Una guerra en la que todos perdemos
10 de marzo de 2018
Por admin

Una nueva oleada de nacionalismo económico recorre el mundo desarrollado. Se trata de un fenómeno viejo que está cobrando vida sin importar si los gobiernos o los partidos políticos son de izquierdas o de derechas. Así viene ocurriendo en Gran Bretaña con el Brexit, en Alemania con el primer partido de la oposición (Alianza para Alemania), en Italia con los partidos ganadores de las elecciones parlamentarias y en Estados Unidos (EEUU) con Donald Trump.

El jueves, Trump aprobó aranceles sobre el acero (25%) y el aluminio (10%), con la excepción de México y Canadá, para proteger estos sectores económicos frente a la competencia internacional en parte por las prácticas de dumping(venta por debajo de costes) que, a la luz de un informe del Departamento de Comercio, realizan China y otros países. La aplicación efectiva de estas medidas abrirá una guerra comercial con las principales potencias exportadoras y tendrá consecuencias negativas sobre la productividad de EEUU, su industria manufacturera, la inflación y los tipos de interés. China y Europa ya han amenazado con duras represalias a las medidas proteccionistas del presidente estadounidense, mientras las exportaciones, de ambas zonas geográficas, crecen y tienen un elevado superávit comercial frente a Estados Unidos. El gigante asiático teme, además, que el patriotismo económico de Trump se extienda a otros productos que van desde las lavadoras a los paneles solares.

De hecho, las medidas proteccionistas de Trump no cuentan con el apoyo ni del Congreso ni del Partido Republicano. Ello se debe, entre otros motivos, a que este tipo de políticas se suelen aceptar mejor cuando hay crisis económicas, para intentar mantener los puestos de trabajo. Sin embargo, ahora en EEUU no hay crisis, la economía lleva muchos años manteniendo un tono muy positivo y claramente expansivo. El mercado laboral sigue creando empleo a ritmos muy rápidos y la tasa de paro (4,1% de la población activa) está en su nivel más bajo desde el año 2000. A esta situación de bonanza hay que añadir los estímulos fiscales (una bajada del impuesto de sociedades del 35% al 21%) introducidos por la Administración Trump, que han provocado una revisión al alza en las previsiones de crecimiento del 2,6% al 2,8% para este año.

Es sabido que suelen existir discrepancias entre los economistas, sin embargo, su opinión sobre el proteccionismo es casi unánime. Así, Mankiw, G. y Taylor, M. en su libro Economía (Paraninfo, 2017, pág. 33), recogen una encuesta en la que el 93% de los economistas está de acuerdo en que los aranceles sobre las importaciones normalmente reducen el bienestar general. No se puede olvidar que proteger es eliminar el mejor estímulo que existe para mejorar la competitividad. Por eso no puede extrañar, que esta semana, el principal asesor económico de Trump, Gary Cohn, anunciara su dimisión en protesta por esta política proteccionista. Desde hace décadas el chivo expiatoriode la pérdida de competitividad de las empresas en sectores maduros (siderurgia, automóvil, textil, cemento, naval, etc.) de los países desarrollados es China y otros países de Asia. Hay varios motivos por lo que esto no es una respuesta adecuada:

1 ¿Competencia desleal? Se arguye, en primer lugar, que el gigante chino compite deslealmente porque las condiciones de trabajo son pésimas, sin cobertura social y con unos salarios de miseria. Este argumento parece discutible porque los salarios bajos se deben a que también lo es su nivel de vida, pero a medida que ha ido aumentando la riqueza también lo han hecho sus salarios.

Además, China y otros países asiáticos responden: “Estamos haciendo lo mismo que hicieron ustedes para ser ricos. Nos estamos haciendo ricos a partir del esfuerzo y del sacrificio, es lo que ustedes nos han enseñado y parece que no hay otro camino”. “Incluso llevamos muchos años abriendo nuestras fronteras y basando el crecimiento en la exportación como ustedes nos enseñaron que tenía que hacerse”. Por tanto, la crítica a la competencia asiática y dentro de poco a la africana sólo tiene sentido si olvidamos nuestra propia historia y nuestros consejos a esos países.

2 No es la solución. En segundo lugar, la protección esconde los problemas, pero no los soluciona. Si la desventaja de EEUU con esos países y en esos sectores es de costes, poner una pantalla protectora no soluciona el mal de fondo; lo tapa. Y lo que es peor: lo estanca. Porque en economía no se conoce otro procedimiento para ajustar costes y aumentar la calidad de los productos que la competencia con los demás. El ejemplo de los antiguos países comunistas, incluyendo la China de Mao, debería dejar pocas dudas al respecto.

3 La esperanza comercial. Hay, en tercer lugar, otra razón adicional de mucho peso por la que el proteccionismo frente a países competidores no es la solución. Se trata simplemente de ser conscientes de que son precisamente ellos nuestra mejor esperanza comercial, y por lo tanto, si algún interés tenemos es el de que se desarrollen ¿Para qué? Para que se hagan cada vez más ricos y nos compren lo que nosotros producimos. Si a ellos les va bien a nosotros también.

4 Disparidad en la evolución. Existe evidencia histórica que muestra que los países más cerrados al exterior (menos globalizados) tienden a ofrecer niveles de vida (rentas per cápita) más bajos, a tener un mayor porcentaje de su población por debajo de la línea de pobreza y a disfrutar de menores libertades democráticas. Ello se debe a que el nacionalismo económico genera una estructura industrial retrasada con altos costes para los consumidores, que suelen ser los grandes perjudicados por el patriotismo económico, como el que ahora esgrime Trump: “América primero”. Es preciso recordar que a la globalización le debemos gran parte de nuestra prosperidad; por tanto, la actitud más coherente, en los tiempos que corren, es la de preocuparnos más por el buen funcionamiento de las empresas, el mercado y la economía y menos en donde se ubican las empresas que prestan el servicio.

¿LIBRE MERCADO O PROTECCIONISMO?

Según los partidarios de la libre competencia, el mercado es el mejor mecanismo para lograr una asignación eficiente de los recursos y, por tanto, para que la economía funcione bien y genere prosperidad para todos.

En cambio, las situaciones de intervención generan corrupción e impiden la competencia por lo que reducen la actividad económica. El jueves Donald Trump prometió mostrar flexibilidad ante los verdaderos amigos de EEUU en la imposición de aranceles sobre el acero y el aluminio. Una política de discrecionalidad que va a permitir comprar voluntades y enturbiar el mercado.

Es conocido que cuando las reglas son iguales para todos, los Gobiernos son limpios y democráticos, la administración pública es eficiente, los sistemas fiscales son justos, se suprimen los favoritismos y los trámites burocráticos excesivos, se fomenta la competencia y hay seguridad jurídica, entonces los países están en mejor situación para combatir la pobreza, generando más bienes y servicios y aumentando el empleo, los salarios y el bienestar.

Confiemos en que la subida arancelaria se revierta o al menos no genere una espiral proteccionista en la que todos perderíamos, empezando por EEUU, que estaría cada vez más aislado.

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