La paradoja europeísta de la ciudadanía española
25 de mayo de 2020

En las últimas semanas la crisis del coronavirus ha puesto sobre la mesa debates que, en tiempos anteriores a la pandemia, estaban en desuso. Debates como, por ejemplo, la Unión Europea (UE) y el proyecto comunitario, tan mencionado y comentado, así como cuestionado, durante esta crisis. Pese a que el brexit ya dotó de relevancia al bloque comunitario en la opinión pública —dada la confrontación que este representaba—, la UE, como recogen las estadísticas, ha sido un tema que, pese a reforzarse en los últimos años, nunca ha sido un asunto prioritario —o relevante— en nuestro país.

Y es que, tal y como recogen los datos, ese desuso que mencionamos es un desuso real, pues si observamos la estadística, los ciudadanos españoles no son ciudadanos que hayan mostrado una gran preocupación por participar en unas elecciones que tratan de decidir, entre otras cosas, el futuro de un proyecto europeo, del cual somos unos miembros destacados; al menos desde el punto de vista de las ayudas y las ventajas que dicho proyecto europeo, repleto de insolidarios, ha aportado al país.

Con motivo de mostrar lo mencionado, así lo reflejan las estadísticas. Si miramos tasa promedio de participación de los españoles en las elecciones europeas, podemos observar cómo desde el año 1987, los españoles reflejan una clara tendencia negativa que muestra una menor participación en las elecciones al parlamento europeo. Pese a su importancia, como miembros del bloque comunitario, los españoles —salvaguardando repuntes recientes— presentan una menor intención a la hora de votar en las elecciones europeas que en otras, como por ejemplo las del Congreso de los diputados.

En este sentido, hemos extraído, como decíamos, el promedio histórico de participación de España en las elecciones europeas, el cual muestra cómo en las ocho convocatorias electorales, desde 1987 hasta 2019 —la totalidad dela serie histórica—, la participación media de los españoles en las distintas convocatorias ha sido del 55 %. En relación con los países europeos, una participación que no se muestra muy distante de otros países como Francia o Portugal, pero que, cuando lo comparamos con las elecciones generales en el país, los resultados arrojan esa desafección que tratamos de ejemplificar en este artículo.

Como muestra el siguiente gráfico, mientras que la media en las elecciones europeas arroja un 55 %, la media en las elecciones al Congreso, de acuerdo con la serie histórica que da comienzo en el 1979, arroja un 72 % de participación media para nuestro país. En este sentido, una tasa de variación que, una vez calculada, muestra ese diferencial, cercano al 31 %, que muestra esa mayor desafección de los ciudadanos españoles por unas elecciones que, como arroja la estadística, se encuentra muy por encima de la desafección que, por otro lado, presenta la ciudadanía por su Gobierno nacional.

Así, la regresión lineal que ofrecen ambas magnitudes muestra una clara tendencia negativa en ambas convocatorias electorales, pero mucho más acusada en la evolución que se observa para los comicios europeos, a diferencia de la observada en las elecciones generales celebradas en el país.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que, tal y como recoge el barómetro europeo, las últimas elecciones del 2019 muestran cómo la participación de los menores de 25 años se incrementó en toda la UE 14 puntos porcentuales, hasta el 42 %, mientras que la de los electores de 25 a 39 años subió 12 puntos, hasta el 47 %. Teniendo en cuenta esto, se explica ese ascenso que recoge la estadística para las pasadas elecciones europeas, destacando esa desafección que mencionábamos, siendo corregida la tendencia negativa por los jóvenes que, por su naturaleza, muestran un mayor interés por el proyecto comunitario.

