El arma desconocida de China : El anti-occidentalismo
29 de agosto de 2023

China tiene diversas posiciones y herramientas de poder internacional en la mayoría de las organizaciones internacionales, sin embargo cuenta con un arma especial que Occidente desconoce, el anti-occidentalismo. El gigante asiático utiliza esta teoría para controlar y manipular a Occidente. Esto lo logra gracias al apoyo de la comunidad internacional y a que Occidente sufre una crisis identitaria, una división externa y de ignorancia sobre su propia historia y la del resto del mundo. 


La República Popular China, un estado socialista localizado en el continente asiático, es el segundo país más poblado del planeta – contando con una población actual de 1.412,55 millones de personas – y tiene el producto interior bruto nominal mundial más alto, tras el de Estados Unidos. Desde mitades del siglo pasado, el país es gobernado por el Partido Comunista Chino. Es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, miembro del BRICS, del G20 y se sitúa en el número 3 de 145 en el ranking mundial del Global Fire Power en el año 2023, ranking que clasifica los países según su capacidad y fuerza militar. Además de todas estas posiciones de influencia y poder, también dispone de otra arma político-diplomática, menos conocida, pero que le es de mucha utilidad: el anti-occidentalismo.

EL ANTI-OCCIDENTALISMO COMO FENÓMENO POLÍTICO EN CHINA

El anti-occidentalismo es el hecho o actuación de personas, entidades o países en contra de lo occidental, según la Real Academia de la Lengua Española (RAE). El occidentalismo al que nos referiremos en estas líneas es el político, es decir, Europa, EE.UU. y Australia; y no así al cultural, que podría englobar también a Rusia y a América Latina. Esto puede ocurrir de dos maneras diferentes, según se explicaba en el ensayo “Occidentalismo: una teoría de contra discurso en la China post-Mao” de Xiaomei Chen. 

Según el autor, la primera postura frente a la civilización occidental, es el pro-occidentalismo. Este sería una forma de símbolo usado para poder criticar la opresión doméstica que se sufre en el país. La segunda, sería el anti-occidentalismo compuesto de dos partes: el dibujo de Occidente como un ser maligno, que corrompe al resto del mundo; y China y el Partido Comunista China (PCC) tomando el liderazgo mundial para llevar al planeta a un futuro mejor.

La primera forma surge de un grupo de intelectuales que, si aprueban de Europa, cree en sus logros, especialmente en sus libertades individuales, y lo usa de ejemplo para poder criticar e ilustrar como despreciables las medidas del gobierno chino que vulneran derechos y libertades, como puede ser el sistema de hijo único, la falta de libertad de expresión o los campos de concentración. Aun así, el hecho de criticar la visión nacional o alabar la occidental, es tildado de “auto colonizador” y, por lo tanto, descartado del debate. 

Nacida en 1940, la segunda forma de occidentalismo se ha usado en el país actualmente presidido desde 2013 por Xi Jinping, buscando un sentimiento nacionalista que llevaría a la búsqueda de una liberación de los opresores occidentales y consiguiendo que el Partido Comunista Chino se hiciese con el poder. 

Una visión actual al estado comunista contemporáneo nos ratifica que no solo este sentimiento ha pervivido en el Estado, sino que se ha intensificado con una juventud todavía más ultranacionalista, que como consecuencia ataca todo lo que no sea chino. 

Una curiosa manifestación de este antioccidentalismo son los ziganwu, jóvenes chinos que utilizan las plataformas de las redes sociales para difundir breves mensajes críticos contra los valores e ideas occidentales, generalmente con argumentos emocionales. Estas personas, que aunque lo hacen gratis tienen ciertos beneficios y apoyos de organismos estatales, ayudan a la población china a tener una visión sesgada de la realidad extranjera. 

Guyanmuchan, popular joven ziganwu, que sube contenido diario (BBC).

Ahora bien, esto no conforma en sí la visión nacional del gigante asiático, es decir, ellos no se ven a sí mismos en referencia al otro, sino que, construyen su identidad nacional y luego atacan a Occidente, paradójicamente con base en ideas occidentales. 

