Tanto en Rabat como en Argel se está a la espera de saber qué Gobierno se formará y cuál será su posición. Las consecuencias serán inmediatas, sean cuales sean las prioridades de la nueva mayoría.
Desde hace años el debate público y político sobre la inmigración se ha convertido en una constante de nuestra vida. El modelo de «estado de bienestar» desarrollado entre nosotros a partir de la II Guerra Mundial actúa como un imán para todos aquellos que viven en un entorno precario e incierto. Por otro lado, nuestra decisión, más o menos voluntaria, de dejar de reproducirnos genera expectativas entre gentes de muy distintas partes del planeta.
Cuando hablamos de inmigración comenzamos distinguiendo el lugar o cultura de procedencia para acabar reflexionando sobre el reto de la integración, una acción condicionada tanto por el derecho a la identidad como por el deber de respetar el marco normativo al que se incorpora el migrante. Si nos concentramos en las corrientes migratorias que proceden del sur nos encontramos con dos circunstancias relevantes: la cantidad de personas que entran de manera ilegal y la mayor dificultad, como consecuencia del choque cultural y del menor nivel educativo, para integrarse plenamente.
La guerra civil siria generó una formidable corriente de refugiados, a la que se sumaron migrantes de distinto origen, que desbordó la capacidad de absorción de los estados vecinos y que acabó generando una grave crisis en las relaciones entre la Unión Europea y Turquía. La señora Merkel actuó con presteza, irritando a buen número de gobiernos europeos y acabando de destrozar el consenso comunitario sobre criterios de aceptación de migrantes. Visto en perspectiva, aquella fue una victoria turca y el principio del fin de la carrera política de la canciller alemana, condenada finalmente por sus graves errores en política energética.
La segunda vía de ingreso de gentes procedentes del sur corresponde a Libia y Túnez, en dirección a Italia. La guerra de Libia, un garrafal error de Sarkozy, convirtió ese país en un no-estado en manos de guerrillas y mafias. Italia viene sufriendo tanto la presión de la inmigración ilegal, gestionada por el crimen organizado, como la falta de solidaridad europea, agravada por la impertinencia francesa. Unos y otros han logrado situar ese problema entre los que más preocupan al ciudadano medio, favoreciendo así el ascenso de la señora Meloni a la presidencia del Gobierno. La Unión Europea está tratando de definir un nuevo consenso, entre el apremio de los estados fronterizos y los que no quieren ni oír hablar de recibir a personas ajenas a su cultura. En estos días se busca llegar a un acuerdo con Túnez. Mientras su Gobierno desmonta la frágil democracia establecida tras el estallido de la Primavera Árabe nosotros aumentamos la cuantía de la ayuda con tal de que colabore en la contención de la riada humana.
La tercera vía es el Estrecho de Gibraltar y sus espacios limítrofes. Marruecos lleva años mercando con este tema, en el marco general de una política dirigida a la recuperación de los que consideran sus territorios de soberanía: el Sáhara Occidental, Ceuta, Melilla, las Chafarinas y los peñones. Miden sus fuerzas y administran el tiempo. Cuando perciben debilidad aumentan la presión, esperando de la parte española una concesión que la libere, aunque sea sólo momentáneamente. Pedro Sánchez, conocedor de la ausencia de una posición europea y de la crítica fragilidad de su mayoría parlamentaria, cometió la indignidad de firmar una malhadada carta, que ni siquiera había redactado, anhelando una salida a la situación creada por la incursión masiva de migrantes en Ceuta organizada por Marruecos. Si hubo algo más, como su vergonzoso silencio da a entender, es algo que se me escapa pero no me sorprendería, sobre todo teniendo en cuenta la catadura de los intermediarios.
Las elecciones generales españolas son hoy objeto de atención y discusión en los estados del Magreb. Ni el Gobierno ni el Congreso de los Diputados avalaron el contenido de la carta de la vergüenza, luego la posición oficial, acorde con la de Naciones Unidas, sigue en pie. Tanto en Rabat como en Argel se está a la espera de saber qué Gobierno se formará y cuál será su posición. Las consecuencias serán inmediatas, sean cuales sean las prioridades de la nueva mayoría. La agenda no se elige, sólo se gestiona. El Magreb y el Sahel serán, les guste o no a nuestros futuros dirigentes, las prioridades de política exterior, de defensa y de inteligencia.