Populismo: una diatriba sociopolítica multicausal
4 de febrero de 2020
Introducción

No hay actualmente tema de mayor debate en el ámbito académico, periodístico y analítico que el populismo, sus orígenes y consecuencias. La discusión surge desde la definición del propio término. Teóricos de muy variadas ramas del pensamiento político y económico se han propuesto analizarlo, llegando cada uno a su propia conclusión, en muchos casos diametralmente opuestas. Lo más interesante de esta reciente diatriba es que la Ciencia Política y la Ciencia Económica se han hermanado en una perfecta armonía para estudiar el ascenso del populismo y su papel hoy en día. Han tenido lugar áridos debates entre reputados académicos de muy diversa índole acerca de si se trata de un fenómeno sociopolítico, socioeconómico, cultural, o de algo completamente distinto y nunca experimentado como ahora. La tendencia dominante afirma que siempre ha existido, solo que en diferentes y variados formatos, que cambian según las condiciones económicas y las corrientes culturales de cada época, por lo que constituiría un error analítico, que se comete en algunas ocasiones, el compararlo con movimientos populistas del pasado. Es decir, ni el populismo de izquierdas actual resultaría equiparable al comunismo, ni el de derechas al fascismo. Esta simplificación, muchas veces promovida por los medios de comunicación, no ha hecho más que polarizar la arena política y dividir en dos “bandos” muchos países europeos como Francia, Italia, Reino Unido, y más recientemente, España.

Por ello, a lo largo de este artículo de investigación, y basándonos en trabajos previos de académicos internacionalmente conocidos, se desarrollará un ejercicio de política comparativa, con un sustrato de análisis económico, para confrontar las visiones materialista y postmaterialista que actualmente existen en el debate acerca de las causas de raíz de los movimientos populistas. No se efectuará una radiografía específica por país, aunque sí se irán entremezclando comentarios y breves alusiones de diferentes casos para lograr así una visión más amplia y global.

Para ello, comenzaremos por definir qué es el populismo, fijando un concepto único que se empleará a lo largo de toda la investigación, para poder así cuantificar con rigor el ascenso de dicha tendencia política. Tras ello, se analizarán los distintos tipos de populismo existentes, sus principales causas, se responderá a la pregunta de si se trata de un fenómeno multicausal, y por último, se comentarán sus efectos y consecuencias para la cohesión de la sociedad moderna, así como sus implicaciones para el desarrollo económico. El mantenimiento del orden democrático liberal posterior a 1945 depende en gran medida de que seamos capaces de confrontar estos movimientos que quebrantan y ponen en peligro nuestras sociedades.

Populismo, el gran desconocido

Tal y como se comentó en la introducción, a lo largo de este artículo de investigación se empleará la definición de populismo establecida por el académico Cas Mudde[1], al contemplar esta un origen multicausal que se acerca a nuestro propósito analítico y explicativo. Mudde define el populismo como “una ideología que considera que la sociedad se encuentra dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos, siendo estos el ‘pueblo’ o ‘la gente’ frente a la ‘élite corrupta’, y que argumenta que los políticos de los partidos asociados al primer grupo de ciudadanos son un reflejo de la volonté générale (voluntad popular) de la gente”.

Por tanto, siguiendo a este autor, las principales características del populismo son el monismo y el moralismo, y la división de la sociedad en dos grupos: “la gente” y “la élite”, los cuales se distinguen por su moral intrínseca. Los populistas, según el académico, reclaman el monopolio sobre la defensa de los intereses de “la gente”, frente a los “intereses particulares” de la élite, a la cual los populistas pretenden combatir. Mudde señala un punto de vital importancia, a saber, que el nombre de ambos bloques puede cambiar, pasando a ser “rurales” vs “cosmopolitas”, “nacionales” vs “globalistas”, etc. Asimismo, remarca que cualesquiera que sean ambos grupos, siempre se tratarán de un constructo artificiado por los políticos populistas, en aras de dividir y confrontar a los ciudadanos para obtener rédito de ello.

Por otro lado, Mudde hace hincapié en que el populismo es una ideología muy estrecha de miras. Es decir, no se centra en los problemas más importantes de la sociedad, sino únicamente en las diatribas más populares, conflictivas y con mayor repercusión mediática.

Tal y como se ha explicado con anterioridad, analizaremos tanto el populismo de izquierdas como el de derechas. Aquí, el profesor Mudde también realiza una aportación imprescindible al apuntar que prácticamente cualquier movimiento populista proveniente de la derecha tendrá un fuerte carácter nacionalista y antiglobalista, mientras que el procedente de la izquierda incluirá elementos propios del neosocialismo junto con claves ideológicas asociadas al postmaterialismo.

Finalmente, en su ejercicio de conceptualización del populismo, Mudde indica que el actual no resulta comparable a las ideologías extremistas del siglo XX, como el fascismo y comunismo, mucho más perniciosas. Por ello, añade que, aunque el populismo de hoy en día muchas veces suponga también un desafío para la estructura institucional de las democracias liberales, no se ha de caer en la reductio ad absurdum de compararlo con los totalitarismos del siglo pasado.

Esta definición no choca con otras conocidas en el mundo académico, como la expuesta por Dornbusch y Edwards[2], que brindan una explicación con una base puramente económica y materialista. Así, consideran populistas a aquellos que hacen promesas de política económica imposibles de cumplir, pero que obtienen rédito electoral al presentar a los votantes la posibilidad— irrealizable— de alcanzar una arcadia feliz.

