Políticas municipales
3 de septiembre de 2018
Por admin

Una de las grandes virtudes del sistema político de los Estados Unidos es la existencia de frenos y contrapesos que limitan la discrecionalidad de los gobernantes a la hora de aprobar cualquier medida económica o reforma legislativa. Por una parte, el poder se divide entre la administración federal y la de los estados; por otra, existen dos cámaras legislativas, que no siempre tienen la misma composición partidaria, y los representantes y senadores no son simplemente voces obedientes al líder de su grupo, sino que gozan de una independencia desconocida por estas tierras. Y, por fin, existe una administración de justicia que puede controlar tanto al Ejecutivo como al Legislativo. El presidente de Estados Unidos es, como tantas veces se dice, el hombre más poderoso del mundo. Pero tiene que negociar continuamente con el Congreso para conseguir el apoyo de sus miembros, que no siempre tiene garantizado, ni siquiera entre quienes pertenecen a su propio partido. Y esto es lo que hace que la democracia funcione.

La otra cara de la moneda la encontramos, por desgracia, en el mundo político español, especialmente en determinados grupos de la izquierda. Recientemente Sánchez se ha planteado reformar la Ley de Estabilidad Presupuestaria para poder elevar el nivel del gasto público y conseguir con ello las ayudas políticas que necesita para mantenerse en el poder. Pero la aprobación de tal reforma exige el apoyo de las dos cámaras del Parlamento, que, hoy por hoy, el Gobierno no tiene. ¿Qué hacer entonces? ¿Negociar y tratar de llegar a un acuerdo? No, ciertamente.

Como Sánchez no controla una de las cámaras, el Senado en concreto, decide intentar cambiar la ley y privarla de parte de sus competencias. Y se queda tan tranquilo. El cinismo ha llegado a un grado tal que desde Podemos se ha afirmado que el hecho de que el Senado pueda frenar la reforma es una “anomalía democrática”. Lo que no es democrático, sin embargo, es modificar una ley para eliminar la voz de la oposición.

Ellos lo saben, ciertamente; pero no creo que les importe lo más mínimo. 

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