Usan esta visión distorsionada de Europa y EE.UU., influenciada por el contexto nacional y por el ambiente internacional sobre el tema, para criticar sus valores y decisiones y descalificarlos en los debates. Se fundamenta mucho en las técnicas y estrategias ideológicas desarrolladas por el orientalismo, teoría diseñada por el profesor universitario Edward Said. Estas usan el vocabulario y simbolismo de la corriente anti imperialista de finales del siglo pasado. Entonces se describe el mundo como una dicotomía de poder, dónde está el enemigo occidental, como opresoro imperialista que busca erradicar lo nacional de los territorios conquistados; y, por otra parte, China y el resto del planeta, como “víctimas” de este deseo europeo.

A partir de ahí, comienza la magia diplomática, pues toda acción occidental que no sea acorde a la visión china se convierte, como premisa indiscutible, en un ataque de un opresor maligno y retrógrado que debe retractarse y pedir perdón, mientras que toda acción suya es un paso a un futuro global mejor.  

Una ilustración de ello es la visita de Dalai Lama, en esos momentos enemigo del gigante asiático, al Reino Unido en 2012. Tras eso, el gobierno chino retiró sus inversiones en el país y sus atletas que se preparaban para los Juegos Olímpicos, hasta que tiempo más tarde los ingleses formalizaron unas disculpas y prometieron no volver a hablarse con él. 

Nadie niega, ya que lo demuestra la historia, que Europa ha cometido calamidades irreparables en el mundo entero, como puede ser el transporte de esclavos o las catastróficas guerras del opio en el siglo XIX. Ante la pregunta de si la Europa del siglo XXI sigue siendo responsable y debe pagar por sus errores de épocas pasadas, los chinos responden con un firme sí, pese a que ellos también estén cometiendo esos mismos errores ahora mismo. 

En los campos de concentración de Xinjiang, ubicado en el noroeste del país, las mujeres iugures, como denuncia Gulbahar Haitiwaji en su libro “How I survived a chinese “reeducation” camp: a Uyghur woman´s story”, los prisioneros son maltratados, castigados, humillados e incluso esterilizados forzosamente. Según un informe de la Jamestown Foundation, es una dominación étnica o racial fomentada desde el gobierno que se impone sobre las principales minorías del país. 

Esta noticia no recibió sino la más mínima de las atenciones en su momento. Lo que sí que resuena todavía en nuestros oídos son las críticas vertidas por Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores del PCC, durante la 47ª reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2021. Allí se instaba a que Occidente reflexionase sobre sí mismo y tomase medidas concretas al respecto de la discriminación racial.

Esta última anécdota es de octubre de 2020. El gobierno chino acusó a Washington D.C de “imperio de hackers”, en su calidad de dueño de la mayor agencia de espionaje mundial, y de provocar insurrecciones y desestabilizar gobiernos. Esto no sentó bien en el ámbito internacional ni en suelo americano, dando lugar a diversas críticas.

Es irónico que esto fuera tras una acusación norteamericana revelando que eran los hackers del primero los que habían realizado ataques a su soberanía nacional. Como se señala en otro artículo de este think-tank, estas intromisiones asiáticas en territorio de los EE.UU. desde el 2000 asciende a 224 y algunas de ellas, tienen justo esos propósitos.

VISIÓN APOYADA POR EL RESTO DEL MUNDO

Ahora bien, una teoría así tendría limitada influencia en las relaciones diplomáticas entre estados pues no por ello la otra nación va a obedecer a esta percepción de la realidad. Entonces, ¿por qué tiene éxito con esta estrategia? 

Si tiene éxito e influye en las negociaciones entre China y Occidente y viceversa es debido a que no está sola. Esta visión es apoyada también por los países de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), Turquía, ciertos países de América Latina o África. Todo tienen algo que reclamar, pasado o presente, y por lo que sienten que deben ser restituidos: ya sea la esclavitud, la extracción de recursos o las masacres contra los aborígenes, entre otras ofensas occidentales. Escudo de la Organización de Cooperación de Shangai (ONU)

Ilustración de esta reclamación es la carta del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador a la monarquía española en marzo de 2019 donde exigía un perdón por las conductas llevadas a cabo por Hernán Cortes y los suyos. 

