Racismo y abuso de poder
11 de junio de 2020

Desde la semana pasada, los titulares en Estados Unidos han pasado de comentar el distanciamiento social a denunciar la injusticia racial. Un hombre negro, George Floyd, fue asfixiado hasta la muerte por un policía blanco mientras otros agentes observaban la escena, imperturbables. El incidente se grabó y se compartió a través de las redes sociales, lo que provocó la indignación entre la población de Estados Unidos y del resto del mundo, a lo que han seguido diferentes respuestas: desde protestas pacíficas pero emocionales, hasta saqueos y disturbios.

¿Cómo podemos dar sentido a estos acontecimientos tan abrumadores? Entre tanta confusión y emotividad, debemos afrontar este problema como cualquier otro: analizando los hechos subyacentes y buscando soluciones. Todos estamos de acuerdo en que lo que le sucedió a George Floyd fue un asesinato, y fue injusto. La controversia radica en si el racismo encarnado por individuos como el asesino de Floyd resulta sistémico y, en consecuencia, cómo deben abordarse tales casos de brutalidad policial. Los manifestantes culpan a la policía estadounidense en su conjunto por propiciar entornos en los que estas situaciones se vuelven inevitables. La población afroamericana tan solo asciende al 13% del total, pero han sido víctimas del 25% de asesinatos policiales en 2019; sin embargo, a este mismo grupo demográfico también le corresponde el 60% de los robos y el 53% de homicidios en Estados Unidos. Últimamente, las estadísticas se reducen a simples números; no reflejan todos los aspectos de una realidad compleja, y no tienen en cuenta factores como la ubicación, la historia, la pobreza, el desempleo, etc., y, así, establen una relación directa entre el racismo y la brutalidad policial muy difícil de cuantificar.

El racismo se define como el «prejuicio, discriminación o antagonismo dirigido contra alguien de una raza diferente basado en la creencia de que la propia raza es superior». Por lo tanto, el racismo se trata de una cuestión moral, un defecto en la naturaleza humana y un síntoma de un problema aún más profundo. No importa lo mucho que lo deseemos o lo intentemos: no podemos erradicar la depravación moral de alguien a través de políticas, leyes o demostraciones de fuerza. Los problemas morales exigen complejas determinaciones de la naturaleza humana; por lo tanto, en este artículo, se discutirán específicamente algunos aspectos relacionados con posibles respuestas a la brutalidad policial.

El movimiento “Black Lives Matter”, que lidera la mayoría de las protestas y disturbios, nació en 2013 como contestación a la absolución del asesinato de Trayvon Martin a manos de la policía. Como declara en su página web, esta organización pide la supresión del cuerpo de policía como solución inmediata. Este movimiento ha ganado una gran adhesión, y la gente empieza a mostrarse de acuerdo con la disolución de las fuerzas de seguridad como medida para prevenir nuevos abusos.


El país se diseñó para que cualquier minoría esté protegida de la voluntad de la mayoría


Estados Unidos se fundó bajo la creencia de que el poder corrompe, y de que la naturaleza humana tiende hacia el egoísmo. Los padres fundadores instituyeron controles y equilibrios para evitar que cualquiera de las ramas del gobierno ejerciese un poder totalitario, y para recordar a los dirigentes que su autoridad les ha sido concedida por los ciudadanos. El país se diseñó para inculcar a estos una desconfianza inherente hacia las instituciones grandes y poderosas. Hablamos de una nación democrática, y cualquier minoría, ya sea un Estado pequeño, o un grupo étnico o religioso, debe estar protegido de la voluntad de la mayoría.

Por lo tanto, los estadounidenses no deberían preguntarse sobre la necesidad de disolver las fuerzas de seguridad porque estas se hayan inclinado al mal, sino por cómo impedir que esta institución tenga la inevitable tentación del abuso de poder y la opresión de una minoría. El 55% de los estadounidenses encuestados desde 2016 piensan que las instituciones gubernamentales ostentan demasiado poder, y aun así, en los últimos años, la población ha pedido al gobierno más soluciones a problemas sociales. Desde 1960, el número de personas que dependen de las prestaciones del Ejecutivo ha aumentado exponencialmente, y muchos respaldan una atención sanitaria más inclusiva. Cada vez más estadounidenses demandan del gobierno sustento y justicia. Sin embargo, deberían abogar por políticas que redujesen la dependencia colectiva, fortaleciendo primero a los individuos, y no destruyendo sistemas enteros sin aportar alternativas viables en su lugar.

Una de las vías más recomendables pasaría por exigir a la policía una mayor transparencia y responsabilidad. En 1967, la Corte Suprema instituyó la inmunidad cualificada, que protege a los funcionarios del gobierno de que los demanden por acciones discrecionales realizadas durante el ejercicio de su oficio. Desde entonces, han sido numerosas las ocasiones en las que se han desestimado casos de brutalidad policial al amparo de esta inmunidad, como en el caso de Makaila Brooks, que recibió tres descargas con un táser por un malentendido. Los oficiales de policía no parecen estar sujetos a las mismas normas que los ciudadanos a los que protegen, lo que constituye un motivo de desconfianza. Revocar la inmunidad cualificada supondría un gran paso para asegurar la responsabilidad policial.

Por el contrario, disolver las fuerzas policiales se trataría de una medida desesperada. Su eliminación no resolverá los problemas subyacentes, y tendrá un efecto contrario al que Black Lives Matter busca. Por otro lado, este movimiento exige una inversión en programas de bienestar y otros gubernamentales, aunque los detalles de la redirección presupuestaria deseada no están claros, pero esto solo alimentará el fenómeno de la dependencia estatal. En cuanto a los disturbios y saqueos de la propiedad privada, solo contribuyen al caos; no revierten la injusticia, sino que atizan los estereotipos negativos y fomentan la tensión.

El racismo, expresado a través de la brutalidad policial, es un tema delicado y que tiene un peso emocional para muchos, pero las soluciones deben estar orientadas a fortalecer a los oprimidos. Al enfrentarse a esta crisis, los estadounidenses deben equiparse con las herramientas apropiadas y una profunda comprensión de la situación, con el objetivo de buscar justicia para sus iguales. Asuntos como este resultan siempre más complejos de lo que los medios los presentan, y no existen remedios fáciles ni rápidos. Sin embargo, podemos estar seguros de que, en estos momentos de gran confusión, es más importante que nunca que los estadounidenses se aferren a sus derechos constitucionales, según lo prometido a todos los ciudadanos independientemente de su raza, sexo u origen.

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