La ‘derecha’ después del 21-D
14 de enero de 2018
Por admin

Al margen del impacto de las elecciones catalanas del 21-D sobre la situación política y económica en Cataluña, así como de sus implicaciones sobre el resto del Estado, éstas plantean, desde la óptica de la evolución del sistema español de partidos, potenciales efectos colaterales de sumo interés. Los comicios autonómicos sientan o pueden sentar las bases para una profundo reequilibrio o reestructuración de las fuerzas políticas a escala nacional, en especial, dentro del espectro del centro-derecha. Esto es así, entre otras cosas, porque la consulta electoral en el Principado ha de contemplarse e interpretarse en una evidente clave estatal dada la trascendencia de las cuestiones en juego. Este es un punto básico porque va a condicionar la estrategia político-electoral del Gobierno y de los demás partidos en los próximos meses.

El hundimiento del Partido Popular en Cataluña, con independencia de sus causas mediatas o inmediatas, le priva del monopolio fáctico del que gozaba en la representación y garantía de la unidad nacional en el sentido simbólico del término. Esta era su principal fortaleza y su elemento básico de identidad en un contexto en el que su discurso se ha tecnocratizado de una manera evidente, sus perfiles ideológicos se han diluido de modo relevante y su praxis gubernamental resulta insatisfactoria para amplias capas de su electorado. En este sentido, la apuesta por el PP ante la inexistencia de una alternativa dentro de su espacio político-social y ante el temor o la desconfianza ante la vuelta de la izquierda al poder ha sufrido un considerable quebranto.

A esas realidades se añade la sensación, errónea o no, justa o injusta, de que la principal formación del centro-derecha español está infectada de una corrupción estructural que, por tanto, no es corregible a través de medidas quirúrgicas aisladas. En suma, la corrupción ha hecho metástasis y su evolución, amplitud y consecuencias para el partido que sostiene al Gobierno resultan imprevisibles, y su solución está en manos de instancias ajenas a la política. Quizá este planteamiento parezca y tal vez sea exagerado, ojalá, pero es una percepción bastante generalizada en amplios segmentos de la sociedad española y, sin duda, en muchos de quienes han dado sus sufragios por convicción o como mal menor a la formación Popular.

Ante este panorama, un partido de aluvión, sin una doctrina política definida, con planteamientos programáticos a veces contradictorios y que, en condicionales normales sufriría un paulatino declive –léase Ciudadanos–, comienza a visualizarse como una alternativa real al PP en la disputa por la hegemonía del centro-derecha nacional. Guardando las distancias y las circunstancias, que son muy diferentes, los populares se enfrentan en el medio plazo a la situación en la que se encontró la UCD a comienzos de los años ochenta del siglo pasado: el riesgo de su sustitución por una opción, entonces AP, que logre canalizar el desplome del partido centrista y el descontento de buena parte de sus votantes con su política. Dicho eso, el PP es una formación mucho más sólida de lo que lo fue la UCD pero también Ciudadanos tiene muchos menos rechazos de los que tenía AP para extensos sectores del centro-derecha español.

Sin duda, Ciudadanos necesita una clarificación ideológica, más allá de la bandera roji-gualda, pero aunque sólo sea por pragmatismo y por comprensión del mercado político sus posibilidades de crecimiento no están en el centro o en el centro-izquierda, sino en la derecha y en el centro-derecha. Si se acepta la hipótesis de que, en promedio, los políticos son maximizadores de votos, la racionalidad tendería a reconducir la formación liderada por Albert Ribera hacia la derecha en el sentido amplio del término y, en cuestiones económicas, a adoptar unos planteamientos más liberales. Quizá este enfoque parezca un canto al oportunismo, pero la derecha conservadora y estatista de los años setenta y ochenta del siglo pasado logró hacer un relativo tránsito hacia posiciones liberales durante la era Aznar que no tiene por qué estar vedada a C´s.

Lo dicho no implica una inevitable decadencia del PP, pero sí constituye una evidente y real amenaza para la persistencia de su dominio dentro de la España no colectivista. Es evidente que el tiempo en política es relativamente elástico y la evolución de los acontecimientos está sometida a altas dosis de imprevisibilidad, tanto por los aciertos propios como por los errores del adversario. Sin embargo, resulta obvio que el mantenimiento de los populares como fuerza hegemónica del centro-derecha patrio está por vez primera amenazada de modo claro por un competidor. Esto no había sucedido desde 1982. Esto es, durante los últimos treinta y seis años.

Si no se produce una reafirmación de los populares en los principios de su refundación en el Congreso de Sevilla de 1990, no se articula un discurso político coherente con ellos y no se plantea un proyecto atractivo para las clases medias españolas que no es el de gestionar mejor la socialdemocracia, el PP puede enfrentarse a una dinámica de caída, más o menos rápida, pero permanente. Si parcelas del electorado relevantes comienzan a creer que esa será la tendencia y los populares no reaccionan, ese proceso se acelerará. En este caso, sí o sí, ceteris paribus, Ciudadanos será el referente político de la España que no es de izquierdas.

El Partido Popular ha prestado servicios muy importantes a la sociedad española durante su primera etapa de Gobierno, en la oposición y en la gestión de la crisis económica más grave registrada por España desde la Guerra Civil. Sin embargo, ha perdido o ha olvidado de forma paulatina que la existencia de un proyecto ideológico es el alma de un gobierno y que la gestión es sólo un instrumento, pero sólo eso, para avanzar en la ejecución de ese objetivo. Si a ello se une el espectro de la corrupción, los incentivos para cambiar de barco se acentúan. En estos momentos, guste o no, nadie sabe lo que realmente representa el PP o cuál es su ideario, salvo que se acepte, contra toda evidencia, que todos lo sabemos. Por desgracia, esto es insuficiente y hay que reaccionar.

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