Los estudios de las raíces culturales y/o económicas del populismo llevan a conclusiones muchas veces radicalmente distintas. Es el caso de Norris e Inglehart[3], que centran su análisis en una cuestión de “confrontación cultural”, sobre todo en el plano intergeneracional. Su teoría trata de exponer cómo una “revolución silenciosa”, que se ha ido desarrollando a lo largo de las últimas décadas, ha logrado cambiar la concepción de las generaciones más jóvenes, que han pasado de ser profundamente materialistas (en terminología marxista) a acérrimas defensoras del postmaterialismo, ya que se centran sobre todo en la secularización cultural, el autonomismo de los colectivos, y la diversidad racial, sexual y religiosa, promovida a través de la reivindicación de las minorías organizadas. Al haber estado más ausentes los partidos tradicionales en la propagación de estas ideas, los populistas han encontrado en las cohortes más jóvenes un nicho de mercado único de donde extraer abundantes votos. Sin embargo, Norris e Inglehart incurren en una excesiva simplificación al argumentar que la edad —presentada como factor unicausal— hace que los más mayores se vuelvan cada vez más conservadores (tampoco compartimos la definición de conservadurismo que exponen en su investigación). Argumentan que estas generaciones cambian sus preferencias políticas y modifican su marco ideológico únicamente a través de una variable endógena: los años y el paso del tiempo. Por ello, según estos profesores, generalmente, el populismo de derechas de carácter nacionalista tiene mayor calado entre los votantes de edad avanzada.

Otros autores como Dani Rodrik[4], reputado economista y experto en comercio internacional y globalización, aduce que, a lo largo de la última década, los factores económicos han ido ganando importancia en las variables generadoras de los diversos populismos. Asimismo, opina que la “función de producción” del populismo es multivariable, y que las causas de raíz económica y cultural no resultan excluyentes entre ellas, ya que las conmociones económicas amplifican las diferencias culturales y sociales de los grupos que conforman la estructura política y social de las democracias modernas.

Por introducir otro punto de vista en la conceptualización y definición del término “populismo”, cabe aludir a los trabajos —plasmados en uno de sus más recientes libros— de Barry Eichegreen[5], conocido historiador económico y profesor de Economía y Ciencias Políticas. Concluye su investigación con la idea de que el populismo incluye necesariamente características propias del autoritarismo y el nativismo, alertando además del peligro que supone para la continuidad de la cooperación supranacional, refiriéndose a todas aquellas instituciones multilaterales que han ido desarrollándose a lo largo de los últimos 30 años y que han servido para garantizar una mayor colaboración entre países, a la par que reducían el número e intensidad de los conflictos armados a lo largo y ancho del globo. Eichegreen considera que el populismo constituye un movimiento puramente antiélites, enfocado en acabar con las instituciones propias de las democracias liberales, empezando por destruir lentamente la separación de poderes inherente a ellas.

El populismo como fenómeno… ¿socioeconómico o sociocultural?

Durante los últimos años, con la irrupción de la alt-right (derecha alternativa), la importación a Europa del modelo de populismo izquierdista propio de Latinoamérica, así como algunos fenómenos políticos de complejo entendimiento y explicación (véase el Brexit), el debate acerca del populismo se ha centrado únicamente en factores y causas propios del corto plazo (gran recesión del 2008, mayor inmigración de los países del Este hacia Reino Unido en los últimos cinco años, reciente auge del conservadurismo “one-nation”… ). Sin embargo, ningún medio se ha dedicado a analizar la tendencia del populismo multifacético en el largo plazo. ¿De dónde viene y adónde va?

Cada tipo de populismo tiene cientos de autores y promotores detrás. Es necesario conocer las raíces de sus principales ramas, muchas veces enfrentadas entre ellas, para poder entenderlo, no solo como un movimiento político, sino también como uno económico y social. Solo así podremos introducir propuestas para lograr mantener a estos partidos alejados de nuestro arco parlamentario.

El populismo, siendo generalmente un movimiento antiélites, de aspiraciones autoritarias y de oposición al multilateralismo, presenta a su vez tendencias diversas, tal como se ha señalado con anterioridad. El de izquierdas suele resaltar la desigualdad, presentándola como una desigualdad vertical, y hace hincapié no solo en la  de índole económica, sino también en la de poder, tal y como alegó recientemente la congresista norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez[6]. Por otro lado, la derecha populista carga su mensaje con un discurso antiinmigración y contrario a las minorías que rompen con los principios más tradicionalistas. Lamentan así la pérdida de algunos valores propios del conservadurismo clásico, y reaccionan de manera hostil para tratar de evitar que estos colectivos irrumpan en el marco del poder político.

Los análisis de carácter económico acerca de los movimientos populistas suelen pecar de excesivo simplismo, sobre todo porque abordan únicamente los niveles de desigualdad como factor explicativo de todas las disrupciones sociales que hayan defendido alguna proclama económica en los últimos años. Este escenario lo aprovechan economistas y politólogos más intervencionistas para proponer medidas como una redistribución masiva de la riqueza a nivel global, un impuesto mundial a las transacciones financieras, o una tributación generalizada de las herencias, caso de Joseph Stiglitz[7], quien atribuye el malestar político actual a un supuesto fracaso del neoliberalismo. No obstante, muchos de estos teóricos olvidan dos factores muy importantes.

