Secesión suicida
2 de octubre de 2017
Por admin

He seguido en la prensa internacional el coste que puede tener el Brexit, encontrando paralelismos objetivos entre éste y lo que pudiera ocurrir en Euskadi o Cataluña.

En primer lugar, con estos procesos aparece la fractura social. Pocas veces los templados británicos han estado tan divididos y enfrentados por la política. Los insultos entre los partidarios y adversarios del Brexit han roto esa flema que caracteriza a los ingleses. Políticos y ciudadanos, de uno y otro lado, han tenido que soportar descalificaciones como “enemigos del pueblo”, “saboteadores”, “racistas”, “regresad al país de donde vinisteis” (dirigido a británicos de rasgos no occidentales), etc. La tolerancia, una virtud social muy inglesa, se ha transformado en irritación inevitable cuando sale a colación este tema. La tensión que suscita el Brexit en las celebraciones familiares es tal que se pacta a veces un compromiso previo para eludir una polé- mica que se puede cargar la fiesta. Esta convivencia rota no sale gratis, porque empaña la confianza en la sociedad en la que se vive y desincentiva las acciones emprendedoras. Nunca como ahora hablar de política había provocado semejante crispación, quizá porque tampoco hasta este momento la seguridad económica había estado tan amenazada.

Un segundo aspecto es que ahora ya no se puede mentir como antes, cuando las falsedades se conocían un día más tarde y la ira ante el embuste se enfriaba. Vivimos tiempos en los que las redes sociales castigan la estupidez de un modo implacable e inmediato. Un ejemplo es la reprimenda que hizo el responsable de estadísticas de Reino Unido al ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, desautorizándolo por haber difundido el dato, sin contrastar, de que la salida de la Unión Europea liberaría 350 millones de libras para el Servicio Nacional de Salud. En minutos, las redes sociales se hicieron eco de la falacia del excéntrico líder ‘brexitero’ y la imagen de incompetente le desprestigió en toda la nación.

Una tercera implicación es que los secesionistas subestiman el coste de la transición. Cambiarlo todo es muy caro porque, como ocurre en una empresa, hay que diseñar el nuevo modo de funcionamiento y experimentarlo. La desaparición de la referencia sólida de la Unión Europea complica todo, y las improvisaciones consiguientes generan un grave inseguridad jurídica. El riesgo de pasar de ser, de la noche a la mañana, un país solvente a una república bananera resulta insoslayable.

La cuarta consecuencia es que se les hace la vida más difícil a aquellos que, por pensar distinto, no son considerados ciudadanos de primera, con lo que se expulsa al mejor capital humano. Los profesionales excelentes exigen mayor respeto a su libertad, admiten mal las presiones reduccionistas y también son los que antes se escapan, porque encuentran trabajo fácilmente en lugares más comprensivos.

Por último, nos guste o no, el mundo desarrollado es inevitablemente global. Los productos resultan siempre más competitivos con una economía de escala, que permita acceder a los grandes mercados. Configurarse como un territorio pequeño no facilita la masa crítica para muchos bienes, y menos si quienes nos compran tienen que pagar aranceles.

El problema adicional de Cataluña y Euskadi respecto al que supone el Brexit es el de una secesión ilegal, sin el respaldo de una gran divisa. Que cada uno valore si la satisfacción de su emotividad nacionalista compensa la pérdida de seguridad y bienestar que proporciona España. Excitar el sentimiento, sin evaluar las consecuencias, es suicida. 

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