El envejecimiento demográfico puede hacer peligrar el estado del bienestar por la merma de las cotizaciones y el aumento del gasto que suponen las personas mayores. Por ejemplo, el incremento de jubilados obligará a rebajar las prestaciones de la Seguridad Social o retrasar la edad de retiro. Esto último implicaría sumar la financiación de la formación continua que requerirá la prolongación de la vida laboral, de modo que estos trabajadores sigan adquiriendo nuevas capacidades. Por otro lado, solo en Sanidad el coste anual medio de los mayores de 75 años alcanza los 4.000 euros, y 1.500 el de aquellos entre 51 y 55. A esto hay que añadir los servicios sociales a discapacitados y dependientes.
La Comisión Europea calcula que los costes asociados a una mayor longevidad tendrán un impacto presupuestario de entre dos y tres puntos de PIB. Y eso en el mejor de los casos, ya que, si se llegaran a revertir las medidas dedicadas a contenerlos (como el factor de sostenibilidad de las pensiones), esta cifra podría crecer. Por tanto, el envejecimiento hace muy vulnerable a España, al dificultar el cumplimiento de su compromiso de déficit.
No obstante, no solo estamos en una situación simplemente delicada. El gráfico muestra cómo, en el último decenio, todos los países han visto cómo crecía el porcentaje de adultos de entre 65 y 79 años respecto a su población total, mientras que la inmensa mayoría ha reducido la proporción de jóvenes de entre 15 y 24 años. El dato más preocupante es la previsión del aumento, entre 2015 y 2050, de la tasa de dependencia (el número de mayores de 65 años por cada 100 en edad de trabajar, es decir, de entre 15 y 64 años). Lidera este ranking Grecia y le siguen España y Portugal. En el extremo contrario se hallan Suecia y Dinamarca.
A pesar de ostentar los mejores puestos, la desagradable sorpresa es que la natalidad también se desploma en estos países escandinavos, ricos, sin apenas paro, con espléndidas ayudas a la maternidad, permisos a los padres más largos y bien pagados, posibilidades de conciliación y jornadas laborales más breves. Suecia ha pasado de 1,98 hijos por mujer en 2010 a 1,78 en 2017. Si se excluyen los bebés de las madres inmigrantes (las musulmanas representan un 30% del total), la cifra baja a 1,65 vástagos por mujer. En Noruega, tras caer en 2017 por octavo año consecutivo, y a pesar de que la jornada laboral femenina media es de 31 horas, se tienen 1,71 niños por mujer. La fecundidad de Finlandia es de 1,48 hijos, tras descender un 21% en los últimos siete años. La de Holanda, el segundo país más próspero, de 1,6.
Estos datos impactantes cifras delatan que los valores de los europeos han cambiado, y que los beneficios sociales no son suficientes. Quizá una de las causas resida en que Europa está perdiendo su identidad cristianooccidental, algo temible ante una pujanza asiática que nos puede hacer irrelevantes en el panorama global.
La conclusión es clara: cuantos menos seamos más difícil lo tendremos.