Durante los últimos años, las políticas monetarias “extraordinarias” se han vuelto tan ordinarias, que ni la Eurozona ni prácticamente ninguna economía desarrollada pueden sobrevivir sin ellas. Esto, que a muchos les parece algo normal, tiene un peligro: la ley de rendimientos decrecientes. Al contrario de lo que ocurre en la FED, el Banco Central Europeo solamente tiene un objetivo: mantener los tipos de interés por debajo, aunque en niveles cercanos, al 2%. Y, sin embargo, cada día oímos a un sinfín de analistas afirmar que los tipos no podían subirse por el miedo a las consecuencias sobre las quiebras y la actividad económica.
La realidad es que la economía del viejo continente se ha deteriorado igualmente, con países como Italia o Alemania al borde de la recesión, y las herramientas son cada vez más escasas. No en vano, el BCE acumula en su balance más del 40% del PIB de la Eurozona, mientras la FED llegó a asumir hasta el 21% en su cénit, pero durante el año pasado hizo algunas tímidas subidas de tipos y redujo su exposición hasta el 17% del PIB norteamericano.
Entre medias, como mecanismo de transmisión de esta vorágine monetaria, siempre se han situado los bancos comerciales. Un sector que en su día pidió el QE y, sin embargo, ahora vive uno de los momentos más complejos de su historia. De hecho, en toda Europa estamos viendo algo que muchos nunca imaginábamos: el cobro por los depósitos de más de 100.000 euros y la eliminación del portfolio comercial de depósitos por cuantía inferior.
Recordemos que el negocio principal de los bancos es tomar prestado a corto plazo para prestar a largo. El diferencial de rentabilidades es su beneficio neto y de esta manera es como se genera el llamado multiplicador monetario del sistema financiero.
El volumen de deuda con tipos de interés negativos ha descendido ligeramente en las últimas semanas, pero ha llegado a suponer un volumen de 17 billones de dólares a nivel mundial. Por otra parte, El QE y los tipos de interés negativos han cercenado la rentabilidad del sector financiero. No en vano, el índice Stoxx Banks ha perdido un 40% desde la entrada en vigor de estas políticas monetarias.
La banca española no es inmune. El margen de intereses, su negocio core, y el EBITDA, han decrecido un 11,8% y un 7,2% desde 2015, respectivamente. Esto, a pesar de acometer uno de los mayores ajustes de toda la Eurozona: casi 50.000 empleados y 5.000 oficinas menos desde el estallido de la crisis.
El rescate al sector financiero en España fue un acierto. Especialmente, porque supuso un incentivo a llevar a cabo el ajuste que requería con el paso de los años. Sin embargo, la política monetaria ha cercenado cualquier posibilidad de crecimiento de un sector que ahonda en el inmovilismo y avanza hacia un camino sin salida. La razón es clara: ¿qué empresa de cualquier lugar del mundo puede sobrevivir si el precio de referencia para sus productos es de 0? Ninguna. Tomar prestado a corto plazo al 0% y prestar a largo al 0% es un negocio ruinoso, especialmente cuando el riesgo sigue existiendo y la economía entra en una fase depresiva en la que hay falta de proyectos rentables.
El fenómeno que hemos visto en España ha ocurrido en prácticamente todos los lugares del mundo en los que se han aplicado las mismas políticas monetarias que en Europa: Japón, Estados Unidos, el resto de Europa… ¿Casualidad? No. Causalidad. Las políticas monetarias no convencionales tienen efectos secundarios, y uno de ellos es la pérdida de opciones a la hora de invertir el ahorro.
La realidad, como demuestran Carlo Altavilla et AL. en Economic Policy, entre otros, es que los niveles de ingresos y de rentabilidad de la banca están, tras varios años de expansión económica, en una situación similar a la de la crisis. Dicho de otra manera, si alguien no se ha recuperado del shock económico de 2008 ha sido la banca.
Como cualquier otra empresa, un banco tiene que dar beneficios. Tras el proceso de ajuste sectorial llegó el incremento de ingresos vía comisiones bancarias. Y ahora, que eso sigue siendo insuficiente, llega la vuelta a la generación de rentabilidad del negocio principal. Y, como es un sector excesivamente regulado y en el que se ha buscado la competencia, la banca se ve abocada a cobrar por los depósitos. Puro efecto cadena.
Los únicos ganadores de la política monetaria no convencional han sido aquéllos con la máxima calidad crediticia y, por lo tanto, quienes realmente se han beneficiado del acceso a crédito en condiciones claramente ventajosas. Pero ni la banca, ni el ciudadano de a pie se ha beneficiado de ella.
Puede que un tipo de interés al 15% pudiera parecer abusivo. Pero tenía, como contrapartida, depósitos al 13%. De esta manera, todos teníamos la posibilidad de ahorrar y tener una rentabilidad de sus ahorros asociada al riesgo que quiséramos asumir. Ahora, la rentabilidad es extremadamente baja y el riesgo desconocido.
Los desincentivos de esta política monetaria no sólo han sido al ahorro, sino también a la evolución económica en general. Sirva como ejemplo el precio de muchos bienes, especialmente inmuebles materiales, que mantienen unos precios por las nubes al calor de un crédito barato. Desde el año 2013, una evolución pobre de la inflación, que acumula un crecimiento del 5,5%, esconde bienes de primera necesidad y elevado apalancamiento con crecimientos superiores al 20%, como es la vivienda, a nivel europeo.
En plena desaceleración, y sin apenas palancas políticas que accionar, en Europa aún no hemos conocido el efecto de otro de los excesos de la política monetaria. Mientras que en Estados Unidos el volumen de compras de la FED nunca superó las emisiones netas de los estados, en la Unión Europea llegó a triplicarla. Esto implica una pérdida de sensibilidad del estado real de los mercados secundarios, que podrían estar huyendo de una deuda que consideran de elevado riesgo. Según la empresa de inteligencia de mercado EPFR, en los últimos tres años Europa podría haber registrado una salida neta de capitales privados de 150.000 millones de euros.
La consecuencia, en definitiva, de la prolongación ad infinitum de las políticas monetarias extraordinarias es la denominada represión financiera: Reducir, a través de una rentabilidad baja para el riesgo asumido, las opciones del ahorrador a productos financieros que requieren apalancamiento. Y, en este proceso, es donde nos encontramos con la desaparición (o cobro) de los depósitos. Algo que, por otra parte, no supone un game changer en el mercado. Según Inverco, las familias españolas solamente han aumentado su exposición sin riesgo a depósitos transferibles, aquellos con los que se puede comerciar antes del vencimiento, que han crecido a ritmos de doble dígito anual. El resto de depósitos, el que contrata el ciudadano de a pie, han decrecido a un ritmo medio del 18% desde el 2015.
La política monetaria está entrando en una fase de no retorno, en la que cada vez será más complicado salir. La rueda económica no comienza a girar gracias al consumo (demanda interna), sino al ahorro, que permite canalizar recursos ociosos hacia proyectos que mejoran la productividad económica. Sin posibilidades de ahorro, y con una economía que avanza hacia la japonización, las perspectivas de inversión se reducen a la acumulación del capital obtenido a través del trabajo. Cualquier otra alternativa supone un elevado riesgo, y, con los primeros síntomas de falta de liquidez en mercados interbancarios, también una elevada volatilidad.