En primer lugar, que lo relevante no es solo la reducción real de la desigualdad, sino la percepción que la gente tenga de ello. Tal como señalaba recientemente el economista Sebastian Edwards en un artículo para la plataforma Voxeu, una de las causas principales de la insurrección callejera a finales del pasado año en Chile no residía en la situación real de los niveles y/o variación de la desigualdad, sino en la impresión (falsa en este caso) que la gente albergaba. Acudiendo a los datos presentados por el Banco Interamericano de Desarrollo[8], se observa que del año 2000 hasta el 2016 (ultimo con datos disponibles de desigualdad para Latinoamérica), Chile fue el tercer país del continente en el que más disminuyó la desigualdad, concretamente en 9,5 puntos (sobre base de 100) del índice de GINI, mientras que la reducción mediana se encuentra en 7 puntos. ¿Pero cuál es la percepción del chileno medio al respecto? Para saberlo, hemos de acudir a una macroencuesta[9] realizada en cada país de Latinoamérica por la Economic Comission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), y que mide el punto de vista de los nacionales. Los resultados muestran que el chileno medio piensa que, en el periodo 2000-2016, la desigualdad de renta en su país se incrementó en más de 6 puntos en el índice GINI. Es decir, el error de estimación del ciudadano asciende a más de 15,5 puntos. Es más, si se acude a los datos, observamos que Chile es el cuarto país en el que más ha menguado la desigualdad de renta desde el año 2000, mientras que sus habitantes lo sitúan como el cuarto que menos la habría achicado, tal como muestran las siguientes gráficas. Una abrumadora distopía.

Gráfica 1. Reducción de la desigualdad (variación del Índice de GINI 2000-2016)

Fuente: IDB

[10]

Gráfica 2. Cambio en la percepción de la desigualdad

Fuente: ECLAC

[11]

La narrativa y las consecuentes percepciones sobre la realidad, muchas veces falsas, constituyen una de las principales mechas de los movimientos populistas a nivel global. Por ello, estos no se pueden estudiar como un fenómeno monocausal, ya que en la generación de la perspectiva del público intervienen tanto factores culturales como económicos. Por tanto, en múltiples casos, una simple política redistributiva no ayudaría a mitigar la influencia de estos partidos. Resulta extremadamente difícil que los datos empíricos venzan al relato populista, que, además, va consolidándose y ganando fuerza con el tiempo, a través, en muchas ocasiones, de la institucionalización de los partidos autodenominados “antisistema”, caso de Unidas Podemos al entrar a formar parte del Gobierno de España.

Siguiendo la tesis de Francis Fukuyama en Identity[12], el populismo actual se trataría de una derivada de las políticas de identidad, muchas de ellas de carácter racista, clasista, y postmaterialista, dirigidas a dividir a la sociedad en dos grupos homogéneos y presentar unos intereses confrontados entre ambos bandos. Tal y como destaca Fukuyama, estas “guerras culturales” no son nada nuevo, y describe su tendencia histórica en un país como EE.UU., donde, tradicionalmente, la marginación racial y de las minorías ha estado, por desgracia, muy presente.

Otro caso relevante lo encontramos en el resultado favorable a abandonar la UE del referéndum del Brexit del año 2016, y la posterior ratificación de este deseo en las recientes elecciones generales, en las que Boris Johnson obtuvo la mayor victoria del Partido Conservador desde 1987, con un marcado mensaje pro-leave, predominantemente populista, y con propuestas muchas veces irrealizables, como ha destacado en sus innumerables artículos al respecto el técnico comercial y economista del Estado Enrique Feás[13], experto en asuntos económicos relacionados con la UE.

Los anteriormente citados Pippa Norris y Ronald Inglehart señalan el discurso populista como motor del Brexit, que ha calado de mayor manera entre las generaciones de edad avanzada. Mientras tanto, argumentan sendos investigadores, los más jóvenes poseen, de media, niveles más elevados de riqueza material, de educación, y mayor seguridad que sus padres en múltiples aspectos. Esto ha hecho que muchos de ellos abandonen tendencias políticas materialistas del pasado como el marxismo clásico, el proteccionismo económico (mercantilismo), etc. A su vez, se han asociado fuertemente a tendencias ideológicas postmaterialistas como el neomarxismo, el socialismo queer, la socialdemocracia progresista, e incluso, en algunos casos, la derecha identitaria, más entregada a la batalla cultural y alejada tanto de la derecha como de la izquierda clásicas, que destacan por un programa más centrado en la economía y menos en asuntos socioculturales de actualidad.

Volviendo al asunto del Brexit, y ciñéndonos al modelo de política comparativa que emplean Norris e Inglehart[14], el fenómeno británico sería uno de confrontación política intergeneracional, más que interregional (como mucha gente piensa). Los jóvenes se habrían formado muchos más años fuera de su país que sus padres, gracias a programas como Erasmus+, y habrían viajado también más, debido a la expansión de los viajes low cost con la proliferación de compañías como EasyJet o Ryanair, y además dominan, de media, más idiomas extranjeros, lo que, de una forma u otra, motiva que tengan una visión mucho más global y no tan circunscrita a su propio país. Otros autores como Jonathan Haidt[15] apoyan la idea, respaldándose en gran cantidad de estudios psicológicos, de que, con el paso del tiempo, las personas devienen en más cerradas de mente —refiriéndose con esto a una visión menos maleable sobre el mundo y menos asertiva— y más inflexibles frente a las opiniones de terceros. A su vez, con los años, las personas, según Haidt, sienten una mayor aversión al riesgo (tanto financiero como personal), y gustan más de tenerlo todo bajo control, lo que hace que su moral tienda a acercarse a aquellos partidos de carácter social-conservador.

