La politización del clima
25 de septiembre de 2019

Hace diez o doce años tuve un largo almuerzo con el representante que Al Gore había enviado a España, más tarde alto cargo en la Administración Obama. En aquellos años yo había tenido la oportunidad de conocer personalmente al presidente Clinton, pero no a Gore, aunque había visto su documental Una Verdad Inconveniente durante un largo e insomne vuelo trasatlántico. Como amante de la naturaleza y, sobre todo, del mar, la cuestión medioambiental me interesaba mucho. Pues bien, con ocasión del almuerzo me documenté por primera vez sobre la cuestión del clima. Para mi sorpresa, mi interlocutor, por lo demás encantador, se limitó a repetir consignas propagandísticas, algunas de las cuales carecían de base científica o incluso lógica, y a establecer alegres relaciones causa-efecto que tomé con escepticismo. Felix qui potuit rerum cognoscere causas: no en vano, Virgilio tildaba de dichoso a quien conociera la causa de las cosas, pues todos sabemos la enorme dificultad que entraña distinguir entre correlación y causalidad. Esto espoleó mi curiosidad y así comencé una década de estudio y reflexión devorando libros y artículos especializados, y descubriendo tres cosas: que existía controversia científica sobre las numerosas lagunas de la teoría del cambio climático antrópico (nada de “consenso”), que el alarmismo era pura propaganda no respaldada por la ciencia y que muchos habían hecho de esto un lucrativo modus vivendi en el que el poder y el dinero importaban más que la ciencia. Al comprender que al público se le estaba escamoteando esta información, al cabo de los años decidí escribir esporádicamente sobre el tema informando de la realidad de los datos, respaldados por fuentes científicas que tuvieran la auctoritas de la que yo, con razón, carezco.

A lo largo de este tiempo he observado que la mayoría de las personas que por primera vez escuchan datos veraces contrarios a lo que los medios les repiten obsesivamente se sienten como liberados de un hechizo, tal es la presión existente. A veces aparece alguien que, por no molestarse en consultar las fuentes de mis artículos aunque estén publicadas, confunde la revista de ciencia más conocida del mundo (Nature, fundada en 1869) con su publicación filial de menor rango (Nature Climate Change, lanzada en 2011), omite o ignora que el mayor responsable del efecto invernadero es el vapor de agua y no gases residuales como el CO2 (0,04% de la atmósfera) o el metano, desconoce que la aportación neta de oxígeno de los bosques es insignificante, y pasa por alto que existe controversia en la evidencia paleoclimática con estudios que indican que históricamente el CO2 ha tendido a aumentar unos 800 años después que las temperaturas (Vakulenko et al, 2004, citado por R. Spencer), o que hay correlación negativa CO2-temperatura entre 1940 y 1975 (el CO2 aumentaba mientras el planeta se enfriaba) y muy débil en el siglo XXI. Algunos también confunden, basándose más en impresiones subjetivas que en mediciones científicas, la variabilidad de la meteorología local con el clima del planeta, y no comprenden que, salvo sugestión, es imposible notar los cambios climáticos de año en año (el irregular ritmo de calentamiento global desde 1979 es de 0,15°C por década).

¿Cómo puede ocurrir esto? Sin duda, el tendencioso documental de Gore hizo mucho daño, pues muchos confundieron la eficaz propaganda de un avezado político – una trampa para incautos que se aprovechó del huracán Katrina – con la verdad científica. Estas personas quizá ignoran que, menos de un año después de su lanzamiento, un Tribunal Superior de Justicia británico dictaminó, tras oportuno juicio, que contenía al menos nueve errores científicos, lo calificó de “político” y advirtió que su “visión apocalíptica” no tenía que ver con un análisis científico imparcial (The Telegraph, 11-10-2007). ¿Qué queda de las predicciones catastrofistas de Al Gore si se comparan con la realidad? Me recuerdan, salvando las distancias, las de los agoreros de la Edad Media predicando el fin del mundo. Un ejemplo: Gore se hizo eco en 2008 de que había “un 75% de probabilidades” de que el Ártico (que está perdiendo hielo) se quedara sin hielo en el verano de 2013. En el mínimo del verano de 2019, el hielo del Ártico cubría 4 millones de km2, ocho veces España (National Snow and Ice Data Center, 17-9-2019). Existe mucha bibliografía sobre las falacias de Una Verdad Inconveniente, pero recomiendo Inconvenient Facts, del geólogo G. Wrightstone, y A Disgrace to the Profession, de M. Steyn.

