEUU lo vetó. Y al final se quedó con el cargo Hörst Köhler, entonces presidente del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.

Köhler puso en práctica un modelo de gestión vocal. O sea, a gritos. Resultado: una huida masiva de funcionarios y directivos. Pero el que huyó de la forma más patética fue él. En 2004, Köhler dio la espantada del Fondo para convertirse en presidente de Alemania. Un puesto del que tuvo que dimitir seis años después cuando propuso que Berlín empleara sus fuerzas armadas para mantener abiertas rutas comerciales. Dado el pasado de Alemania, esa declaración no sentó nada bien a casi nadie. Y, además, en el siglo XXI hay que pensárselo dos veces antes de recurrir a la diplomacia de la cañonera.

Después vino Rato. Y después Dominique Strauss-Kahn. Ambos casos son bien conocidos. Pero, aparte de los escándalos, en ambos ha quedado claro que los europeos solo usan el Fondo como un trampolín para sus ambiciones políticas en sus países. Köhler, Rato y Strauss-Kahn estaban mucho más interesados en lo que pasaba en Alemania, España y Francia, respectivamente, y en sus carreras políticas en ellos. De hecho, hace un año, Christine Lagarde tuvo que desmentir que aspirara a ser presidenta de la Comisión Europea. Si hubiera dejado el Fondo para haberse ido a Bruselas, habría sido el golpe de gracia al anacrónico control europeo de la dirección del FMI.

Pero lo que es claro es que, por alguna razón, ser dirigente del FMI da mal fario. Empezó con Camdessus, y siguió con Köhler. Y ahora está empezando a alcanzar cotas preocupantes con Strauss-Kahn y Rato. Al paso que vamos, cualquier día a alguien en el Fondo le ocurre un accidente. Como a Henry Dexter White.

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