Estas interpretaciones deben corroborarse empíricamente para el caso del Brexit, de modo que podamos cerciorarnos de la aplicabilidad a la realidad política de las investigaciones desarrolladas por Norris e Inglehart. Para ello, emplearemos una de las mayores encuestas y estudios sociológicos realizados hasta la fecha para Reino Unido. Fue elaborado por YouGov y presenta una serie histórica de datos relativos a la afiliación política (obviamente anónima) de los ciudadanos, lo que permite analizar la muestra en diferentes distribuciones (por deciles de renta, por edad, por lugar de residencia, etc.). Además, la veracidad de dicha encuesta se basa en que esta se renueva siempre en los días previos a unas elecciones generales, reflejando así la volatilidad propia de los procesos electorales a lo largo del tiempo, y posibilitando el estudio de las tendencias políticas de la sociedad y sus oscilaciones. Para las elecciones generales de Reino Unido del 12 de diciembre de 2019, en el rango de edad de 18-24 años, el 67% votó Labour o LibDem, mientras que tan solo el 22% de estos jóvenes apostaron por el mensaje pro-Brexit de los Conservatives y el Brexit Party. Por otro lado, si acudimos al rango de edad de 70 o más años, observaremos que únicamente el 25% optó por Labour o LibDem, en tanto que casi el 70% decidió dar su voto a los Conservatives o al Brexit Party. La tendencia resulta aún más clara visualmente, tal y como se muestra en el gráfico adjunto.

No obstante, no debemos tomar todo el voto a Labour, LibDems o Conservatives como motivado en exclusiva por el Brexit, aunque sí es verdad que estos comicios, y el entorno político de Reino Unido desde 2016, han estado acaparados por este asunto. Por tanto, se puede concluir que las pasadas elecciones generales constituyeron una ratificación de la opinión pública británica acerca de la salida de la UE, observándose claras discrepancias por rango de edad, y asimismo, por el resto de subgrupos analizables al desagregar los datos (género, nivel de formación, ingresos…).

Gráfica 3. Voto por edades. Porcentaje de 41.995 adultos que votaron en las elecciones generales de 2019

Fuente: YouGov

[16]

En el entorno político presente, y observando los datos electorales desglosados por grupos de edad, podemos concluir que, con la actual tendencia demográfica regresiva en Reino Unido, según vaya envejeciendo la población y ganando peso sobre el total, de media, los británicos serán cada vez más euroescépticos. Por lo tanto, en este caso, un incremento de la productividad, una pequeña y muchas veces imperceptible reducción de la desigualdad a través de nuevas políticas redistributivas, o una mayor cobertura y seguridad para toda la población, no ayudarían a revertir la tendencia. Es más, introduciendo el hilo argumental de Eichegreen, contribuirían incluso a incentivarla, ya que muchas de estas políticas se venderían como un éxito del conservadurismo “one nation”. Por ello, acabamos de ver un fenómeno de raíz populista, el Brexit, promovido, prácticamente en su totalidad, por argumentos de origen cultural, étnico e identitario. Lo que podríamos denominar un movimiento populista de raíz sociocultural, uno de los tipos más complicados de combatir ideológicamente.

¿Qué es el conservadurismo “one-nation”?

Una gran cantidad de analistas, tanto politólogos como economistas especializados en la rama de Economía Política, han encontrado en el populismo de raíz sociocultural (más asociado al populismo de derechas, mientras que el de raíz económica se vincula mayoritariamente a la izquierda) un punto de partida. La inmensa mayoría coinciden en que este movimiento surge de la transformación del one-nation conservatism a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XXI; mutación de su base ideológica que ha tenido efecto práctico en tres sentidos:

  • La aparición de nuevos partidos marcadamente populistas asociados a la derecha política, caso de Vox en España.
  • La evolución de partidos tradicionales e históricos, a través de un viraje desde el centroderecha liberal o democristiano hacia la derecha populista, tribalista, y en muchos casos nacionalista, como ocurrió con Fidesz y Viktor Orbán.
  • El ascenso al poder, por medio de partidos tradicionales, de candidatos extrovertidos y con un mensaje de toque populista, como Johnson y Donald Trump, sin resultar ambos casos comparables.

Pues bien, como comentamos, todos ellos tienen una raíz común, que no es el conservadurismo one-nation en sí, sino la transformación que dicha rama del conservadurismo ha sufrido a lo largo de las ultimas décadas, siendo hoy en día totalmente distinto a aquello que un día propugnaron sus principales teóricos. Veámoslo.

Es cierto que muchos liberales se oponían tradicionalmente al concepto de conservadurismo one-nation, pero hemos de recordar que, durante muchos años, estuvo encarnado en Thatcher y Reagan y se erigió en aliado y amigo del liberalismo económico. Pero esta expresión ya no significa lo mismo, ni tampoco se interpreta de la misma manera. Por poner un ejemplo, Michael Heseltine llegó a usar el término one-nation conservatism para abogar por la intervención económica en Reino Unido y apoyar el proyecto de integración europea, algo que resulta completamente contradictorio a priori. Por otra parte, años más tarde, David Cameron identificó esta derivada ideológica como una defensa del progresismo en el ámbito sociocultural y del liberalismo económico en el plano más material. Es más, aunque hoy en día el conservadurismo one-nation se relacione comúnmente con el sector euroescéptico de los Conservatives británicos, o con Trump en EE.UU., en su momento, Amber Rudd sacó adelante un grupo minoritario denominado “One Nation Group” que se centraba en defender el europeísmo dentro de los Conservatives, para tratar de confrontar a los euroescépticos del partido, como Jacob Rees-Mogg. Recordemos que Johnson expulsó a 21 miembros del One-Nation Group de los Conservatives, por lo que tuvieron que establecerse como independientes en el Parlamento británico.

Como se puede apreciar en el ejemplo anterior, para un mismo término, existen varias interpretaciones, y la oscilación de su definición teórica[17] tampoco ha sido menor.

