Lo que se ve y no se ve en la economía
1 de julio de 2019

El año 1850, el economista francés Frédéric Bastiat publicó un breve libro titulado Lo que se ve y lo que no se ve, que alcanzó pronto gran popularidad y que sigue siendo una obra citada en nuestros días como un ejemplo de sensatez a la hora de analizar los problemas económicos más relevantes de una sociedad. No era Bastiat un gran economista académico ni un gran empresario; pero sí era un hombre práctico y un excelente periodista, con una muy buena intuición para comprender los problemas económicos, que hizo mucho por la liberalización de la economía en la Francia de su época y, sobre todo, por abrir la nación al comercio internacional y superar la centenaria tradición de políticas proteccionistas que aún dominaban su país cuando llevó a cabo su actividad pública.

El ensayo empieza con la siguiente afirmación: lo que diferencia a un buen economista de un mal economista es que mientras el último se fija solamente en los efectos «visibles» de una determinada política económica, el primero se da cuenta no solo de lo que se percibe a primera vista, sino también de los efectos no buscados de la medida, efectos que habría que prever y tomar en consideración antes de decidir si conviene adoptar o no tal política. La idea es importante y se ha repetido muchas veces en los debates sobre cuestiones económicas. Es habitual, en efecto, encontrar políticas pensadas, seguramente, con la mejor intención, que acaban produciendo efectos muy negativos. Quienes decidieron aplicarlas eran, sin duda, malos economistas en el sentido de Bastiat: se fijaron sólo en los efectos que pretendían alcanzar, pero no fueron capaces de prever que los agentes económicos reaccionarían y surgirían consecuencias no previstas.

Un cambio de mentalidad

Tal enfoque simplista se va generalizando y, con el tiempo, se convierte en lugar común en una sociedad, aunque se base en razonamientos equivocados. Tal aceptación de una visión «políticamente correcta» de los problemas económicos hace, por tanto, que resulte más difícil modificar la forma de gestionar la economía en nuestras sociedades actuales; ya que, para ello, habría que cambiar la mentalidad de muchas personas, lo que, por lo general no interesa a los políticos que prefieren ofrecer mensajes simples aceptados por el votante sin mayores disquisiciones.

Esta visión del problema puede ayudarnos también a entender una cuestión que nos preocupa a muchos economistas: ¿por qué hay tanta gente que razona tan mal cuando aborda un problema económico? Y no me refiero sólo a personas con una formación intelectual limitada o un bajo nivel cultural. Es habitual encontrar también profesionales muy inteligentes y competentes en su campo de especialización, que desbarran de manera lamentable cuando opinan sobre temas relacionados con la economía. La razón es la misma: no son capaces de prever lo que puede ocurrir ni de aceptar que las personas no somos entes sobre los que el político puede actuar sin que reaccionemos para aprovechar las ventajas que la nueva norma nos puede ofrecer o para evitar los costes que una determinada regulación intenta imponer.

Son muy numerosos los ejemplos que podemos encontrar en el mundo real, muchos de los cuales se han repetido una y otra vez a lo largo de la historia. Pero los gobiernos siguen incurriendo en los mismos errores y muestran que no han aprendido nada de lo que ocurrió en el pasado. Hoy mismo, en España, se plantean, por ejemplo, nuevas subidas del salario mínimo para proteger a los trabajadores de más baja cualificación profesional; y no se tiene en cuenta que muchos de ellos acabarían en el paro -es decir, su situación empeoraría- como consecuencia de tal subida. Y hablamos también sobre la conveniencia de establecer controles de rentas en los arrendamientos urbanos, sin pensar que tal medida reduciría de forma significativa la oferta de casas en alquiler y haría que para mucha gente resultara más difícil encontrar una vivienda.

El lector que tenga la paciencia de seguirme a lo largo de las próximas semanas encontrará una veintena de casos en los que los efectos que no se ven crean problemas importantes para el progreso económico y el desarrollo social. Y es sólo una muestra de los innumerables ejemplos con los que nos encontramos cada día. Estoy seguro de que Bastiat verá con benevolencia estas reflexiones y aceptará, sin mayor- problema, que haya utilizado como lema general de la serie el título de su libro. 

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