El 23 de abril, fecha conmemorativa vinculada a Shakespeare y a Cervantes, la ONU celebra una cumbre sobre el idioma español y el inglés por su relevancia histórica y actual, en un clima de multilingüismo en un mundo, inevitablemente cada vez más globalizado. Con 557 millones, el castellano es la tercera lengua más hablada (segunda, contando a quienes lo tienen como lengua materna), tras el inglés (1.121 millones) y el chino mandarín (1.107). Así, representa a día de hoy el 7,6% de la población mundial.
En Europa, el inglés es la lengua franca, por delante del francés y el alemán, pese a que la Unión Europea emanó de estas dos potencias. Por supuesto, también supera ampliamente al español. No obstante, el brexit constituye una oportunidad única de cara a que otros idiomas pudieran coger el relevo en cuanto a importancia, dado que el estatus de idioma oficial del inglés quedaría relegado a Irlanda y Malta, y el peso económico y político que lleva aparejado menguaría considerablemente.
Todo indica que la salida del Reino Unido será final e irrevocable. Sin embargo, no parece que el español esté avanzando en lo relativo a estudio o uso entre los estados miembros, que con frecuencia miran con mejores ojos el alemán, por ser la lengua de quienes dirigen la política económica de la UE, o el francés, clásico de la diplomacia y las relaciones internacionales y que vivirá un resurgimiento con los cambios demográficos que se avecinan en África subsahariana.
Estas luchas por la hegemonía lingüística han de enmarcarse en un paisaje de gran pluralismo, donde el conocimiento de idiomas, además de útil para recorrer los todavía 28 estados miembros, contribuye a mejorar las perspectivas económicas de sus ciudadanos. Como recoge Eurostat (2017), el 41,6% de los desempleados en la UE no conocen ninguna otra lengua aparte de la materna, mientras que aquellos que hablan tres o más apenas suponen el 6,7% de los parados.
Por tanto, en un continente donde el poliglotismo es sinónimo de empleo, la carencia idiomática castiga especialmente a países como el Reino Unido o España, situada por encima de la media europea, con un 50,6% de sus parados que únicamente habla español, un 31,7% que sabe un idioma más, un 14% que sabe dos y solo un 3,8% que domina tres o más. Un fenómeno que se da en toda la UE, salvo en un grupo de países cuyos desempleados son plurilingües, pero no por tratarse de una anomalía estadística, sino porque en estas naciones la amplia mayoría de sus ciudadanos domina múltiples lenguas. Por ello, este conocimiento deja de ser una ventaja competitiva a la hora de encontrar un trabajo. Es el caso de los Países Bajos, Noruega, Luxemburgo o Suiza, donde más del 40% de los empleados se desenvuelven en al menos tres idiomas.
Mucho le queda por recorrer a España hasta tener ese bendito problema Hasta entonces, más le vale dar un golpe de autoridad y postular el castellano como serio candidato a sustituir el inglés en la UE. La razón contundente es, que frente al francés, es la tercera lengua más hablada del globo. Dado el poco éxito de nuestra educación lingüística, la alternativa (dominar el francés o el alemán) raya con una meta imposible.