Benjamin Disraeli fue uno de los primeros teóricos en desarrollar el vocablo y emplearlo en sus escritos. Para Disraeli, el conservadurismo one-nation representaba la unión entre las diferentes clases sociales en una patria común, a través de un sentimiento compartido. Por otro lado, Lord Salisbury lo entendía como una especie de defensa teórica del derecho de Reino Unido a protegerse y dar la batalla de las ideas frente al nacionalismo escocés e irlandés. A continuación, Stanley Baldwin introdujo el término en auxilio del “patriotismo cívico”, en contra de las fuerzas rupturistas y a favor de una cohesión de las diferentes clases sociales propiciada por el sentimiento patriótico. Para Baldwin, dichos grupos rupturistas eran principalmente los socialistas, por promover la lucha de clases, y los sindicatos, por enfrentar a gente de la misma clase social entre ellos y marginar a todo aquel que no formara parte de dichos grupos de presión. Como vemos, el significado con que emplea Baldwin el concepto de one-nation conservatism se halla más cerca de la aplicación práctica que le dieron Reagan y Thatcher. Por otro lado, y en un sentido totalmente a la inversa, Harold Macmillan lo usó para apoyar el Estado del Bienestar nacional y una mayor intervención en el mercado laboral, supuestamente para proteger a los trabajadores británicos.  

Actualmente, el one-nation conservatism, tal y como está siendo interpretado e implementado por parte de políticos y partidos asociados a la derecha populista actual, resulta en una mezcolanza de políticas conservadoras, e incluso tradicionalistas, en el ámbito social y cultural, con medidas intervencionistas y proteccionistas, muy cercanas al mercantilismo en el ámbito económico. A todo ello, hay que añadirle un cierto toque de nacionalismo, en la acepción más tribal de la palabra. Obviamente, ningún político ni partido de derecha populista actual cumple al 100% con las características descritas, razón por la que anteriormente mencionábamos que Johnson y Trump no resultan comparables en el plano teórico.  

En la última campaña para las elecciones generales en Reino Unido, por ejemplo, pudimos observar cómo los Tories lucharon por recuperar el voto de la clase obrera del norte de Inglaterra, ya que el de las áreas más cosmopolitas del sur pertenecía mayoritariamente al Partido Laborista, mientras que, en las regiones históricamente más industriales, el sufragio se encontraba mucho más dividido, y es ahí donde los Conservatives se centraron en dar la batalla. Es más, en el propio Manifesto se puede apreciar el claro mensaje que entremezcla la seguridad ciudadana, la proclama de la nación como pilar básico para la construcción de la sociedad, el retorno a los valores conservadores clásicos de los Tories, y una defensa del obrero autóctono a través de ciertas políticas de carácter puramente intervencionista, con grandes promesas de aumento de gasto, principalmente concentradas en el Servicio Nacional de Salud (NHS):

“We will get Brexit done in January and unleash the potential of our whole country.

I guarantee:

  • Extra funding for the NHS, with 50,000 more nurses and 50 million more GP surgery appointments a year.
  • 20,000 more police and tougher sentencing for criminals.
  • An Australian-style points-based system to control immigration.
  • Millions more invested every week in science, schools, apprenticeships and infrastructure while controlling debt.
  • Reaching Net Zero by 2050 with investment in clean energy solutions and green infrastructure to reduce carbon emissions and pollution.
  • We will not raise the rate of income tax, VAT or National Insurance.

Thank you for supporting our majority Conservative Government so we can move our great country on instead of going backwards.”[18]

Como se puede observar, el programa de Johnson se articula en una defensa de la salvaguarda tanto social como territorial de Reino Unido frente a fuerzas exógenas, que él ve como una amenaza para la estabilidad del país, principalmente la inmigración y la globalización. Y es precisamente a este marcado mensaje populista y antiliberal al que se le puede atribuir gran parte del éxito electoral que ha cosechado en las áreas más conservadoras del norte de Inglaterra.

El populismo de raíz socieconómica, un viejo conocido

Gran cantidad de estudios, como algunos que describiremos a continuación, demuestran de manera empírica, y a través del establecimiento de correlaciones causales sobre la misma base temporal, que, sobre todo a lo largo de las últimas dos décadas, un abundante número de movimientos populistas se ha beneficiado de ciertas coyunturas económicas, como la gran recesión iniciada en 2008, los efectos de la globalización sobre algunas zonas típicamente industriales de EE.UU., la tercerización de ciertas economías a causa de este mismo proceso globalizador, la automatización de bastantes actividades económicas, etc. Todas ellas han supuesto graves impactos económicos para algunos sectores de la sociedad y grupos de trabajadores específicos en el mercado laboral. Esto ha llevado a lo que el economista Mancur Olson denomina una situación de “diffused profits and concentrated costs”. Lo corroboran (basándose en la teoría de Olson), los politólogos Iskander De Breuycker, Joost Berkhout y Marcel Hanegraaff, en el paper The paradox of collective action: Linking interest aggregation and interest articulation in EU Legislative Lobbying[19]. En él, se aborda el caso concreto de la UE, pero resulta igualmente aplicable a otros de “captura del regulador” y efectos de la acción de los diferentes grupos de presión sobre las políticas públicas. 

La teoría de Olson se centra en explicar cómo resulta mucho más fácil articular un grupo pequeño de gente que uno grande, llevando esto a poder ejercer una mayor presión sobre el regulador, al estar mejor organizados y preparados. Olson muestra que, en un conjunto reducido de personas que comparten los mismos intereses en cuestiones que para ellos resultan prácticamente vitales (lobbies de la agricultura, por ejemplo), la coordinación será mucho mayor y, por ende, más efectiva a la hora de negociar condiciones o políticas públicas con el Gobierno.

Esta es una de las razones por las que, aunque la disminución de exportaciones americanas y la caída de la producción nacional de ciertos bienes —a causa de un mayor flujo comercial (sobre todo de importaciones) con China desde el arranque del nuevo milenio — haya beneficiado a millones de americanos y perjudicado tan solo a un número pequeño de grupos organizados, estos últimos, por los intereses que representaban, lograron que la campaña electoral de 2016 se centrase en ellos. Hasta el punto de que sus votos resultaran decisivos para decantar la balanza en las elecciones presidenciales de ese mismo año.

