¿Solidaridad con España?
21 de agosto de 2020

Vox es un fenómeno curioso. El 28 de abril de 2019, el partido consiguió irrumpir en el Congreso de los Diputados con 24 escaños, una cifra nada desdeñable si se tiene en cuenta que, meses antes, estaban dudando si conseguirían penetrar en el Parlamento andaluz. Desde aquellas elecciones andaluzas del 2 de diciembre de 2018, la actualmente tercera fuerza política nacional sería considerada por sus adversarios una amenaza seria en cuanto a votos se refiere.

Tanto en las elecciones del famoso 2D como en las primeras generales de 2019, la formación verde se presentaba como un movimiento liberal-conservador, en el que destacaba su programa económico, donde hablaban en innumerables ocasiones de bajadas de impuestos, recorte del gasto público en aquello que denominaban «chiringuitos», cierre de televisiones autonómicas, etc. En lo social, hacían hincapié en su oposición a la Ley Integral contra la Violencia de Género. Con esta inclinación, Vox logró atraer a millones de votantes y tener, de sobra, un grupo parlamentario propio en el Congreso. En las europeas tampoco les fue mal, así como en algunas comunidades autónomas. Sin embargo, algo empezó a cambiar en las generales del 10 de noviembre del año pasado.

La formación dirigida por Santiago Abascal se percató de que, a pesar de poder captar aún cierto voto del Partido Popular de Pablo Casado, quien, para muchos votantes de «derecha dura», ha supuesto una decepción al (según ellos) no haberse deshecho del marianismo, el margen que tenían en los electores de la derecha era cada vez menor. Así pues, como partido dispuesto a gobernar algún día el país, Vox comenzó a difundir en sus mítines ciertos mensajes que podían atraer el voto de la izquierda descontenta, sintetizados en la frase «Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria», pronunciada por el presidente de Vox en el debate de RTVE del 4 de noviembre, con la que parafraseaba al fundador de las JONS Ramiro de Ledesma. Esta tendencia ha ido reforzándose hasta el día de hoy, y parece estar relacionada con el ascenso del vicepresidente primero del partido y cabeza de lista a las elecciones europeas, Jorge Buxadé. 


Vox comenzó a difundir mensajes que podían atraer el voto de la izquierda descontenta


La búsqueda del voto obrero de la «derecha dura» no es nueva. Con la globalización, varios empleados de sectores como el manufacturero han visto cómo los trabajos que desempeñaban han sido deslocalizados, lo que favorece a los consumidores, que pagan un precio más barato por los productos fabricados. No resulta imposible recolocar a muchos de estos empleados en otros puestos de trabajo. Sin embargo, la probable falta de acción por parte de los gobiernos y la alta tasa de paro estructural española constituyen elementos perfectos para que partidos en auge como Vox calen en estos grupos. Es falso que la globalización y la inmigración, que quizá no se trate más que de una parte de la primera, nos perjudiquen. Nos enriquecen, y mucho. Sin embargo, puede que no se haya sabido trasladar a todos los afectados los beneficios, ni enseñar las ventajas de este mundo interconectado en el que, por fortuna, vivimos. 

En este intento de convertirse, no en un partido de derechas, como el propio Iván Espinosa de los Monteros afirma que no son, sino en un «movimiento patriótico y social», Vox ha emprendido una iniciativa que despeja las posibles dudas sobre su rumbo: la creación de un sindicato, según sus dirigentes, opuesto a los «sindicatos de clase». Ya lo hizo en su día el Frente Nacional Francés, y, electoralmente, tuvo éxito, a pesar de no haber logrado gobernar nunca su nación. Según han declarado líderes como Abascal, su sindicato (al que apoya, aunque no oficialmente, parte del partido) no tendrá ideología y estará centrado en la defensa de los trabajadores españoles. Sin embargo, la realidad no demuestra las palabras del diputado verde, ya que, en su primer vídeo promocional, Solidaridad – nombre que emula al del sindicato polaco de Lech Walesa – deja clara su tendencia: nacionalista, antiglobalización (y por tanto, antiliberal) e identiraria. 

La deriva proteccionista y extremista de Vox podría obtener rédito electoral, pero no les llevará a conseguir el objetivo de cualquier político que se precie: mejorar su país. Puede que les suene idealista, y quizá así sea. Al fin y al cabo, los políticos tienen muchos incentivos para perseguir el voto de los ciudadanos renunciando a las verdades complejas y complicadas de entender y de aceptar. Pero eso es lo que distingue a un político decente: la capacidad para rechazar la mentira, aunque le cueste su cargo.

Nadie sabe si Vox llegará algún día al gobierno de España. Pero sus miembros, sobre todo los más ansiosos por escalar en política, deberían tener en cuenta que ganar sin principios es perder.

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