Videovigilancia
18 de abril de 2021

Cuando la seguridad se convierte en una obsesión, la libertad de la persona queda secuestrada. Hoy el totalitarismo anda sobrado de señuelos para seducir a quien no esté advertido e infundirle un miedo atroz. Pueden hacernos creer que el mejor modo de protegerse es convertirse en masa y ser dócil a lo que nos diga quien manda. Por ejemplo, los políticos han inducido el miedo a la pandemia hablando por boca de ganso con una información sesgada, y a veces mentirosa, que oculte sus errores. No eran expertos acreditados, pero sabían manejar el temor ante lo desconocido en televisión.

Algo parecido puede ocurrir con el abuso legal de las cámaras para, supuestamente, salvaguardar nuestra seguridad. La videovigilancia aumenta de modo exponencial en casi todos los países y consigue que la población se sienta segura. Sin embargo, la realidad es que a través de las cámaras apenas se previene la criminalidad, aunque también es cierto que ayudan a resolver delitos ante la justicia.

El riesgo de tantas cámaras puede ser preocupante cuando la grabación incorpora métodos de reconocimiento facial mediante inteligencia artificial. Este sistema puede servir para descubrir a malhechores que deambulan por la calle. El problema surge cuando los datos los maneja un chantajista o, lo que es peor, un político ávido de ejercer un control ideológico sobre la población. Entonces, la posesión de esa información constituye un riesgo grave para la privacidad.

Fuente: Actualidad Económica

Las imágenes que recogen las cámaras que nos siguen, sean a las que se concurre o establecimientos que se frecuentan (espectáculos, templos, consultas médicas, playas, etc.), son procesadas por la inteligencia artificial y, a menudo, ayudan a obtener veredictos temibles, como considerarme un individuo antisocial peligroso. Yo no quiero que un Gobierno me tenga identificado cuando estoy fuera de mi casa ni que me pueda clasificar, mediante la interpretación “inteligente” de unas grabaciones, como ciudadano afín o contrario al Gobierno.

Que Google sepa más que yo de mí mismo me exaspera, pero soy yo quien utilizo ese buscador y el que les autorizo para seguirme. Lo terrible es cuando, sin dar ningún permiso, capturan lo que hago y ponen etiquetas de referencia a mi persona en función de mis conductas. Esta intolerable intromisión en la intimidad frena la libertad, porque un comportamiento no puede ser el mismo si uno se sabe espiado cada vez que sale de su domicilio.

Esto que les cuento ya ha comenzado a suceder en China, incluso para medir el grado de atención de los alumnos dentro del aula… ¡pobres niños! El coloso asiático es el campeón de los desarrollos en vigilancia. Sin embargo, nuestro ranking de hoy se refiere a las mayores ciudades de los países de la OCDE, por ser más comparables a las nuestras. Londres es la capital con más cámaras con circuito cerrado de TV (CCTV), con 399,3 ¡por kilómetro cuadrado. Le siguen París (254,6), Guadalajara de México (170) y
Barcelona (71,0). En el extremo opuesto se encuentran Melbourne (0,9), Busan de Corea (1,0) y Montreal (3,0).

El índice de criminalidad no está asociado a la densidad de cámaras. Así, Londres, a pesar de ser la que tiene más cámaras, es la quinta con más delitos entre las 26 ciudades contempladas. Concluyo afirmando que sin privacidad no hay libertad y que el precio a pagar por una falsa sensación de seguridad puede ser excesivo. ¡Exijamos que nos espíen menos y seremos más libres!

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