Uno tras otro los medios de comunicación españoles independientes de la influencia gubernamental se preguntaban estos últimos días el porqué de una política hacia Marruecos que aboca al ridículo y al fracaso. Por una parte, el Majzén no repara en medios para vejar al gobernante español que ha cedido a sus demandas. Se coloca la bandera de España con el escudo hacia abajo. Se organiza el viaje sin confirmar el encuentro con el Rey que, en el último momento, le comunica por teléfono que no está dispuesto a interrumpir sus vacaciones en Gabón para recibir a la delegación española. Por otra, cuanto más cede nuestro Gobierno a las demandas marroquíes más se dilatan las contrapartidas anunciadas, prometidas o susurradas por Rabat. El hecho resulta aún más lacerante a la vista del coste que representan para nuestro patrimonio las sanciones impuestas por Argelia, en términos de cantidad y precio del gas que adquirimos allí tras sufragar las costosas infraestructuras necesarias para poder recibirlo.
Puesto que el cambio de rumbo se ha hecho de espaldas al Gobierno y al Congreso de los Diputados y en su gestación no ha intervenido el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, ente administrativo responsable directo de lidiar con estos temas, se abrió la veda de las interpretaciones que tratan de aportar sentido al sin sentido del giro dado por Pedro Sánchez a esta relación. Para unos la respuesta se encuentra en el programa de espionaje Pegasus, que supuestamente habría hallado en el teléfono del presidente y de algunos de sus colaboradores material suficiente para ejercer algún tipo de chantaje. Para otros, el hecho de que nuestros diplomáticos quedaran relegados y en su lugar la gestión recayera en dirigentes socialistas de dudosa reputación y en lobbies carentes de escrúpulos supondría no tanto un chantaje como otro escandaloso caso de corrupción, agravado por lo que tiene de traición a los intereses nacionales. No hace falta insistir en que lo sucedido recientemente en el Parlamento Europeo, con un buen número de socialistas implicados en un gravísimo caso de corrupción en favor de Marruecos y de Qatar, viene a alimentar esta segunda interpretación.
De lo que no parece haber duda es de la falta de profesionalidad con la que se ha llevado este tema, así como del aparente engaño en que el entorno de Pedro Sánchez ha caído. En el umbral de un ciclo electoral, entre las ministras de Podemos y el Majzén parecen dispuestos a arruinar las posibilidades de que el bloque formado por socialistas, comunistas, nacionalistas e independentistas pueda renovar mayoría parlamentaria.
Yo no sé en qué estaba pensando Sánchez cuando firmó aquella dichosa carta, penosamente redactada. De lo que no cabe duda es del impacto que los saltos de valla programados por el Majzén tuvieron en nuestro presidente. La acción marroquí era arriesgada, porque la diplomacia española podría arrinconarle en Bruselas y crearle dificultades en Washington. Pero acertaron al valorar que Sánchez buscaría una rendición preventiva antes de entrar en una dinámica diplomática que le incomodaba. Cuando se está en una operación de cambio de régimen las tensiones exteriores no ayudan. Bien al contrario, podrían crearle problemas con sus socios en un momento y en unas circunstancias en que la cohesión no estaba garantizada.
Los que convencieron a Sánchez de que el acuerdo era posible y que, al fin y al cabo, el Sáhara nunca sería independiente, puesto que lleva décadas ocupado por Marruecos y el hipotético referéndum es inviable, le hicieron un flaco favor. Ahora ya no puede dar marcha atrás y está prisionero de gente que no le respeta, que es consciente de su debilidad y que le estrujará todo lo que considere oportuno. Es el precio a pagar por el aventurerismo diplomático, por actuar mal aconsejado buscando atajos donde no los puede haber.
La diplomacia marroquí está en racha. En la crisis de Perejil aprendió la importancia de contar con el respaldo de Estados Unidos. La causa palestina ha sido un precio asequible para este país cuyo máximo gobernante se dice descendiente del Profeta. Hoy Estados Unidos respalda sin fisuras la posición marroquí, tras la aceptación alauita de los Acuerdos Abraham. El giro norteamericano y la posición más moderada de Francia van generando un efecto sobre las cancillerías europeas, que paulatinamente asumen como inevitable la anexión del Sáhara.
Si durante décadas tuvimos que soportar las lecciones de moral socialistas, defendiendo la causa saharaui frente a una supuesta complicidad del centroderecha en favor de Marruecos, ahora nos toca asistir a otra pirueta oportunista donde la moral torna en supuesto interés nacional. Aún en la contradicción y el ridículo siempre les respalda la razón y la moral.
En el Partido Popular en todo momento ha habido partidarios de la entrega del Sáhara a Marruecos. Junto a ellos se encontraban los que defendían una política de dignidad, que salvara la imagen de España de los vergonzosos acuerdos por los que cedimos la administración del proceso descolonizador a Marruecos y Mauritania sin tener derecho a ello. El equilibrio entre ambas posiciones se encontró en la evidencia de que ceder no serviría para nada ante el conjunto de reivindicaciones marroquíes. Algo que Sánchez quizás esté descubriendo ahora.