Trump y el republicanismo
7 de noviembre de 2020

A los europeos del continente nos admira la continuidad de los partidos políticos en Estados anglosajones, como es el caso del Reino Unido y Estados Unidos. Partidos que se han mantenido durante siglos, como los conservadores británicos, no son algo habitual en el mapa de los sistemas parlamentarios. En realidad, la continuidad es más aparente que real. La clave hay que buscarla en la ley electoral. Un sistema que apuesta por los distritos unipersonales y por huir de la proporcionalidad tiende, por pura lógica contable, a desarrollar modelos bipartidistas. Tanto en el Reino Unidos como en Estados Unidos, los dos grandes partidos son el resultado de complejas coaliciones de grupos representativos de muy distintas sensibilidades que, a fin de cuentas, son conscientes de que tienen más que ganar en ese revoltijo que yendo por libre.

Las denominaciones se mantienen con el paso del tiempo, pero no así los programas. Periódicamente asistimos a giros bruscos en su identidad, tratando de adaptarse a una realidad social inevitablemente cambiante. Figuras como Margaret Thatcher o Tony Blair modificaron las líneas políticas de sus partidos hasta el punto de hacerlos difícilmente reconocibles.

Que el nuevo programa republicano funciona lo demuestra el hecho de que el GOP haya ganado posiciones en la Cámara de Representantes y retenido su mayoría en el Senado. Las elecciones norteamericanas son un buen ejemplo de esta situación. Se ha escrito hasta la saciedad que estas elecciones eran un referendo sobre Trump. Es cierto. Trump asaltó por sorpresa el Partido Republicano y lo refundó, dejando a un lado el legado de Reagan, que había redefinido el conservadurismo norteamericano abandonando el modelo más tradicional representado por Eisenhower, Nixon y Ford. No es este el momento para comparar estos tres modelos, considerablemente distintos, pero sí para reconocer su existencia o, dicho de otra manera, para entender hasta qué punto el conservadurismo estadounidense se reinventa periódicamente ante la aparición de nuevos retos y circunstancias.

Trump tuvo la inteligencia política de comprender que, como efecto del proceso globalizador, se habían producido cambios importantes en la sociedad que estaban exigiendo una respuesta y él la dio. El Partido Republicano cambió parcialmente de base electoral, reuniendo ejecutivos de cuello blanco con trabajadores de mono azul, coincidentes en culpar a la globalización y a la política arancelaria de su suerte. A ellos sumó un bloque que ya se había ido incorporando al partido huyendo del relativismo demócrata. Podríamos definirlos como el bloque de los valores, incluyendo a las iglesias cristianas y parte del voto religioso judío. Sobre estos dos pilares erigió un programa político claramente reaccionario, en el sentido literal del término. Se levantaban contra una política exterior intervencionista y multilateral, contra una política comercial que defendía los mercados abiertos y contra un tsunami cultural que buscaba cambiar la sociedad desde sus creencias más profundas, estableciendo una rígida corrección política. El cocktail no era sencillo, porque muchos miembros del segundo bloque no participaban de los objetivos del primero. Para lograr la necesaria cohesión, Trump optó por aumentar la temperatura política, abriendo un foso entre ambos partidos que contuviera a algunos votantes volátiles.

Durante cuatro años la estrategia dio resultados positivos, aunque el caos gubernamental y las formas presidenciales, o mejor su ausencia, menoscababan la imagen de la Administración. Al final los buenos resultados no fueron suficientes para ocultar, o voluntariamente ignorar, la inaceptable personalidad del presidente ni, sobre todo, la pésima gestión de la pandemia. La suma de ambas circunstancias ha pesado en el último momento para perder algunos estados clave, que sí había conquistado hace cuatro años. Que el nuevo programa republicano funciona lo demuestra, si los recuentos no modifican los resultados provisionales, el hecho de que el GOP haya ganado posiciones en la Cámara de Representantes y retenido su mayoría en el Senado. El trumpismo sobrevivirá a Trump.

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