Si analizamos dichas afirmaciones acudiendo a la evidencia empírica, veremos que los datos las corroboran. Los principales Estados americanos en manos de los Demócratas en los años previos a 2016, y a su vez los más afectados por el proceso de globalización (debido a la mayor densidad de población dedicada a las manufacturas), eran Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Tal y como hacen Autor et al.[20], se puede establecer una correlación causal y cuantitativa entre el aumento del flujo de importaciones china a EE.UU. y los votos a Trump en estos Estados. Tal y como muestra la evidencia citada, si las importaciones chinas hubieran sido un 50% menores de lo que lo fueron en el periodo anterior a las elecciones, el margen de victoria de los Republicanos habría caído un 1,7% en Pensilvania, haciendo que los Demócratas hubieran vencido por una diferencia de 0,5%. Asimismo, bajo ese supuesto, el apoyo al candidato republicano habría menguado un 2,2% en Wisconsin y un 1,8% en Michigan.

Sobre este tipo de fenómenos también existen estudios relevantes para casos europeos, como el de Colantone y Stanig[21], en el que se muestra cómo el incremento del flujo de importaciones provenientes de terceros países (sobre todo de China) podría incluso haber tenido algún tipo de efecto sobre el voto favorable al Brexit en Reino Unido, debido a la situación de inseguridad económica que, hipotéticamente, habría generado en el corto plazo en algunos sectores concretos, como los trabajadores industriales del norte de Inglaterra y algunas zonas de Escocia.

Por tanto, como se ha podido observar a lo largo de este análisis comparativo, a priori podría parecer que las teorías que respaldan que las causas mayoritarias del populismo son de carácter económico se oponen a aquellas otras que afirman que las causas culturales y/o sociales tienen una mayor relevancia a la hora de explicar su auge. Pero no es en absoluto así, ya que ambas teorías se complementan a la perfección. Por un lado, la visión postmaterialista trata de explicar cómo el progresismo dominante hoy en día, el urbanismo y el multiculturalismo a nivel global han engendrado un debate intergeneracional en torno a cuestiones culturales y de carácter social, frente a lo que ha surgido una derecha de carácter populista y con cierto aire reaccionario, a fin de confrontar dichas visiones. Por su parte, la perspectiva materialista de la sociedad y de la economía ha intentado probar que el populismo de izquierda y extrema izquierda es el resultado de un incremento de la desigualdad entre los ciudadanos de un mismo país, frente a una reducción de la inequidad entre las diferentes naciones, debido a un mundo mucho más globalizado, con cadenas de valor profundamente integradas y unos niveles de interconexión nunca antes experimentados.

En este entorno político, las crisis económicas han agravado las divisiones culturales y sociales ya existentes, armando de argumentos, también en el ámbito económico, a los partidos populistas que tratan de obtener rédito político del malestar social, independientemente de su inclinación hacia uno u otro lado del espectro ideológico.

Si observamos con atención, nos percataremos de que el populismo de los últimos diez años consiste en un movimiento político que ha surgido sobre todo en países desarrollados y con una elevada renta per cápita. Algunos ejemplos que nos pueden venir a la mente son Reino Unido o EE.UU., pero dentro de este mismo grupo, si situamos la comparativa sobre una distribución global de la renta, podríamos incluir también a España, y por supuesto a muchos otros países europeos como Alemania, Italia y Francia. La pregunta que cabe hacerse entonces es por qué precisamente en los lugares con un estándar de vida más alto a nivel mundial surgen fuerzas políticas antiestablishment, y que basan su mensaje en la reversión del statu quo.

En términos económicos, aunque la recuperación fue más rápida en EE.UU. desde el año 2008, y a pesar de que Europa tardó algo más de tiempo en recobrar tasas de crecimiento y creación de empleo aceptables, hoy en día el nivel de paro en el viejo continente se sitúa, de media, en torno al 6%, similar al 5% de desempleo que registraban EE.UU. y Reino Unido en 2016, cuando Trump fue elegido presidente y los británico, en su mayoría, votaron salir de la UE. Por ello, debe haber otras causas económicas, más allá de las tradicionales, que hayan contribuido al apogeo del populismo en el mundo desarrollado.

Sobre estas razones alternativas han investigado los economistas Lubos Pastor y Pietro Veronesi[22]. En su reciente paper analizan el peso de las variaciones en los niveles de desigualdad económica y la movilidad social como factores del auge del populismo. Su tesis principal se basa en que la desigualdad se incrementa en periodos de bonanza, debido a que los activos financieros e inmobiliarios suelen crecer entonces a un mayor ritmo, en contraste con el conjunto de la economía (crecimiento del PIB). Su teoría podría relacionarse con el famoso modelo r>g del economista francés Thomas Piketty[23], a través del cual se demuestra cómo, históricamente, pero en especial durante las épocas de abundancia y estabilidad económica, las rentas provenientes de activos aumentan a una mayor tasa que el PIB. Esto haría que la riqueza de los deciles más altos de la distribución de la renta se multiplicara a un mayor ritmo que la de los deciles más desfavorecidos, generando una mayor desigualdad, tanto de renta como de riqueza. En consecuencia, según los anteriormente citados economistas, se generan movimientos populistas de fuerte carácter antiélites, que, en su variedad izquierdista o de derecha intervencionista (como Agrupación Nacional en Francia), reclaman fuertes políticas proteccionistas, de carácter fiscal y regulatorio, que tienen como objetivo final una mayor distribución de la renta y la riqueza en la sociedad. Estos partidos aprovechan el enfado ciudadano, originado por su percepción de una mayor desigualdad, para introducir un discurso de confrontación entre diferentes grupos sociales y, a su vez, presentarse como los únicos capaces de satisfacer las necesidades de “la gente” o “el pueblo”.

