Una revolución cultural en ciernes
1 de julio de 2020

Como hemos podido observar recientemente a lo largo y ancho del globo, los efectos y consecuencias sociales de las crisis sanitaria y económica ocasionada por la pandemia de la COVID-19 no se han hecho esperar. En unas sociedades aún lastradas por la crisis financiera del 2008, en las que el temor a una nueva recesión económica y la acuciante inestabilidad internacional ya eran factores de riesgo, se ha desatado una situación sin precedentes, que resaltará las fracturas y vulnerabilidades existentes. En el descrito contexto, el coronavirus ha jugado como una especie de acelerador de la historia, adelantando acontecimientos que preveíamos que ocurriesen a medio plazo en esta década. Esto se ha traducido en un ambiente crispado y virulento, en el que se respira una sensación de malestar e inconformismo que pone en entredicho las reglas de juego básicas de nuestra democracia.

En este momento de subversión y descontento generalizado deben enmarcarse los incidentes ocurridos en Estados Unidos, los cuales han abierto un “debate” (uso el entrecomillado porque las acciones observadas en las últimas jornadas nada tienen que ver con las particularidades y propiedades que exige el debate en democracia) histórico y cultural. De la disputa racial originaria, ha surgido un nuevo movimiento revisionista sumamente ortodoxo que, siguiendo las tácticas y estrategias de grupos fundamentalistas islámicos, busca generar una especie de revolución cultural, un ejercicio de neo-constructivismo (o destructivismo, mejor dicho) atroz. Tal problema no se ha atajado con la profundidad necesaria, y se ha operado dentro del marco ideológico preestablecido por estas fuerzas disruptivas, la tónica general en las últimas décadas.

Al igual que la problemática racial, que no se ha abordado desde el ángulo correcto, el revisionismo histórico ha sido utilizado por la izquierda jacobina americana como parte de su retórica identitaria, que busca movilizar a la población mediante la lucha entre las supuestas clases opresoras y las oprimidas. Realmente, ni la causa racial ni la ciencia histórica suponen una verdadera preocupación para estos grupos, pues el objetivo de su hoja de ruta política es el establecimiento de un orden represor y antihistórico por naturaleza.


Ni la causa racial ni la ciencia histórica suponen una verdadera preocupación para estos grupos


Por desgracia, los problemas descritos no se circunscriben exclusivamente a la política norteamericana, sino que a ellos se enfrentan todas las democracias occidentales, tal y como ha demostrado su veloz propagación. Esta exportación del fenómeno denota principal y sumariamente tres cuestiones:

1ª La relación entre estos actos y la causa que decía legitimarlos, a saber, la desigualdad racial y la brutalidad policial en EE.UU., es meramente discursiva. Su vinculación solo atiende a un ejercicio maquiavélico de cinismo por aquellos que buscan impulsar estas acciones violentas. 2ª Estos acontecimientos demuestran la erosión de las democracias liberales y de la civilización occidental en su totalidad, que nada tiene que ver con cuestiones raciales, sino con una serie de valores y principios. 3ª Suponen un paso adelante en el plan de actuación de las fuerzas socialistas radicales que, mediante la confrontación y la disputa, aspiran a reconstruir el orden liberal democrático para hacerlo más proclive y amable a sus políticas totalitarias.

Dada la gravedad del problema, se debe tratar de ofrecer una respuesta eficaz y contundente, alejada de posiciones tibias y desorientadas moralmente. En el caso de la pandemia iconoclasta que estamos sufriendo, se han de realizar una serie de esfuerzos por centrar el debate, dado que la mayoría de respuestas han ido dirigidas a defender y exaltar el legado histórico de la persona o institución atacada. El error aquí reside en creer inocentemente que los ataques contra figuras como Cristóbal Colón, Winston Churchill o Thomas Jefferson, entre otros, se hallan fundamentados en una crítica histórica, en vez de verlo como un acto instintivo de tribalismo irracional que interpreta a estos símbolos como representantes de la tradición del orden que pretenden reconvertir. Ante el reduccionismo y relativismo ideológico de estos movimientos, la defensa de la historia como disciplina básica para el porvenir de la humanidad constituye una tarea hercúlea. Lo que precisamente buscan estos grupúsculos consiste en la creación de un sistema de tintes mesiánicos y esencialmente posmoderno, que rompa con cualquier vinculación con el pasado, o por lo menos, hasta que estos mismos actores no orquesten y realicen uno a su medida. En definitiva, se busca la creación de un Estado ortodoxo y dogmático que guarda inquietantes similitudes con las sociedades teocráticas del Antiguo Régimen. Tales ideas se encuentran capturadas en el himno mismo de La Internacional socialista: “La tierra será el paraíso patria de la humanidad…”.

El pretexto de todo ello radica en la caída en desgracia de la Unión Soviética, tras la cual, las izquierdas radicales quedaron diseminadas en diferentes cultos sectarios huérfanos del referente unificador que encarnaba Moscú. Sin embargo, la renovación narrativa de abandono de la lucha por la plusvalía y la asunción de políticas identitarias va encaminada a intentar superar la citada orfandad mediante una revolución intestina, que concluya con la fundación y ensalzamiento de una nueva Iglesia Universal Marxista, proceso alejado de la insurrecciones coloridas y sangrientas del pasado, y que se llevará a cabo, o se está haciendo ya, de manera sibilina, metódica y silenciosa.

Desafortunadamente, el contexto actual se muestra propicio para que tal empresa prospere, con las fuerzas socialdemócratas desaparecidas, los conservadores aislados y caricaturizados, y los liberales desorientados y fagocitándose entre sí. Todo ello aderezado con una sensación general de pérdida de fe en los valores democráticos y republicanos.

Parece que nos encontramos en el preludio de una guerra de religión posmoderna, en la cual los bandos se dividirán entre aquellos que aún tengan el coraje de defender la libertad y la razón, y aquellos que abanderen el oscurantismo y la ortodoxia ideológica.

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