Keynes y los keynesianos
7 de julio de 2015
Por admin

En 1936 se publicó en Londres la primera edición de la Teoría general del empleo, el interés y el dinero, el libro de economía más famoso del siglo XX. Su autor, John Maynard Keynes, era ya entonces un personaje muy conocido. Profesor en Cambridge, autor de varios libros de éxito y director de la revista más prestigiosa de la profesión –el Economic Journal– era, además, un experto reconocido en política económica y en finanzas.

Un término muy utilizado en la historia del pensamiento económico es revolución keynesiana. Pero, ¿fue Keynes realmente un revolucionario? Una cuestión que ha interesado mucho a los economistas –y que en algún momento llegó a constituir un tema relevante en la literatura macroeconómica– es la relación entre Keynes y el pensamiento de los economistas clásicos ingleses, especialmente el de su maestro Alfred Marshall. En muchas interpretaciones de la historia de las ideas, Keynes aparece como el protagonista de una auténtica revolución científica que dejaba a un lado la tradición clásica para construir un modelo innovador alternativo. Éste es, sin duda, el mensaje del curioso –y brevísimo– capítulo primero de la Teoría general, en el que su autor divide prácticamente a los economistas en dos grupos, uno integrado por cuantos defendían la vieja teoría –equivocada, naturalmente– y el otro constituido por el propio Keynes. Y es cierto que el enfrentamiento con el pensamiento ortodoxo se acentuó en los años posteriores en las obras de sus discípulos y seguidores. De acuerdo con esta interpretación, con la Teoría general no sólo surgía un nuevo modelo, en el que el análisis de los clásicos tenía sentido solamente en situaciones de equilibrio macroeconómico; parecía nacer también una visión distinta de la política económica, en la que el equilibrio presupuestario y la política monetaria ortodoxa quedaban arrumbados en el baúl de los recuerdos y se otorgaba al Estado el papel de protagonista de la gestión de la actividad económica.

Pero parece que, en sus últimos años, Keynes no dudó en llamar la atención sobre la relevancia de muchas de las ideas económicas anteriores a su obra, llegando a afirmar que era preciso “recordar a los economistas contemporáneos que las enseñanzas de los clásicos contenían verdades de gran importancia, que somos culpables de haber olvidado porque las asociamos con otras ideas que sólo podemos aceptar con muchas matizaciones”. Y más llamativas aún son las palabras con las que Hayek cerraba su reseña del libro Vida de John Maynard Keynes de Roy Harrod. Recordaba Hayek una conversación, que tuvo lugar en 1946, en la que él mismo le había preguntado a Keynes si no estaba preocupado por la interpretación radical que algunos de sus discípulos estaban haciendo de sus teorías. La respuesta de Keynes define al personaje. No se preocupe, fue su contestación. Y añadió que, si las cosas evolucionaran realmente de tal forma, volvería a entrar en escena para orientar de nuevo a la opinión pública; pero esta vez en sentido contrario. Sin embargo –concluía Hayek– tres meses después Keynes había muerto.

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