En el modelo creado por Pastor y Veronesi, las promesas de los partidos populistas de revertir la integración económica y social a nivel global constituyen el factor principal que los hace auparse en el poder. Estas restricciones, sin embargo, generarían fuertes contracciones en el estándar de vida medio de los ciudadanos, e impondrían grandes trabas a cierta clase de consumo. No obstante, tal y como señala el modelo de estos economistas, serían las clases altas las que más sufrirían proporcionalmente a cuenta de muchas de estas limitaciones al comercio global. Esto (aunque de forma muy negativa y perjudicial) disminuiría la desigualdad económica, pero a costa de reducir todos los rangos de renta y riqueza. De esto podemos extraer que, conforme un país crece y va volviéndose más próspero, la utilidad marginal del consumo decrece progresivamente, y los votantes situados entre la media y los deciles más bajos de la distribución de la renta se muestran dispuestos a sacrificar cierto nivel de consumo a cambio de una mayor igualdad económica. El modelo presenta esta como un “bien de lujo”, del cual la sociedad solicita más según va enriqueciéndose. Así, la demanda reviste una elevada elasticidad en relación con los ingresos. Si esto se analiza sobre una base temporal de largo plazo, se podría encajar perfectamente en un modelo de Engel, en el que, según crece la renta por encima de cierto nivel, no se demandan ya más bienes y servicios en términos brutos, sino otros de mejor calidad y más caros. En este caso, el “bien de lujo” demandado a partir de un cierto nivel de riqueza media en un país sería una mayor igualdad.

La crisis financiera de 2008, por lo tanto, habría tenido un gran impacto sobre el surgimiento de nuevos partidos populistas, que introdujeron un mensaje contra la desigualdad y generaron una especial aversión hacia esta entre los votantes. Un claro ejemplo lo vemos en EE.UU., donde la aceptación social de la desigualdad económica era bastante grande antes de 2008, mientras que, tras la crisis y especialmente en las primarias y las presidenciales de 2016, emergieron candidatos que hicieron bandera de combatirla, como Bernie Sanders y Trump. Ambos políticos versaron su programa electoral sobre dos tipos distintos de desigualdad. Mientras que Sanders (finalmente derrotado en las primarias) atacaba una desigualdad de renta y riqueza entre los propios ciudadanos estadounidenses, el candidato republicano puso en el punto de mira la desigualdad entre nacionales y extranjeros, con un gran énfasis en la protección de los trabajadores y productores nacionales, a través de medidas como la construcción del muro con México y la imposición de aranceles a productos chinos, mexicanos, canadienses, europeos, etc.

En esta misma línea, el voto a favor de abandonar la UE (el famoso Leave) manifiesta un deseo de revertir la integración internacional, tanto económica como cultural y social. En la UE, algunos políticos, caso de Marine Le Pen o Matteo Salvini, abogan asimismo por políticas de disgregación internacional, con fuertes posiciones antieuropeístas, a través de lo que ambos populistas denominan “recuperar la soberanía económica” frente al multilateralismo que caracteriza a los organismo internacionales como la UE.

¿Cuáles son las consecuencias e implicaciones del populismo?

Los movimientos populistas, concretamente en el plano económico, se distinguen por rechazar las restricciones presupuestarias y/o comerciales introducidas por organismos supranacionales de los que esos mismos países forman parte. Los más comúnmente atacados son las agencias independientes de regulación, los bancos centrales, y las organizaciones económicas como el FMI, el Banco Mundial o la OMC. El populismo económico conlleva irresponsabilidad presupuestaria, políticas insostenibles en el largo plazo, y fuertes contracciones de los niveles de crecimiento, y, por ende, de los estándares de vida del conjunto de la sociedad. Los populistas suelen mostrar una fuerte aversión a la tecnocracia económica, debido a que las políticas extraídas de los programas de estos partidos solo cubren ciertos intereses socioeconómicos y en el muy corto plazo, lo que genera mayor inestabilidad en el medio y en el largo. Un aspecto que acostumbran a resaltar las agencias de regulación y los análisis independientes del Gobierno.

Una gran parte del mensaje económico populista hoy en día (un ejemplo claro lo encontramos en Argentina) se cimenta en la constante protesta contra las diferentes limitaciones en materia de gasto, niveles de deuda pública, o inflación como las que suelen implantar organismos multilaterales como el FMI en ciertos países a los que prestan fondos para la recuperación económica en momentos de dificultad. 

Los bancos centrales, por su parte, han jugado un papel fundamental en la contención de la inflación desde la década de 1980, pero han errado a lo largo de la última, al inyectar excesiva liquidez en los mercados y mantener demasiado bajos los yield de la deuda soberana de los diferentes países, principalmente en la Eurozona, los cuales han estado (y están) más sometidos a las políticas de QE. Esto ha generado una gran inflación de activos financieros e inmobiliarios, conduciendo a una mayor inestabilidad macroeconómica y financiera a lo largo y ancho de todo el continente europeo, tal y como muestra el economista Daniel Lacalle en su libro La Gran Trampa.[24]. Esto ha llevado a que algunos países como España o Italia hayan incrementado con extrema facilidad y ningún tipo de cortapisas los niveles de deuda pública, hasta límites prácticamente insostenibles.

