La globalización está cambiando
19 de enero de 2023

El panorama económico mundial ha entrado en unos términos que, para muchos, llevan sonando desde hace años como un disco rayado: la globalización y desglobalización.

En este sentido, lo más cuestionable a tener en cuenta es la continuación de los flujos comerciales que crean nuevas alianzas y vencedores políticos. Debido a las consecuencias de la crisis del Covid y la—por desgracia—actual y persistente guerra en Ucrania, han hecho del 2022 uno de los años comerciales más duros de los últimos tiempos.

Las materias primas de Rusia a Europa se limitaron a algo anecdótico y los bloqueos chinos continuaron perturbando las cadenas de suministro. Biden comenzó con campañas de subvenciones para la fabricación de baterías de vehículos en Estados Unidos, una industria que actualmente controla y domina Asia. A nivel práctico y empresarial, a pesar de los disturbios en Zhengzhou (China), la compañía Apple decidió aumentar el ritmo de producción fuera de este país, por miedo a lo que podría pasar. No es la primera vez que de una crisis surgen las oportunidades. En el caso de México, es uno de los países mejor situados para aprovechar la guerra comercial entre EE.UU. y China.

Según el Wall Street Journal, a los políticos les gusta pregonar la vuelta a la normalidad dentro de un contexto de seguridad. Durante el mandato de Donald Trump en 2018, la desglobalización tomó mucho protagonismo tras los aranceles impuestos a los productos chinos. Hasta ahora, han tenido el efecto de impulsar las importaciones estadounidenses de naciones del sudeste asiático como Vietnam, Indonesia y Tailandia a expensas de China, en lugar de reducir las importaciones en general.

Como apunta el analista Stephen Wimot, del mismo modo, la guerra de Ucrania ha redibujado el mapa energético mundial -dirigiendo las exportaciones rusas de energía a China e India, y las importaciones europeas desde Estados Unidos y Oriente Medio- sin aumentar la autosuficiencia de Europa. La región quiere cambiar esta situación construyendo energías renovables, pero se trata de un plan a largo plazo que, irónicamente, es probable que aumente las importaciones de materias primas no energéticas, como el cobre. Resulta revelador que los proyectos de parques eólicos se vean frenados por las cadenas de suministro mundiales y los cuellos de botella en los permisos locales.

Es lógico que la globalización no pueda invertirse fácilmente. El retorno de la inflación desde la pandemia ha servido para recordar que los consumidores no aceptan fácilmente el coste de mayores fricciones comerciales. Las subvenciones pueden marcar la diferencia en algunos sectores políticamente sensibles, como los microchips y las baterías. Pero incluso en estos casos, se abrirán nuevas rutas comerciales o se ampliarán las existentes para sustituir a las amenazadas. Por ejemplo, las nuevas fábricas de baterías estadounidenses necesitarán grandes cantidades de insumos procedentes de centros mineros como Australia, Chile y Canadá.

Como dato interesante a tener en cuenta, otro gran vencedor de la guerra comercial entre Estados Unidos y China podría ser México. Esto puede explicarse porque tiene salarios más bajos que China, un sector manufacturero anclado en la industria del automóvil y la posición geográfica perfecta para servir al mercado estadounidense, especialmente desde el auge de las videoconferencias, que ha aumentado la importancia de estar en la misma zona horaria.

Los analistas de Bank of America ya ven algunas pruebas de que esto está ocurriendo, con importaciones estadounidenses de productos manufacturados mexicanos aproximadamente un 60% superiores a las de antes de la pandemia en octubre. Curiosamente, México ha ganado cuota de importaciones estadounidenses en algunos sectores industriales de baja tecnología, como plásticos y textiles, mientras que China la ha perdido.

La cuestión es que los países que quieran sustituir a China en el suministro a Estados Unidos tendrán que invertir mucho. El ascenso de China no se debió únicamente a la mano de obra barata. Bob Koopman, catedrático de la American University y antiguo economista jefe de la Organización Mundial del Comercio, señala que la modernidad de las infraestructuras fue un factor importante para atraer a las empresas mundiales a utilizar el país como centro de fabricación.

La política local también influirá. El nuevo gobierno de izquierdas de Chile propuso este verano un drástico aumento de los cánones mineros, antes de llegar a un acuerdo en octubre sobre un plan más favorable a la inversión. La disputa de México con EE.UU. y Canadá sobre su política energética, que las empresas al norte de la frontera consideran que las pone en desventaja, pone de relieve el riesgo de que no se aproveche la oportunidad actual de la «deslocalización cercana».

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