Así, resulta curioso ver estos datos para España cuando precisamente este es un país que se ha visto beneficiado por Europa en muchas ocasiones a lo largo de la historia. Desde el rescate de 2012 hasta las propias inyecciones que ha realizado el Banco Central Europeo para sostener la deuda en la economía española, Europa ha jugado un papel clave y determinante en la economía española. De no ser por Europa, miles de españoles habrían perdido sus capitales en la crisis financiera que se desató en 2008 y que nos llevó al rescate en 2012. Sin Europa miles de españoles habrían perdido su empleo en una crisis que, con la intervención de Europa, trajo reformas en el mercado de trabajo que evitaron la destrucción de más de un millón de empleos.

Pero es que ya no solo hablamos de eso, sino de una situación en la que, si nos damos cuenta, estamos hablando de un bloque comunitario al que, debido a los procesos que requiere dicha integración, le estamos entregando toda nuestra soberanía; desde la judicial hasta la económica. Una soberanía que, siendo ahora común, decide el futuro de nuestro país, así como de sus ciudadanos. Por esta razón, de nada sirve dotar de un 72 % de participación a un Congreso de los diputados, cuando se entrega un escaso 50 % a los que poseen la capacidad de adoptar reformas.

Si lo miramos desde el punto de vista comercial, España presenta, entre sus principales socios comerciales, el bloque común. Más del 70 % de las exportaciones españolas no traspasan las fronteras del bloque comunitario, siendo nuestros principales compradores nuestros socios europeos. En este sentido, y teniendo en cuenta que el 68 % del PIB español se encuentra supeditado al comercio, tomando el dato de compras que realizan nuestros socios europeos, más del 48 % de nuestro comercio depende de la UE. Como podemos observar, un dato importante y a tener muy en cuenta, pues si observamos los datos de comercio global presentados cada año por el Banco Mundial, podremos observar que el peso del comercio en España ha pasado de un 15,2 % del PIB en 1960, a un 65,7 en 2019. Un fenómeno provocado por unos tratados de libre comercio que han favorecido mucho al país.

A su vez, por el lado de la moneda y el poder adquisitivo de los españoles, podemos seguir extrayendo razones de peso como para dotar de mayor relevancia dicho proyecto comunitario. En esta línea, como bien recoge un estudio de la Fundación Civismo, elaborado por el investigador Álvaro Martín, mientras la peseta, con datos desde 1960 a 1999, presentaba una inflación media del 7,8 %, el euro, desde su introducción en 2002, el IPC medio español ha registrado una subida anual media del 1,8 %, facilitando así el ahorro y la inversión a largo plazo. Asimismo, el euro ha servido para unificar el mercado europeo al eliminar los costes de transacción monetaria y las grandes fluctuaciones cambiarias, simplificando a su vez las cuentas al mantener todas en la misma moneda, agilizando con ello la competencia entre países.

A la luz de los datos, podemos seguir extrayendo cuantiosos beneficios que España ha podido extraer de un proyecto como el europeo. Sin embargo, resulta llamativo ese contraste en la convocatoria electoral, con tan llamativo GAP entre los resultados de unas elecciones generales y unas elecciones comunitarias. Un GAP únicamente justificado por el lado de la percepción europeísta y el desconocimiento social. Pues, como podemos extraer, pese a que España, en el eurobarómetro, presente una mayor percepción y sentimiento europeísta que otros miembros del bloque comunitario, su desafección en las urnas resulta más llamativa. Y es que, dicha incongruencia se presenta como una paradoja, pues poco se ajusta esa falta de voto en las urnas a esa percepción que capta la encuesta realizada.

Sea como sea, España es un país que, pese a decir sentirse europeísta, debería mostrar una mayor afección por un bloque comunitario que le ha permitido crecer y desarrollarse. Si no llega a ser por Europa, la economía española seguiría inmersa en el atolladero en el que se encontraba en 2012, de la misma forma que la crisis del coronavirus habría matado al país ante tan escaso colchón fiscal, fondo de maniobra, para adoptar decisiones en un escenario en el que el déficit y la deuda acababan con cualquier posibilidad de adoptar políticas en solitario, como país. Una razón más para creer en un proyecto que nos ha sacado, no está sacando y nos sacará, de situaciones de las que España, como país, no habría podido salir.

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