El gran salto al desastre
27 de julio de 2020

Las epidemias, las desgracias naturales y las guerras han causado danos en todas las épocas; y han llegado a provocar la muerte de gran número de personas en determinados momentos históricos, como hemos visto en artículos anteriores. Pero también los gobernantes pueden generar desastres cuando deciden actuar de una forma irresponsable sobre la economía. No son pocos los casos en los que las políticas de colectivización de la agricultura e industrialización dirigidas desde el estado han llevado a la ruina a naciones enteras, y a la muerte por inanición a millones de sus habitantes. Pero ninguno ha tenido unos efectos tan letales como el programa denominado El gran salto adelante que Mao lanzó en China en 1958.

La historia del siglo XX fue trágica en China. Entre 1927 y 1949, el país fue devastado por una larguísima guerra civil entre nacionalistas y comunistas, que se vio agravada por la invasión japonesa de 1937, que sólo terminó con el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Los cuatro años siguientes constituyen el período final de la guerra civil; y, por fin, en 1949, los comunistas, bajo el liderazgo de Mao Tse-Tung, lograron la victoria definitiva. En los años inmediatamente posteriores a su triunfo, el nuevo régimen intentó proyectar una imagen de moderación, ofreciendo mantener, al menos parcialmente, la propiedad privada de determinadas empresas y explotaciones agrarias. Mucha gente escapó del país, imaginando que las cosas no harían sino empeorar, como finalmente ocurrió. Quienes se quedaron vieron cómo el gobierno incumplía una y otra vez sus promesas e iniciaba una campaña de represión cada vez más dura. Como tantas veces ha ocurrido en períodos revolucionarios, los dirigentes de segundo nivel pugnaban por mostrar su fidelidad al poder con un mayor número de ejecuciones, de deportaciones y de encarcelamientos. No es sorprendente que la economía se derrumbara y el nivel de vida cayera de forma radical.

En 1958 Mao decidió dar su salto adelante. Hasta entonces, gran número de campesinos se habían opuesto a integrarse en las explotaciones colectivas; y, si finalmente, lo habían hecho, había sido mucho más por la fuerza que por el convencimiento. Y, como era de esperar, las comunas funcionaban muy mal. No se trataba sólo de que los campesinos no tuvieran el menor incentivo para ser productivos. Los trabajadores a lo que se obligó a trasladarse al campo en muchas ocasiones no tenían la menor experiencia en las actividades agrícolas. Y, con frecuencia, las decisiones de los dirigentes eran absurdas. Los fracasos no se atribuían, sin embargo, a su propia incompetencia, sino a la «falta de espíritu revolucionario» de muchos trabajadores, que se trataba de corregir con medidas aún más represivas.

Por otra parte, se ideó un modelo de industrialización socialista muy distinto del soviético. Por ejemplo, para producir acero, se optó por evitar la creación de grandes factorías, se decidió que cada comuna tuviera su pequeño alto horno y se forzó a empleados administrativos, profesores o antiguos comerciantes a trabajar en ellos. El resultado fue, como era de esperar, lamentable; y, a pesar de ello, se estima que en todo el país se creó cerca de un millón de estas curiosas pequeñas fábricas.

Las consecuencias del gran salto adelante fueron terribles para la población china El hambre se adueñó del país y el número de muertes causadas por ]a mala alimentación, especialmente en el período 19581962, alcanzó niveles increíbles. Como es habitual en estos casos, no disponemos de estadísticas precisas, pero las cifras que manejan los historiadores oscilan entre los veinticinco y treinta millones de fallecidos -que se calcularon en los primeros estudios- y los cuarenta y cuarenta y cinco millones de muertos que señalan investigaciones más recientes.

Esto provocó, como es lógico, disensiones y luchas internas en el propio partido comunista. Pero Mao logró mantenerse en el poder, tachó a sus críticos de conspiradores burgueses y en 1966-1967, para reforzar su propia posición, lanzó su Gran Revolución Cultural, que supuso una nueva tragedia para el país. Habría que esperar a 1977, un año después de la muerte del viejo líder, para que un equipo encabezado por Deng Xiaoping diera un golpe de timón, reconociera lo absurdo de las políticas del pasado e inaugurara una época que convertiría a China en una de las grandes potencias económicas de nuestros días y conseguiría que su población alcanzara un nivel de prosperidad imposible de imaginar en los tiempos de aquellos terribles experimentos colectivistas.

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