Educación y medios de comunicación: las nuevas armas de la izquierda
2 de abril de 2021

Los socialistas antes llegaban al poder mediante guerras, con armas, imponiéndose por la violencia. Después de varios fracasos en esa estrategia, un grupo de intelectuales izquierdistas decidió trabajar en una estrategia diferente a la de la revolución armada. Antonio Gramsci abre la puerta para la nueva izquierda cuando entiende que el socialismo no llegará por las armas, llegará cuando la gente sea socialista.

Lo han conseguido. Hoy la mayoría de las personas, aunque no se identifiquen como socialistas, están a favor de políticas izquierdistas. El gran triunfo de esa izquierda repensada por gente como Gramsci es haber logrado que en la narrativa hegemónica de una sociedad, lo serio, lo responsable, lo racional, sean las políticas socialistas.

Cuántas personas están en contra de la educación estatal, cuántas se oponen a que la salud sea intervenida por el Estado, cuántos creen que los impuestos deben ser mínimos sobre todo para los creadores de empleos. En general, qué cantidad de la población se opone a que el Estado intervenga en los asuntos fundamentales de una sociedad. Pocos, muy pocos.

La realidad es que la mayoría de la gente aplaude la intervención estatal a niveles enfermizos. La idea de un Estado fuerte, que intervenga en las esferas más importantes, es lo normal y lo que se entiende como correcto.

Hemos llegado al punto en el que la mayoría ni siquiera puede imaginar cómo sería la vida sin los actuales niveles absurdos de intervención. Se preguntan si el Estado no interviene ¿cómo podrían los pobres tener salud, educación y acceso a las cuestiones básicas?

Ahí está el gran triunfo de la nueva izquierda. No se trata de hacer una revolución tomando el  poder mediante la violencia, sino de hacer que la gente sea socialista.

En España, según un estudio de la fundación Civismo, los españoles trabajan una media de 178 jornadas para cumplir sus obligaciones con Hacienda. Trabajan la mitad del año, cálculo muy similar al de otros países, para el Estado. Lo lógico sería que las personas se preguntaran cuánto mejor sería su vida si el Estado no les quitara tanto dinero. ¿No podrían pagar salud y educación privadas, de buena calidad, si el Estado no les robara la mitad de su sueldo? Además, deberían preguntarse cuánto más próspera sería una sociedad sin tantas trabas e impuestos, cuánto caería la pobreza si nuestros países fueran más liberales.

Según el Índice de Libertad Económica elaborado cada año por Heritage Foundation, los países con mayor libertad económica, es decir, con menos impuestos y regulaciones, son los países más prósperos. Incluso, los pobres de los países más capitalistas viven mucho mejor que los pobres de los países menos capitalistas.

De modo que esa idea extendida de que sin intervención estatal estaríamos mal porque los pobres quedarían abandonados y sin ayuda alguna es un enorme error. Es el triunfo de la izquierda que logró que ser socialista sea normal, consiguió que la gente crea que a mayor intervención mejor estamos todos.

Y esto lo han logrado a través de la educación y los medios de comunicación. Ese es el gran aporte de la escuela de Frankfurt e intelectuales como Gramsci, las armas ahora son la  educación y los medios, lo que hay que tomarse es la  cultura.

Los colegios hoy en día están llenos de profesores militantes de izquierda, que enseñan a los niños desde muy pequeños ideas contrarias al liberalismo. Las universidades ni se diga. Estas ya no solo son centros de adoctrinamiento sino además lugares de reclutamiento. Mientras tanto, los medios de comunicación están llenos de periodistas que no saben de economía, pero hablan con la seguridad que da la ignorancia, pontificando sobre las supuestas buenas políticas izquierdistas, aupando a los políticos de izquierda y atacando con fiereza a los de la derecha.

En la actualidad lo correcto, lo que es serio, es aplaudir políticas socialistas. El asunto se ha vuelto tan normal que incluso aquellos que se denominan de derecha las aplauden. La gente ni siquiera se da el permiso para preguntarse qué sería de nuestras vidas si asuntos esenciales como la salud, la educación o el dinero, no fueran manejados por el Estado, qué pasaría si casi la mitad de nuestro sueldo no terminara en manos de los políticos sino que se quedara en nuestros bolsillos.

No necesitan ya revoluciones. Poco a poco, tomando la educación y los medios de comunicación, han logrado que la gente crea imposible la vida sin una asfixiante intervención del Estado.

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