Empresario: imprescindible bien social
10 de febrero de 2023

Los  empresarios  están  acostumbrados  a  trabajar  en  me-dio  de  imprevistos,  incomprensiones, incertidumbres, miedos, burocracias  o  malas  regulaciones; factores  todos  que,  con  alguna  frecuencia, complican bastante su actividad. Pero, normalmente, eso ni los detiene ni los arredra, entre otras cosas porque están habituados a combinar valor y riesgo tanto en la esfera económica como en la personal. Asistimos,  desde  hace  meses,  al recrudecimiento  de  una  atmósfera antiempresarial debida más a ciertas coyunturas  ideológicas  y  políticas que a razones de fondo en la siempre compleja  relación  sociedad-empresa. Estamos en me-dio  de  una  furiosa competencia  por ganar  en  la Champions del  insulto  y la  denigración  de los empresarios y la función  empresarial.  Ha  habido  un  verdadero overbooking  de  participantes.  Por  supuesto,  de  contrarios,  pero  incluso de defensores (lo que suele ser más raro,  nunca  habían  aparecido  tan-tos).  Este  fenómeno  de  animadversión tampoco es tan nuevo. Más bien es el “eterno retorno de lo mismo”. Lo nunca visto está en que en esa crucifixión han participado muy activamente ministros,  ministerios  y hasta  el  mismísimo  presidente  del Gobierno, que ha variado de postura, en unos meses, pasando de la blanca e  inmaculada  amistad  con  algunos empresarios  y  directivos  al  negro zaíno  de  demonizarlos.  Un  festival Empresario: imprescindible bien social. El éxito del empresario no consiste sólo en el triunfo económico, sino en ser capaz de promover y consolidar valores transcendentes. Así,  y  con  participación  de  tan  altos responsables políticos, no es muy corriente  (más  bien  insólito)  en  la Unión  Europea  ni  en  las  democracias avanzadas. Por lo que se ve, volvemos al “España es diferente”. Viejo tópico Renace, una vez más, el viejo tópico del empresario depredador que explota, chupa la sangre y acaba con el bienestar de los ciudadanos. Aunque esta vez la canción la cantan los primeros tenores, acompañados de un no menos “ilustre” coro. Estereotipo de muy vieja raíz y que viene de concepciones que consideran a la riqueza  como  algo  siempre  innoble  y  de origen sospechoso. Hay que señalar, sin embargo, que la realidad es, más bien, la contraria: empresas y empresarios  son  la  fuerza  imprescindible para  lograr  sociedades  más  ricas, prósperas,  desarrolladas  y  con  bienestar    creciente. Uno pensaba que ya no era necesario recordar  este  hecho –no   una   opinión ideológica–  tan  evidente. Pero a la vista de tanto corista, hay que recordarlo una vez más. Sorprende  que  gobernantes  tan sumamente preocupados por la contaminación  ambiental  lo  estén  tan poco  por  la  contaminación  moral  y emocional de la sociedad, inculcándole odios tan graves y contrarios a cualquier sensatez y prudencia. Están  envenenando  a  la  ciudadanía contra  una  corporación  social  –el empresariado– que es un pilar esencial de cualquier sistema democrático y cualquier sociedad libre. Como entiende cualquiera, ese movimiento se explica por urgencias demoscópicas-electorales.  Pero  deberían  saber que, cuando se ataca a la libertad de empresa, se ataca a la democracia. Y no puede ser que, en una democracia del siglo XXI, personas con responsabilidades políticas máximas se dediquen a criminalizar la actividad empresarial. Porque con eso se está erosionando  gravemente  nuestro sistema democrático, ya bastante dañado. Aunque visto lo visto, es decir, lo que ha pasado con el tercer poder del Estado, esa criminalización es un movimiento más dentro de la misma “lógica” deslegitimadora. Sería muy conveniente volver a la cordura si posible fuera, que se duda. Por si acaso, hay que