Mario Vargas Llosa: “Un escritor tiene la obligación moral de expresar su opinión”
26 de mayo de 2019

Cuando Mario Vargas Llosa apareció en el vestíbulo del hotel, lo hizo con una amplia sonrisa, un saludo para los allí presentes y una disposición plena para realizar la sesión fotográfica. Después, en el cara a cara, el Nobel de Literatura demostró que la palabra es su principal arma de seducción. De carcajada fácil, con un tono cercano y una forma de hablar pausada y rítmica por su acento limeño, el escritor recordó algunos pasajes de su vida. Desde los primeros libros que leyó siendo un niño hasta su decisión de convertirse en escritor profesional, pasando por sus experiencias en Perú, Gran Bretaña, Suiza, Francia y España, países en los que ha vivido.

Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936) también habló de literatura, de política y de ese compromiso social que siente como intelectual y que le lleva a realizar múltiples viajes y participar en diferentes actividades para defender las ideas y valores que él considera imprescindibles en una democracia. “Me parece que es la obligación moral que tiene un escritor”, afirma Vargas Llosa, que el pasado lunes estuvo en Pamplona invitado en un acto de Think Tank Civismo, en el que junto a la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo, alertó de los peligros del nacionalismo.

Se ha postulado como detractor de los nacionalismos. ¿Por qué?
Esa es la palabra exacta. Soy un detractor. El nacionalismo es una herencia tribal, muy remota, que parte de una irrealidad. No es cierto que en algún momento existió una sociedad homogénea en la que todo el mundo hablaba la misma lengua y tenía las mismas creencias y costumbres. Eso no existió nunca, es una fantasía que arrastramos a través de los siglos. Después de la
religión, el nacionalismo es la razón de las peores matanzas, de las guerras. Un dolor que sobre todo ha sufrido Occidente. Y hay que combatirlo con razones, ideas y argumentos, algo que el nacionalismo no tiene porque nace de unas emociones que se convierten rapidamente en un fanatismo.

Por el contrario, reivindica el pensamiento liberal, tanto públicamente como en La llamada de la tribu, su último libro.
El liberalismo es inseparable de la libertad y ha sido la gran locomotora de la democracia Ha enriquecido la democracia con una política económica que tendía a crear riqueza y trabajo. Hoy somos conscientes y sensibles a los derechos humanos, la igualdad de género y de oportunidades, la responsabilidad frente a la pobreza y el desempleo. Estas reformas tienen un origen liberal. El liberalismo ha dado a la democracia ese contenido social que al principio no tenía.

Premio Nobel de Literatura en 2010, escritor consagrado y reconocido en todo el mundo, ¿por qué ha querido hacer de La llamada de la tribu una autobiografía intelectual e ideológica?
Porque he tenido un tránsito ideológico importante. Yo de joven era comunista. Nací en una época en la que había dictadores de un confín a otro de América Latina. Estuve un año en el partido comunista y, como eran tan stalinistas, me autoexpulsé. Pero me convertí en un socialista radical, muy convencido, sobre todo, con el apoyo a la revolución cubana que tuvo gran impacto. Poco a poco, las experiencias vividas, las decepciones sufridas y la formación de un espíritu crítico, imprescindible en todo ser humano, te hace ver que las cosas no son tan idealistas como las sientes de joven. No era el paraíso que pintaban y la merma de libertades era evidente. La experiencia me fue convenciendo de que no es posible poner a todo el mundo de acuerdo, que es fundamental que haya transacciones y consensos.

¿Fueron sus inquietudes sociales y sus reivindicaciones las que le llevaron a ser escritor?
Había mucho de locura en querer ser escritor en el Perú de los años cincuenta. Algo impensable por cuestiones políticas y familiares. Cuando me fui a estudiar a la Universidad de San Marcos en Lima me matriculé en Letras y en Derecho. En Letras, por vocación. En Derecho porque mi entorno me dijo que tenía que estudiar una profesión con la que ganarme la vida y que tuviera reconocimiento social. Pero es cierto que nací y viví como escritor en una época en la que era imposible que un escritor pudiera desligarse de preocupaciones políticas y sociales. Sólo había dictaduras en aquella época y era muy difícil no sentir la necesidad de participar en política.

Entonces, ¿cuándo se dio cuenta de su vocación?
Empecé a escribir por lo que significó para mí aprender a leer. Fue una experiencia que me marcó. Aprendí a leer cuando tenía 5 años y fue una verdadera revolución en mi vida. En aquella época, los niños no teníamos cómics, leíamos novelas. Yo leí a Julio Verne, Emilio Salgari, Alejandro Dumas y su serie de los mosqueteros. Más tarde, me marcó la literatura del siglo XIX, las grandes novelas de Victor Hugo, Dickens, Balzac. Empecé a escribir desde niño, primero como un juego y, más tarde, con cierta seriedad. Escribí mis primeros cuentos con 15 años y continué escribiendo en la universidad. No fue nada fácil para un joven peruano decir que iba a ser escritor, no sonaba nada bien. Pero lo conseguí. Mi llegada a España en 1958 fue el detonante.

