Uno de los debates más importantes de la década de 1920 en el campo de la economía fue, sin duda, el que tuvo lugar en Gran Bretaña con respecto a la conveniencia o no de que el país volviera al patrón oro y de que la libra esterlina recuperara la paridad oro que tenía en 1914. Decidir una u otra cosa implicaba la adopción de políticas económicas muy diferentes. La historia es la siguiente. Tras un siglo de estabilidad monetaria, los precios habían subido de forma sustancial en Gran Bretaña en los años de la guerra; y esto significaba una devaluación de facto de la libra. ¿Tenía sentido que, unos años después, esta moneda recuperara su valor de preguerra? En favor de tal política estaba el hecho de que la City de Londres era el principal centro financiero del mundo; y una devaluación de su moneda significaba que quienes eran propietarios de títulos o depósitos en libras iban a experimentar pérdidas y que su confianza en la libra y en la City se deterioraría de forma segura. Había razones, por tanto, para defender esta estrategia. Pero los argumentos en contra eran también muy poderosos. Revaluar la libra significaba adoptar tina política deflacionista, que obligaría a reducir los precios; y entre estos precios estaban los salarios. La economía británica, en efecto, sólo podría ser competitiva si la caída de precios iba acompañada de una reducción de los salarios monetarios. En principio, una reducción salarial no debería ser negativa para los trabajadores si el nivel de precios caía en la misma proporción que sus ingresos monetarios. Pero la experiencia nos enseña que la gente prefiere, generalmente, ganar más libras -o más eurosaunque los precios suban un poco, a ganar menos libras -o menos euros-, aunque los precios se reduzcan. En su Breve Tratado sobre la Reforma Monetaria y en diversos escritos posteriores, Keynes analizó estos problemas a lo largo de toda la década de 1920. Muy contrario al restablecimiento del patrón oro, Keynes pensaba que si la economía británica necesitaba una reducción salarial para ser competitiva, la mejor forma de conseguirla era mediante una cierta inflación, ya que los trabajadores, al menos al principio, no percibirían que sus ingresos reales estaban caven do. En otras palabras, el consejo era: mejor engañar un poco que pedir a los trabajadores que acepten cobrar menos libras. No fue ésta, sin embargo, la política por la que finalmente se optó. En 1925 el gobierno británico, con un ministro de hacienda llamado Winston Churchill, decidió volver al patrón oro. Y en mayo del año siguiente el país sufrió una huelga general que tuvo efectos muy graves en la economía y la política del país, al que sólo la solidez de las instituciones británicas salvó del desastre. La experiencia, ciertamente, no fue afortunada; y no duró mucho, ya que la depresión de los años treinta acabó Billetes de libras con la cara de Isabel H. llevándose por delante el patrón oro en Gran Bretaña ven los principales países del mundo. Pero, ¿realmente el gobierno se equivocó y era Kev nes quien tenía la razón? Es dificil contestar de forma clara a esta pregunta. Entre otras cosas, porque el tema sigue abierto y, cuando discutimos sobre el ajuste sin inflación de las economías europeas tras la última crisis, nos planteamos un problema nmy, sinnilar al vivido por los británicos hace ochenta años. ¿Realmente habríamos hecho mejor las cosas si, a partir de 2007, hubiéramos intentado relanzar la economía mediante una política monetaria más expansiva y más inflacionaria?
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