Romance del desamor al tributo
1 de julio de 2017
Por admin

Mi desamor al tributo no es por ser canon, ni carga, ni mucho menos, contribución; la gabela, la tasa, el gravamen o la imposición son simples impuestos sin ton ni son, que entristecen mi ánima porque sólo quieren vaciar mi arcón. 

Es en este año de cumpleaños redondo de la Transición sin el rey Borbón cuando los españoles de media habremos trabajado un total de ciento setenta y ocho jornadas, con sus días y sus noches, para cumplir con nuestros tributos por obligación. El pasado 28 de junio celebramos el ‘Día de la Liberación Fiscal’, sin la fiesta y algarabía que merecía fecha tan especial. Los expertos de ‘Civismo’ resaltan que de media son ciento dos jornadas de nuestro salario las que sufragan nuestras cotizaciones sociales, treinta y seis las que pagan el Impuesto de la Renta de las Personas Fí- sicas, hasta veinticinco para el IVA, once para impuestos especiales, y cinco más para cumplir con otros tributos estatales, autonómicos y municipales, como el IBI, Patrimonio, Sucesiones o Matriculación. Ministros, consejeros, alcaldes y concejales, todos tienen a un Montoro en su cajón. 

Mis arreos son las tasas, mi descanso es siempre pagar; mi cama, las duras gabelas; mi dormir, siempre tributar. Perdido siempre llevo mi color, todos me dicen que lo perdí por ser buen pagador. Viniendo del trabajo, encontré a mi buen recaudador; pidiérame tres estocadas más, luego perdí la color. Dicen de mí que por ser buen contribuyente, perdida sigue mi color, todos me lo dicen entre risas por ser para el Estado una magnífica fuente. 

No quiero una Hacienda tan celosa que hurga a diario en nuestra trastienda. No me gustan los impuestos de tanto letrado que ejecutan con un tono que siempre suena a dictado. Para cuando una tierra sin tanta regulación, sin un gigante como administración, a la que le guste menos la tributación. 

En las jornadas que nos restan, tras sufrir de la legión de vampiros su visita, seremos libres para crear riqueza o gastar nuestros haberes sin tristeza. Otro día de mañana, cartas de lejos nos traerán; tintas vendrán de fuera, de dentro escritas sin ningún albarán, que el Estado recaudador muerto está. Cuando tal oigamos, muerto en el suelo nos hallaremos por ser real nuestro sueño. Entonces quemaré el pergamino de aqueste romance que he escrito cuando a Hacienda iba de camino.

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