¿Qué ocurrió?
Llegué a Madrid con una beca concedida por la Universidad de San Marcos y el Banco Popular de Lima. Pronto me enteré de un concurso literario en Barcelona y presenté unos cuentos que tenía escritos. Gané el certamen y fue la primera vez que vi un libro mío publicado.

Ese libro de relatos, titulado Los jefes, fue la antesala de La ciudad y los perros, su primera novela publicada en 1963. Desde entonces, no ha parado de escribir y recibir galardones. El Premio Nobel de Literatura, ¿marcó un antes y un después en su carrera literaria?
En mí, como persona, creo que no. Lo recibí en 2010 cuando ya era un hombre más que formado, así que no creo que haya afectado mayormente ni en mi persona ni en mi formación. Para la difusión de mis libros, pues claro que afectó, de forma grata. Un Nobel promueve muchísimo la circulación de libros y en esto sí que noté un impacto enorme. Pero en lo que yo soy como escritor, no tuvo mayor efecto.

Ficción, ensayos, cuentos, obras de teatro… ¿cómo surge cada uno de sus libros?
Generalmente todos los libros que he escrito han nacido de experiencias personales que, por una razón u otra que para mí es misteriosa, dejan unas imágenes en la memoria. Igual llevan tiempo ahí, hasta que, de pronto, son fecundadas desde el punto de vista de la creación. Me empiezan a sugerir imágenes, luego personajes, más tarde historias o situaciones. Si le digo la verdad, no creo que haya escrito nunca un libro planteándome intelectualmente los personajes. Igual me ocurre así porque esas experiencias personales tocan algún fondo central subconsciente, pero es un proceso que nunca llego a entender: por qué ciertas experiencias dejan una huella que surge tiempo después y por qué otras no llegan a despertar mi curiosidad.

Lleva seis décadas dedicado a la literatura y atesora una extensa bibliografía. ¿Ha pensado alguna vez que ha llegado el momento de parar y descansar?
Ni estoy cansado de escribir ni me siento mayor …(risas). No me lo planteo. Siempre he sido muy disciplinado. Trabajo todos los días, mañana y tarde. Mi mente tampoco para. No sé, de repente, algo veo , algo siento o algo escucho que mi memoria empieza a dar vueltas. Gustave Flaubert decía que escribir es una manera de vivir y creo que es lo que me ha ocurrido a mí. Escribir no lo siento como un trabajo. Es un gran placer, aunque me cueste esfuerzo. ¡Hombre, hay días que apenas avanzo, al contrario, retrocedo!

Comienza con una idea o una imagen en su memoria. Desde ahí hasta el final del libro, ¿se marca un tiempo?
No, no, para nada. Bueno, en los artículos que escribo en prensa, sí marco tiempos. Pero ante una novela, no. La novela se termina cuando tengo la sensación de que ya no puede ser más corregida porque, si lo haces en exceso, empezaría a empobrecer la redacción. Lo que no suelo hacer después de terminar una novela es comenzar otra novela. No me sale así, prefiero escribir un ensayo o una obra de teatro.

¿Le ha ocurrido alguna vez empezar una novela y no poder terminarla?
Nunca. Generalmente, cuando empiezo a escribir un libro ya llevo bastante tiempo trabajando en él y sé que lo voy a terminar. No he vivido esa experiencia que han tenido otros escritores y no sé que se siente. Igual inseguridad, porque yo también la tengo ante cada publicación. La primera versión de una novela me cuesta mucho, pero luego, cuando empiezo a rehacer, puedo estar muchas horas. Trabajarla, trabajarla, corregirla, rehacerla… esa parte es la que más me gusta de mi trabajo.

Menciona ideas, pensamientos o experiencias como germen de una novela. En qué se ha inspirado más, ¿en la felicidad o el sufrimiento?
La literatura es una forma de conocimiento y también una herramienta de sentimientos. Te hace conocer de una manera mucho más profunda la vida que vives, quizás el escritor escuche y vea la realidad con otros ojos, más con la mirada de un espía. Y creo que, en nuestro tiempo, la literatura se siente mucho más estimulada con lo adverso, con el miedo y el dolor, en vez
de hacerlo con la felicidad o el entusiasmo.

Todo el mundo le conoce como escritor, pero también es un gran lector
Todavía sigue siendo para mí un placer supremo. Ahora, con los años, he descubierto la relectura. He vuelto a leer muchos libros y pocos me han defraudado. La lectura es indispensable para una persona. Es algo necesario para la sensibilidad, la imaginación y para conocer la propia lengua. Uno conoce la riqueza y las posibilidades de su lengua leyendo a sus escritores y tenemos la fortuna de contar con una literatura muy rica y diversa en español. También es una formación indispensable pues despierta y enriquece el espíritu crítico, algo tan importante para las personas y parar vivir en sociedad. Una sociedad con buenos lectores es mucho más difícil de manipular por el poder que una sociedad de lectores escasos y superficiales.