recordar lo obvio: la economía de mercado ha con-seguido, con todas sus limitaciones y defectos, que los tiene, lo que no logró ningún otro sistema económico anterior:  proporcionar  bienestar  a millones de personas. Porque, desde la más lejana Antigüedad, el reto máximo de las sociedades fue conseguir bienestar y riqueza para una mayo-ría de la población. Gústele o disgústele a los ideólogos de turno, eso es lo que la economía de mercado ha lo-grado en gran parte. Nada  de  esa  prosperidad  se  hubiera  alcanzado  sin  el  motor  que  la ha hecho posible: el empresario. Evidentemente no es autor único. Nadie niega  la  importancia  y  valor,  enormes, de los trabajadores, quienes con su  esfuerzo,  lealtad  y  capacidades han sido determinantes en ese progreso. Pero lo que no se puede admitir es que, en la misma tirada, se demonice al otro polo de esa dualidad. Las  sociedades,  como  ya  tematizó Schumpeter, se componen de “grupos  anhelantes  de  protección”  y  de “grupos  anhelantes  de  invención”. Son los empresarios quienes aportan el espíritu de iniciar, arriesgar y ponerse en marcha. El empresario es la inconformidad de la creación. Creador de creaciones Así que el empresariado, lejos de ser un  actor  amoral,  es  el  impulsor  de principios  absolutamente  imprescindibles  para  las  sociedades.  Sin ellos, las sociedades se fosilizan. Un empresario  es  un  creador  de  cosas. Creador  de  organismos  vivos  (las empresas).  Creador  de  trabajo. Creador  de  riquezas.  Creador  de profesiones  y  de  profesionales.  En una palabra, es un creador de creaciones. Tanto, si no más, que el cien-tífico, el escritor, o el artista. Por eso es tan esencial. La inmensa mayoría de los empresarios siguen siendo lo que han sido siempre,  “hombres  orquesta”  que realizan  funciones  muy  distintas  y hasta  contrapuestas:  inversor,  emprendedor y gestor. Su función sigue siendo insustituible. Y lo será más en el futuro. Frente a esos malos políticos que no crean nada y no tendrán trascendencia alguna más allá de sus falaces  propagandas  cortoplacistas. La raíz de la diferencia entre unos y otros radica en que el éxito del empresario no consiste sólo en el triunfo  económico,  sino  en  ser  capaz  de promover  y  consolidar  valores transcendentes  para  las  sociedades, como la prosperidad y la libertad. Un punto mucho más esencial de lo que parece. En el fondo, unos, los empresarios,  significan  pluralidad; los  otros,  uniformidad.  Unos,  la  libertad; los otros, la sumisión política. Lo  que,  calladamente,  pretenden esos furiosos atacantes del empresariado  es  crear  una  sociedad  unidimensional  en  la  que  sólo  haya  una virtud y una ética: vidas burocratizadas,  conformistamente  subvencionadas y sin riesgos. Y, consecuente-mente, quieren jibarizar o desterrar todo tipo de motivación emprende-dora.  Cuando  un  país  daña  de  esa forma el espíritu empresarial, cuan-do privilegia de esa forma las cualidades “pasivas” y meramente reactivas, se le está preparando para convertirse  en  una  especie  de  granja ideológica  artificial  gobernada  monolíticamente por “seres elegidos”. Carece de todo sentido entregarse a esa fatídica retórica de descalificaciones, agravios y desprecios a la que asistimos,  entre  otras  razones  por-que  olvida  una  realidad  fundamental:  que  toda  verdad  puede  mantenerse  oculta  un  cierto  tiempo,  pero no es posible aniquilarla por completo.  Pasará  este  gobierno  con  todos sus corifeos y coristas, y los empresarios seguirán haciendo lo que saben hacer:  crear  riqueza,  pagar  muchos impuestos y transformar las sociedades. Por el bien de todos, esperemos que puedan seguir haciéndolo desde España y para España.

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