La “pausa” rehuida

Con razón el premio Nobel de Física Robert Laughlin afirmaba: “Por favor, mantengan la calma. No tenemos poder para controlar el clima”. Estudios de la NASA afirman que la Antártida, que tiene 1.250 veces más hielo que el Ártico (cuyo volumen de hielo es relativamente irrelevante y no afecta al nivel de los océanos), está ganando hielo (Zwally et al. 2015, 2018); el nivel de los mares lleva aumentando desde el mínimo de la última glaciación hace unos 20.000 años, y ahora lo hace a un ritmo de entre 1,5 y 3mm al año (IPCC AR5, WG 1, Cap. 3.7; Humlum, 2018; Houston y Dean, 2011). A este ritmo, en 2100 el nivel del mar aumentaría sólo entre 12 y 24 centímetros. Tampoco existe ya un problema de deforestación en el planeta (Nature núm. 560, Aug 2018; FAO 2018) y, muy importante, está probado que ni los huracanes, ni las sequías, ni las inundaciones han aumentado desde hace un siglo (IPCC 5o Informe, WG 1, cap. 2.6). Por último, desde 1998 hasta 2014 la temperatura del planeta apenas ha aumentado. Esta “pausa”, como la llaman los científicos, destroza la hipótesis de los profetas de calamidades, por lo que éstos la rehuyen como el vampiro al agua bendita, negándola a posteriori a pesar de la hemeroteca (“La temperatura media global no ha aumentado en lo que llevamos del s. XXI”, Nature, n.501, sep. 2013; “Modelos Climáticos y la Pausa en el Calentamiento Global en los últimos 15 años”, IPCC 5o Informe, WG1, p.61, 2014; “La reciente pausa en el calentamiento global: ¿algo temporal o permanente?”, NASA Langley Colloquium, Aug. 2014). No se fíen de mí, sino de sus propios ojos: busquen las fuentes en www.fpcs.es y juzguen por ustedes mismos. Estos tranquilizadores datos son sistemáticamente ocultados al público, y yo me pregunto: ¿por qué? En todo Occidente, los militantes del cambio climático (y los que viven de ello) intentan suprimir el contraste de datos y opiniones y exigen silenciar, ni más ni menos, a quienes hacen uso de la libertad de ciencia, pensamiento y opinión, y yo me vuelvo a preguntar: si esto es sólo ciencia y no política, ¿no es raro el intento de censura? Verdad y libertad van siempre unidas, y mentira y opresión, también.

En su famoso discurso de despedida, el presidente Eisenhower nos advertía de que el poder político y el dinero (que deciden qué proyectos se financian y qué llega a los medios) podían convertir a la ciencia en peligroso instrumento de poder aprovechando la ignorancia del público. Por otro lado, los yonquis del poder utilizan constantemente las pasiones humanas para alcanzar sus objetivos: la ira, la envidia y, cómo no, el miedo, que transforma al ciudadano libre en un asustado hombre-masa fácilmente manejable. El calentamiento global, luego cambio climático y ahora emergencia climática (la nueva consigna) utiliza la “ciencia” para intimidar y el miedo para controlar mediante una propaganda masiva propia del proyecto político-ideológico que, en realidad, es, una amenaza real para el progreso y la libertad.

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