La gran peste del siglo XIV… y las otras
7 de julio de 2020

Entre los años 1348 y 1353, Europa sufrió la que ha sido, sin duda alguna, la mayor epidemia de su historia. No disponemos de datos precisos de la magnitud del desastre, pero los historiadores estiman que, como consecuencia de ella, pudo fallecer en el continente al menos una tercera parte de la población. Para que el lector se haga una idea, suponga que el coronavirus hubiera matado en Europa en 2020 a unos 180 millones de personas, sin contar Rusia y Ucrania.

Parece que la peste vino de Oriente y fue trasmitida por pulgas que vivían en las ratas que, desgraciadamente, eran compañeras habituales de los europeos de la época en sus casas, en sus graneros y en sus barcos. Pero los conocimientos médicos de entonces eran muy limitados y las teorías sobre su expansión y las formas de contagio tan variopintas como absurdas. Y no faltaron, desde luego, explicaciones que ponían el origen de la enfermedad en un castigo divino o en la malevolencia de seres pérfidos como los judíos. Este tipo de explicaciones irracionales está muy arraigado en la naturaleza humana. Mucha gente piensa, en efecto, que si ocurre alguna desgracia, tiene que haber alguien que la haya causado; y no pocos dan un paso mas y argumentan que, con seguridad, tiene que haber algo más que mera negligencia y, por tanto, los responsables deben pagar por lo que han hecho.

Como es lógico, los efectos de la epidemia fueron mucho más allá de una catástrofe humana y demográfica. Las consecuencias económicas fueron también muy relevantes. Los terratenientes se encontraron con una reducción sustancial de la población rural y el viejo modelo feudal, ya amenazado por el desarrollo de las ciudades y la expansión del comercio, recibió un duro golpe. Es economía elemental. La caída de la oferta de mano de obra redujo el poder de los aristócratas y dio mayor capacidad de negociación a los campesinos. La catástrofe fue terrible. Pero la nueva sociedad que surgió de ella fue, sin duda, mejor que la que había existido con anterioridad… Giovanni Boccaccio escribió, gracias a ella, una de las obras cumbres de la literatura de todos los tiempos, El Decarnerón, libro que es hijo directo de la peste en la Florencia de la época.

Fue ésta la epidemia más trágica de la historia. Pero, ciertamente, no la única. La amenaza de las plagas fine una constante en la vida de los europeos de la época preindustrial. Y no era pequeño el riesgo de encontrar la muerte tras haberse infectado de alguna enfermedad mal controlada. Por mencionar sólo algunos ejemplos -todos referidos a personajes relevantes en la formación de nuestra cultura- en el siglo XVI fallecieron en epidemias, entre muchos otros, Giorgione, el gran pintor veneciano; Joahannes Frisias, famoso matemático alemán; Conrad Gessner, importante naturalista suizo; Hans Holbein el joven, también relevante pintor, y nuestro compatriota Francisco de Enzinas, destacado humanista protestante, que tras enseñar lenguas clásicas en la universidad de Cambridge, murió de la peste el año 1552 en la ciudad de Estrasburgo. La plaga no respetaba a nadie y poseer medios económicos podía ayudar en algunos casos a evitar el contagio, pero en absoluto garantizaba la supervivencia.

Propagación

Tuvo que pasar mucho tiempo para que las cosas mejoraran de forma significativa. Puede pensarse que en una sociedad en la que la gran mayoría de la gente no abandonaba nunca su lugar de origen resultaría difícil que las epidemias se generalizaran por todo el continente. Pero bastaban algunas naves de comerciantes y el movimiento de los ejércitos para extender las plagas. Cuenta el historiador Carlo Cipolla que el origen de la peste de 1629-1631 en Italia, que causó la muerte del 40% de la población de Milán y de un tercio de la de Venecia, tuvo su origen en un ejército alemán que cruzó el San Gotardo para dirigirse a Mantua, cuyos soldados estaban en buena parte infectados y transmitieron la enfermedad. Y, claro, el comportamiento de los europeos de aquellos años, y de las tropas en particular, no era precisamente el más adecuado para combatir una plaga. Como decía un médico italiano que conoció esta epidemia de primera mano, la causa de la peste de 1629 estaba en que los soldados germanos eran «sucios y lascivos», acusación que se podría repetir una y otra vez en aquella época sin temor a equivocarse arnacho. No se hacían bien las cosas. Pero la especie humana, a pesar de todo, pudo sobrevivir. 

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