En la actualidad, en esta sociedad, ¿cree que se lee suficiente?
La verdad es que nunca se han publicado tantos libros ni nunca ha habido tantos lectores potenciales como ahora. Nunca. Es una realidad de nuestro tiempo. En la época contemporánea, la lectura estaba sustentada en los libros, pero ahora lo está en las pantallas. Y aunque seamos potencialmente mayor número de lectores por el mayor número de gente que ha aprendido
a leer, la lectura para ellos representa menos que en el pasado. Nuestra cultura hoy en día es banal, superficial. La democracia necesita gente con espíritu crítico y no creo que las pantallas reemplacen esa formación de un ciudadano.

Cuando uno alcanza su edad y acumula tal riqueza de vivencias puede pensar que ya lo tiene todo hecho. ¿Le ocurre a usted?
El ser humano es una fuente de sorpresas y misterios. Lo bonito de la vida es renovarse continuamente, tomar iniciativas que igual en otro momento no se hicieron, descubrirse y, sobre todo, tener libertad y capacidad de elección. Yo antes quizá me dedicaba más a la escritura y actividades literarias, pero ahora me gusta participar en actos en los que puedo dar mi opinión. No me escondo.

¿Sigue creyendo que los intelectuales deben salir a la calle a expresar su opinión?
A mí no me gusta la imagen del escritor encerrado en una habitación de corcho, separado del mundo y viviendo sólo con sus fantasías. No soy así y no podría vivir de esta manera. No me gusta aislarme. Prefiero que un escritor tenga por lo menos un pie en el exterior, que pise la calle, que sus libros expresen una vida viviéndose. Igual lo arrastro desde mi juventud. Tuve que trabajar en muchas cosas para ganarme la vida porque la decisión de ser escritor no me dio dinero de inmediato. Trabajé en muchas áreas del periodismo y me quedó fue la necesidad de estar en la calle. Parte de lo que soy se lo debo al periodismo.

¿Qué función deben cumplir los intelectuales en la vida política actual?
Pertenezco a una generación que estuvo muy marcada por las ideas de los pensadores existencialistas. Entre ellas estaba la idea del compromiso del escritor con su tiempo, su realidad y su sociedad. No digo que se deba ser partidista, pero sí valiente y defender ciertos principios y valores en la sociedad, no sólo bajo unos principios literarios. Me parece que es la obligación moral que tiene un escritor.

Ante esa exposición pública puede ser tan admirado como criticado. ¿Le molesta?
La política no puede ser intolerante y una fuente de violencia. La sociedad tampoco, se necesita una actitud comprensiva, aceptar que el adversari pueda tener razón y, en todo caso, llegar a acuerdos de forma pacífica. Esto es la democracia, gestionar desde la diferenciación de puntos de vista, opiniones y convicciones. Sólo pido que la gente no mezcle las cosa para admirarme o criticarme. A la hora de escribir literatura, no escribo pendiente de la actualidad y jamás utilizaré una novela para hacer afirmaciones de tipo político. Ahí soy muy respetuoso porque escribir una novela, escribir en prensa o pronunciar una conferencia son cosas distintas. Y lo que se dice en un lado, nada tiene que ver con lo que se dice en otro.

Usted que mima la lengua y sigue la actualidad, ¿le molestan los enfrentamientos verbales y las descalificaciones entre los líderes políticos?
La vida de las ideas se ha empobrecido mucho. En el pasado, los escritores teníamos más relevancia pero ahora, seamos claros, a los políticos no les interesa nada fotografiarse con escritores. Para nada, prefieren hacerlo con deportistas o actores. Mire…, hay una realidad universal. Los mejores, las personas más cualificadas se van a las empresas, universidades, prefieren otro tipo de actividades profesionales. Huyen de la política como de la peste. Si no están los buenos, entonces, ¿quién hace política? Pues no siempre son los mejores. Y ello repercute en las decisiones que se toman para un país y en la vida cotidiana de los ciudadanos. Me parece muy grave.

Si echa la vista atrás, ¿qué recuerdos tiene de su infancia en Perú?
Viví mis primeros años en Bolivia y a los 10 años vi el mar por primera vez. Ese paisaje de la costa peruana me despierta una gran sensibilidad. En cualquier caso, la memoria es muy tramposa. Elimina o añade cosas porque eso te ayuda más a vivir.

Además de leer y escribir, ¿qué le hace feliz?
Yo creo que nadie es feliz permanentemente, sólo los tontos. Hay momentos felices, otros de preocupaciones. Pero si me pregunta cómo me encuentro ahora le diré que muy bien. Puedo decirle que soy feliz, sí. Me gusta mi trabajo, tengo una vida plena y feliz. Pero insisto, la felicidad no es permanente, por eso la buscamos tanto.

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