Tres Nobel contra la pobreza
21 de octubre de 2019

La Real Academia Sueca ha condedido el Premio Nobel de Economía 2019 a Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer por sus trabajos para aliviar la pobreza global. Llena de satisfacción que se haya puesto de relieve un tema de extraordinaria y real importancia frente a la avalancha de literatura sobre la desigualdad que inunda las sociedades occidentales y cuya última novedad es Capital et Idèologie, el nuevo libro de Thomas Piketty. Sin duda, este reafirmará a la izquierda en la conveniencia/necesidad de profundizar en sus políticas igualitarias y proporcionará a muchos de sus conscientes e inconscientes compañeros de viaje argumentos adicionales para insuflar un más acusado giro social al capitalismo, eso sí, para salvarle.

Si bien la desigualdad es un lujo de las sociedades ricas y no es indeseable en ausencia de barreras a la movilidad social, la pobreza es siempre y en todas partes un drama lacerante. Impide a las personas satisfacer sus necesidades básicas y tiende a encerrarlas en una existencia miserable y, casi siempre, breve. Por cierto, esta fue la historia de la humanidad durante milenios hasta la emergencia del capitalismo y su progresiva extensión, lo que a estas alturas del siglo XXI se ha traducido en los menores niveles de pobreza registrados por el mundo desde que está habitado por nuestra especie. Este es quizá el mayor regalo de la economía de mercado a los desfavorecidos de la Tierra.

Sin embargo, el Nobel de economía 2019 produce una cierta decepción. No se ha premiado la obra y la trayectoria de economistas que hayan contribuido a destruir las viejas y malas teorías del desarrollo ni a sentar las bases intelectuales del cambio político-institucional que ha hecho posible una brutal caída de la pobreza en lo que fue el Tercer Mundo. Los galardonados han sido tres académicos con meritorias aportaciones parciales (cómo mejorar los resultados educativos y la salud de los niños en los países pobres), pero sin respuesta a una cuestión básica: cómo las naciones pobres y sus ciudadanos pueden volverse ricas o elevar su nivel de vida de manera significativa. De hecho, Banerjee y Duflo rechazan ese enfoque en su libro de 2011, Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Figth Global Poverty.

De acuerdo con David Henderson, la estrechez de la mirada de los laureados con el Nobel se debe a su método de análisis, el de “experimentos controlados aleatorizados”. Esta endiablada terminología se refiere a la técnica que permite reducir la incertidumbre del análisis económico al eliminar la posibilidad de autoselección. El problema, relativo, es que la muestra de sus experimentos es por definición pequeña. Si bien el Comité del Nobel ha tenido eso en cuenta, también afirma que esos microestudios nos ayudan a entender “las marcadas diferencias de bienestar entre los países de alta y de baja renta”. La objeción es que ese enfoque explica solo en parte el problema, no permite extraer conclusiones más amplias y, en consecuencia, diseñar medidas de alcance general.

Existe una abrumadora, sugestiva y técnicamente rigurosa literatura en la que los asuntos contemplados por Abhijit, Deflo y Kremer en sus investigaciones se enmarcan en una teoría general, esto es, son una de las piezas, no la pieza, para explicar y comprender el puzle para combatir la pobreza. Sin duda, la macro ha de tener sólidos fundamentos micro, pero en un asunto como el de la lucha contra las privaciones materiales severas es vital que dichos fundamentos se integren en una doctrina coherente. De lo contrario, experimentos aislados quizá tengan éxito a pequeña escala, pero su extensión y la multiplicación de sus potenciales beneficios será baja si, por ejemplo, el marco institucional es inadecuado.

Eso es así porque los positivos incentivos generados por microiniciativas similares a las planteadas por los tres Nobel en los campos educativo y sanitario no se materializarán o se verán neutralizados sin un soporte institucional sólido. Por eso, el benigno desprecio mostrado por Abhijit, Deflo y Kremer hacia la Gran Teoría resulta incomprensible o, para ser preciso, constituye un error fundamental. Hace varias décadas, otro Nobel de economía, Douglass C. North, demostró sin lugar a dudas que la riqueza o la pobreza de las naciones no dependen de sus tasas de ahorro e inversión o de su innovación tecnológica. Estas son variables secundarias de otra principal: la existencia de instituciones que estimulan el ahorro, la inversión y la innovación.

En un contexto de frenazo a la globalización y la circulación de capitales, bienes, servicios y personas, de vientos de guerra comercial quizá hubiese sido conveniente conceder el Nobel a alguno de los grandes economistas que han mostrado cómo el libre mercado, la inmigración y el crecimiento son los mejores instrumentos para elevar la calidad de vida de los pobres del mundo. Esto, por otra parte, sería un reconocimiento póstumo y justo a autores como P. T. Bauer que revolucionaron la teoría del desarrollo haciendo pedazos la dominante hasta ese momento, cuya aplicación por los Gobiernos bajo recomendación de los organismos internacionales produjo resultados nefastos para sus beneficiarios/víctimas (por ejemplo, la sustitución de importaciones).

En cualquier caso, hay que valorar de manera positiva la concesión del Nobel de economía a un trío de académicos cuyo programa de investigación se centra en encontrar medios eficaces para luchar contra la pobreza en vez de aplicar su microscopio, permítase la analogía científica, a diseccionar, una vez más, el agotador asunto de la desigualdad. Dicho esto, recuerden algo: esa increíble máquina de hacer el pan, el capitalismo, ha hecho posible que hoy, lunes 21 de octubre de 2019, haya menos pobres en el mundo que en cualquiera era pasada.

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