Los motores de la economía española
13 de mayo de 2017
Por admin

La Comisión Europea (CE) ha publicado esta semana que la Unión Económica y Monetaria (UEM) tendrá, en 2017, un crecimiento económico de un 1,7%. Bruselas revisa así ligeramente al alza la previsión para este año, que será el quinto consecutivo de crecimiento. Las causas de esta mejora hay que encontrarlas en la política monetaria expansiva, la mayor confianza de los consumidores, unas halagüeñas previsiones para la economía global y el desarrollo de la industria. La CE también ha elevado sensiblemente su estimación para España, situándola en el 2,8%, por encima, por tanto, de la media de los países de la zona euro.

Otra fuente, el Índice de Sentimiento Económico va en la misma dirección, ya que muestra que la UEM experimentó en abril una ligera aceleración, marcando un nuevo máximo en el año. La confianza en la situación económica por parte de consumidores y empresarios subió 1,6 puntos, hasta los 109,6, frente a los 108 registrados en marzo.

También la consultora Markit confirmó signos de recuperación económica: el índice compuesto de gestores de compras (PMI, por sus siglas en inglés) de la UEM subió en abril a los 56,8 puntos (desde los 56,4 del mes anterior), el dato más alto en seis años. Tanto el sector manufacturero como el de servicios han marcado mayores ritmos de expansión que en meses anteriores. Hay que recordar que el índice PMI se obtiene a partir de las respuestas a unos cuestionarios que se remiten mensualmente a los profesionales de compras y a los ejecutivos de empresas de los sectores manufacturero y de los servicios. Las preguntas que se les formulan están relacionadas con variables como la producción, los nuevos pedidos, precios y empleo.

CRECIMIENTO FUERTE

Este crecimiento de la economía europea, unido a las mejores perspectivas de la mundial, está teniendo efectos muy positivos sobre las exportaciones españolas, lo que se traduce en un mayor dinamismo. De ahí que las principales casas de análisis estén revisado al alza sus previsiones de incremento del PIB para 2017. La economía española se mantendrá este año (y ya van cuatro) en la fase álgida del ciclo, con un crecimiento económico del +3% y una elevada creación de empleo (400.000 puestos de trabajo nuevos). Ello se debe a que el consumo, el mercado laboral, la inversión productiva y las condiciones de financiación de empresas y hogares están atravesando una buena situación, que se prolongará, al menos, hasta final de año.

Un aumento del empleo permitirá que se incremente el consumo de las familias y la demanda de viviendas, lo cual podría generar una reactivación de sectores económicos como el de la construcción. También podemos esperar un repunte en el número de cotizantes a la Seguridad Social, lo que, a su vez, ayudará a reducir el desequilibrio del sistema de pensiones. Del mismo modo, si se consiguiera revitalizar el tejido empresarial al mismo tiempo que se fortalece la clase media, se lograría una mayor cohesión social, y un engrosamiento de los ingresos fiscales, y, con ello, una disminución del déficit y de la deuda fiscal que llevamos varios años intentando reducir.

También el Índice PMI de abril para España muestra una aceleración de la actividad con respecto a marzo. Tanto la industria como el turismo podrían crecer cerca de un 4% anual en los próximos meses. Así las cosas, todo parece indicar que, si la economía mundial va para arriba, también lo harán nuestras exportaciones. Todos ellos son datos muy positivos.

EL LARGO PLAZO

Sin embargo, lo que hay que preguntarse es si la economía española puede seguir creciendo a tasas tan elevadas basándose en la contención de los costes (también los salariales), así como en sectores, empresas y trabajadores convencionales. Habría que descubrir cuáles serán las futuras fuerzas tractoras de nuestra economía para potenciarlas. Un reciente informe Reformas necesarias para activar y sostener los motores del crecimiento español, elaborado por PWC, intenta pronosticar si, a largo plazo, se mantendrá o no este buen comportamiento. A continuación, se señalan algunas de las acciones que convendría adoptar para que nuestras empresas tengan un futuro más prometedor.

a) Aumentar la capacidad de las empresas para adaptarse a las nuevas tecnologías de producción, vinculándose en mayor medida a las cadenas globales de suministro y generando innovación propia para así ser más competitivas.

b) Diseñar incentivos que incrementen el tamaño de las pequeñas empresas, lo que facilitará su internacionalización y su desarrollo tecnológico. No se debe olvidar que entre éstas la tasa de mortalidad empresarial es mucho más elevada, por lo que su crecimiento y fortalecimiento permitiría consolidar una economía más sólida y estable.

c) Acordar (quizá en el Parlamento) cómo se pueden mejorar los sistemas de educación y formación. Un dato: sólo el 31% de los expertos y empresarios encuestados por PWC, en el trabajo antes citado, consideran que España cuenta con la mano de obra adecuada. Es una señal de que la cualificación de los trabajadores no se adapta a lo que demandan las empresas. Es fundamental, por tanto, que el sistema educativo del país implemente una reforma dirigida a crear profesionales que den respuesta a los nuevos requisitos que busca el mercado laboral.

d) Desarrollar mecanismos financieros que apoyen proyectos basados en la innovación y el emprendimiento. Si realmente se quiere apostar por una economía sostenible y creadora de empleo duradero, hace falta financiación. Es decir, fondos de capital riesgo que permitan seleccionar proyectos en fases tempranas que, a la larga, puedan convertirse en empresas competitivas.

En resumen, nuestros empresarios y políticos se tienen que enfrentar a un nuevo reto de modernización. El país debería estar preparado para el aumento de la demanda que se va a producir en sectores como la telemedicina, la logística, el ocio y la cultura, los servicios profesionales o los de información y contenidos, cuyo peso en el PIB irá aumentando paulatinamente. Y también ha de implantar nuevas tecnologías aplicables al aparato productivo, como la inteligencia artificial, la robótica o las impresoras 3D, que serán las generadoras de cambios disruptivos en la economía y en el empleo. En definitiva: adaptarse al cambio tecnológico.

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