Observen más ejemplos. Tras un acercamiento a Pekín, Teherán y Moscú, el presidente de Nicaragua señaló, en el acto de conmemoración al 50 aniversario de Managua, que Europa es la “madre maldita de la esclavitud” y que son “fariseos”, así como de imponer “guerras, sanciones, agresiones, bloqueos”. Todo esto tras una larga serie de acuerdos de cooperación con la Unión Europea que datan desde 1985. 

Como última ejemplificación, China es uno de los países más contaminantes del mundo, pero no por eso le da pudor criticar la vertida de residuos en todos los países que conforman el G7 u Occidente. 

Este frente antioccidental se concreta en diferentes alianzas internacionales, como la llamada Nueva Ruta de la Seda, que lleva China con otros países, donde se busca, a través de la compra y construcción de las principales infraestructuras, formar un frente que no esté a favor o que esté en contra de las relaciones con los EE.UU. o con Europa. Todo esto se disimula y por ningún lado aparece la palabra antioccidental, pero, con cierto análisis mínimo, se vislumbra que la idea de fondo es esta, como defiende el diplomático Omar José Hassan Fariñas.

OCCIDENTE SE LO CREE

El último elemento clave que consigue que funcione este fenómeno contrario a Occidente son que estas acusaciones, muchas veces falsas o con hechos históricos contados a medias, es que este último se cree y actúa en consecuencia a estas acusaciones externas

Europa y Estados Unidos tienen muchas características que les hacen únicas. Muchas de ellas surgen de los pilares de nuestra cultura: la tradición judeo-cristiana, el derecho romano y la filosofía griega.  

Por desgracia, Occidente sufre, en palabras del famoso periodista Douglas Murray, “la enfermedad del auto odio y desconfianza hacia uno mismo.”  Esto, en palabras del mismo autor, se mezcla con la idea de que la crítica de unas acciones pasadas puede ayudar a resolver el mundo de hoy y con “una gran nube de ignorancia tanto del pasado como del presente” de la historia de los países occidentales y no occidentales. 

Esta dolencia hacia la historia propia y nosotros mismos ha coincidido además con una gran crisis de los valores tradicionales europeos y con una gran fragmentación interna entre los Estados que componen Occidente, especialmente entre el gigante americano y Europa. Todo esto, lleva consigo un profundo sentimiento interno de culpa, que nos condiciona a pedir perdón por nuestros pecados, como si fuéramos los únicos pecadores de la historia. 

Es entonces cuando surgen afirmaciones como las de Fredrik Reinfeldt, ex primer ministro sueco, que tachaba lo propio de barbárico y lo extranjero como algo civilizatorio en su visita a la ciudad de Södertälje. Tras afirmaciones como esta, el siguiente paso que se da desde la Unión Europea es abogar por el respeto, la tolerancia y el multiculturalismo, pese a que, como defiende la ex canciller alemana Angela Merkel, ha fracasado.

Mapa de Europa Occidental (EcuRed)

A diferencia de Occidente, China no se cuestionó tanto a sí mismo cuando se le recriminan sus vulneraciones de derechos humanos o sus políticas cuestionables. Se refugian en ese sentimiento de culpa, la falta de arrepentimiento público y en su posición de víctima para hacer ceder al oponente con diversas estratagemas y métodos muy bien estudiados. Y así, entre unos y otros, se ha colocado esa palanca emocional – pues no es más que eso- en manos del gigante asiático. 

CONCLUSIONES

En definitiva, el anti occidentalismo es un fenómeno geopolítico que utiliza China especialmente, y el resto del mundo con ella como se contemplaba con el proyecto Nueva Ruta de la Seda, que promueve el odio y desprecio hacia lo occidental en base a unos hechos y argumentos históricos de dudosa fiabilidad. Esto resulta éxito al ser una actitud mundial conjunta hacia Occidente.  Se aprovecha de su crisis identitaria, su auto odio y una ignorancia sobre su historia propia y la de los países que le rodean, junto con una fragmentación interna y un sentimiento de culpa. 

Esto le ha permitido afianzarse en posiciones de poder e imponer su voluntad, esquivando impunemente las acusaciones por sus conductas inmorales y las violaciones de los tratados internacionales, sin apenas comentarios al respecto ni oposición. Tiene verdaderamente un arma desconocida o ignorada por Occidente. 

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