Las organizaciones multilaterales encargadas de resolver disputas de carácter comercial a nivel internacional también han sufrido serias debilitaciones en su estructura y funcionamiento a lo largo de los últimos años. En muchas ocasiones, este desgaste ha sido promovido por líderes populistas como Trump, quien ha paralizado arbitrariamente la nominación de jueces encargados de la resolución de litigios comerciales en la OMC. Si estas instituciones siguen debilitándose progresivamente, el futuro del comercio internacional dependerá únicamente de ciertos intereses particulares de los Estados, y no del conjunto de los consumidores.

Por lo tanto, tal y como se puede observar, el populismo económico solo deriva en incertidumbre, inestabilidad, y los más variados desequilibrios en materia económica. Es decir, en una desintegración de las sociedades, generando y fomentando conflictos socioeconómicos, en los que suelen primar los sentimientos sobre la razón, un elemento intrínseco de estos movimientos políticos.

Conclusión

Las corrientes populistas, en su gran mayoría configuradas en partidos, y en algunos casos, surgidas desde ellos, han transformado de manera importante los sistemas políticos de las democracias más avanzadas a lo largo del último par de décadas. Como ha quedado demostrado a través del presente ejercicio de investigación, las dimensiones de este conflicto han cambiado.

Tradicionalmente, la diatriba política entre izquierda y derecha se basaba en intereses de eminente carácter económico, y se enmarcaba en un plano mayoritariamente materialista. En la actualidad, se ha abierto una nueva confrontación entre un populismo nacionalista fuertemente conservador y otro izquierdista, cosmopolita, y progresista. En muchos casos, dichos movimientos han logrado arrastrar, hasta transformarlo, el discurso de los partidos clásicos situados en su mismo lado del espectro político.

A nivel global (aunque España constituya una importante y relevante excepción), el apoyo a las formaciones socialdemócratas tradicionales ha caído en picado, debido a que no han sabido posicionarse correctamente en la nueva “guerra cultural” que hoy en día se libra en el escenario político europeo. La gran mayoría de los nuevos partidos populistas se presentan como plataformas ciudadanas y abiertas a “la gente”, a la que dicen defender, a través de fuertes discursos antiélites y antiestablishment.

Tal y como se ha sostenido en esta investigación, el auge del nuevo populismo tiene causas de carácter tanto socioeconómico como sociocultural, las cuales inciden de diferente manera y ostentan más o menos relevancia de cara al éxito de estos movimientos, dependiendo del país y las circunstancias concretas. Es decir, no existe un análisis homogéneo y monocausal que sirva para todos los casos existentes de populismo político y/o económico.

En definitiva, podemos concluir, que el populismo se trata de una diatriba sociopolítica multicausal.


[1] Mudde, C (2020), Populism in the Twenty-First Century: An Illiberal Democratic Response to Undemocratic Liberalism. – University of Pennsylvania

[2] Dornbusch, R and S Edwards(1991), The Macroeconomics of Populism in Latin America- NBER.

[3] Norris, P and R Inglehart (2019), Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism-Cambridge University Press.

[4] Rodrik, D (2018), Populism and the economics of globalization- Journal of International Business Policy, Harvard University.

[5] Eichengreen, B (2018), The Populist Temptation: Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era, Oxford University Press.

[6] Ocasio-Cortez To Billionaires: ‘Give Up Control And Power,’ ‘We Want Your Power’- Daily Wire (21/01/2020)- https://www.dailywire.com/news/ocasio-cortez-to-billionaires-give-up-control-and-power-we-want-your-power

[7] Stiglitz, J (2019), After Neoliberalism, Porject Syndicate- https://www.project-syndicate.org/commentary/after-neoliberalism-progressive-capitalism-by-joseph-e-stiglitz-2019-05?barrier=accesspaylog

[8] Inter-American Development Bank (IDB) (2016), “Statistics on poverty and income inequality in LAC (18 Countries): Inequality in the distribution of per capita income in LAC”, December.

[9] Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), CEPALSTAT. 

[10] FIGURA 1- Edwards, S, Chile’s Insurgency and the End of Neoliberalism, Voxeu.- https://voxeu.org/article/chile-s-insurgency-and-end-neoliberalism Source: IDB

[11] FIGURA 2- Íbid.

[12] Fukuyama, F., Identity: contemporary identity politics and the struggle for recognition.-London: Profile Books

[13] https://www.vozpopuli.com/enrique_feas/

[14] Norris, P and R Inglehart (2019), Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism, Cambridge University Press. 

[15] Haidt, J (2013), The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion, Vintage Books.

[16] FIGURA 3- https://yougov.co.uk/topics/politics/articles-reports/2019/12/17/how-britain-voted-2019-general-election

[17] The Economist (2020)- Boris Johnson is reinventing one-nation Conservatism. – https://www.economist.com/britain/2020/01/02/boris-johnson-is-reinventing-one-nation-conservatism

[18] Conservative Manifesto 2019- https://vote.conservatives.com/our-plan

[19] De Bruycker, I, J Berkhout, M Hanegraaff (2017) – The paradox of collective action: Linking interest aggregation and interest articulation in EU Legislative Lobbying

[20] Autor, D. D Dorn, G Hanson, K Majlesi (2016) .- A Note on the Effect of Rising Trade Exposure on the 2016 Presidential Election (Appendix to Autor, Dorn, Hanson, and Majlesi “Importing Political Polarization? The Electoral Consequences of Rising Trade Exposure”), Massachusetts Institute of Technology.

[21] Colantone, I and P Stanig (2018a), “Global competition and Brexit”, American Political Science Review 

[22] Pastor, L and P,Veronesi (2019)- Populism: Why in Rich Countries and in Good Times

[23] Piketty, T (2018), Brahim Left vs Merchant Right: Rising Inequality and the Changing Structure of Populist Conflict. Evidence from France, Britain and the US 1948-2017, WID Working Paper.

[24] Lacalle, D (2018)- La Gran Trampa, Deusto.

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