La primera recesión del siglo XXI
29 de julio de 2016
Por admin

Tras un largo período de prosperidad, las principales economías del mundo entraron en recesión en 2009. No todos los países vivieron la crisis de la misma forma, ciertamente, pero el cambio de tendencia tuvo tal intensidad que el período que siguió a la crisis financiera de 2008 ha pasado a ser conocido como la gran recesión del siglo XXI. Los datos muestran las características típicas de una fase depresiva del ciclo: caída del PIB; aumento del desempleo; déficit presupuestario y crecimiento de la deuda pública; y el año 2009 fye testigo del regreso a la deflación generalizada, fenómeno muy poco habitual en Europa y América desde la década de los treinta.

La caída de los precios fue especialmente intensa en dos tipos de activos: viviendas y acciones. Como sucedió con la depresión de los años treinta, no hay acuerdo entre los economistas con respecto a las causas que provocaron el cambio de tendencia del ciclo. Unos acusan de lo ocurrido al «capitalismo salvaje» y a la falta de regulación. Otros argumentan que los cambios experimentados en la distribución de la renta en los países occidentales generaron una insuficiencia de demanda efectiva que hizo caer la actividad económica. Otros, con más sentido seguramente, señalan a una política monetaria muy expansiva que redujo los tipos de interés e incentivó, de forma artificial, inversiones y compras de activos que difícilmente podían ser rentables a medio y largo plazo.

Las burbujas experimentadas por las bolsas y los mercados de la vivienda en muchos países irían en favor de este argumento. Y si ha habido desacuerdos con respecto al diagnóstico, más discrepancias han existido aún a la hora de diseñar políticas para combatir la crisis. Mientras algunos mantenían que lo primordial era sanear las economías y sus sectores financieros y que incurrir en mayores déficits presupuestarios sólo agravaría la situación, otros pedían abiertamente políticas keynesianas con mayor gasto público, sin preocuparse por los desequilibrios existentes en las finanzas públicas.

¿Podríamos repetir entonces aquello de que los economistas nunca aprendemos y siempre tropezamos en la misma piedra? No, ciertamente. Si se observan los datos de esta crisis y los comparamos con lo que sucedió setenta y cinco años antes, es fácil comprobar que los problemas son hoy mucho menores de lo que fueron entonces. Y no sólo porque los estados actuales tienen más instrumentos para atender situaciones de desempleo elevado. La política económica ha desempeñado también un papel importante.

Dos son, al menos, las cosas que esta vez hemos hecho mejor. La primera es que, a diferencia de lo que ocurrió en los años treinta del siglo XX, en la última crisis los bancos centrales no han permitido la caída de la oferta monetaria y el derrumbe de los precios. La segunda, que, aunque la liberalización del comercio internacional no ha avanzado en estos años, al menos henos evitado caer en políticas proteccionistas dirigida a mantener la producción y el empleo locales. No cabe duda de que los efectos negativos de la actual crisis se habrían agravado de forma muy significativa si se hubieran aplicado políticas de restricción monetaria y cierre de fronteras.

Estamos saliendo de la crisis. Y nos enfrentamos a un mundo en constante renovación. Otra diferencia con el pasado. Si comparamos la geografía de la producción mundial en 1930 y 1960, vemos que los cambios fueron relativamente menores en tan largo período. Pero el mundo actual es muy diferente del que existía hace sólo unos años. Las políticas económicas tienen que adaptarse a esta nueva situación.

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