La banalidad del mal en la España de hoy
31 de julio de 2019

Este fin de semana, se celebraron sendos homenajes al dirigente de ETA José Javier Zabaleta, y a Xavier Ugarte, en su salida de las prisiones de Zuera (Zaragoza) y Topas (Salamanca). Una amplia mayoría de la sociedad española se manifestó rotundamente en contra, tachando estos actos de bochornosos e inadmisibles. Sin embargo, hubo quienes, de forma cada vez menos sorprendente, respondieron con evasivas a las preguntas de los periodistas, o emplearon eufemismos que no deben pasarse por alto.

Quizá, la más sonada ha sido la defensa de EH Bildu. Según la formación política de Arnaldo Otegi, ha de darse un “sentido de normalidad” a los homenajes a etarras. Por otro lado, Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso, criticó los recibimientos a los terroristas, si bien se limitó a tildarlos de “síntoma de ausencia moral y crueldad”, a lo que añadió que “el daño ético que causó ETA sigue teniendo consecuencias”. A su vez, el PSOE de Sánchez ya está en público y notorio concubinato con los nacionalistas filo-etarras, como ha quedado patente en Navarra. Ahora bien, como era por todos sabido —también, no se engañen, por el PSOE—, vender el alma al diablo tiene un precio; uno que este partido ya ha comenzado a pagar. Lo hará en Navarra, donde María Chivite tendrá que impulsar la “memoria compartida” de etarras y víctimas, “actualizando” la Ley de Víctimas del  Terrorismo, desarrollando la de abusos policiales, y creando una comisión de reparación. También lo harán en el País Vasco, dando su brazo a torcer para la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía que, prácticamente, consagre una relación de iguales entre España y el territorio vasco, ejemplificada en una comisión bilateral que controlará la aplicación de las leyes nacionales en esta comunidad autónoma.

Los primeros ejemplos no son sino algunas de las más recientes manifestaciones de un fenómeno no tan reciente, y los últimos constituyen algunas de las consecuencias que pueden derivarse de éste. Pero vayamos por partes. El fenómeno consistente en la celebración impune de homenajes a asesinos, o la valoración de su actividad terrorista como “daño ético”, es algo sobre lo que ya teorizó Hannah Arendt hace más de medio siglo en Eichmann en Jerusalén (1963): la ‘banalidad del mal’; esto es, la normalización de comportamientos moralmente reprochables gracias a —o por culpa de— un sistema dotado de ciertas reglas que permiten esta actuación o su impunidad.

Así, lo verdaderamente preocupante sobre las declaraciones de filo-etarras a las que nos referíamos no es la acción en sí misma, sino la respuesta por parte de algunos sectores de la sociedad, o partidos de primer orden. El problema no radica en el mal, puesto que este ha sido, es y será una constante en nuestras vidas, pues la historia ha tenido siempre como protagonista al hombre, con sus virtudes y sus miserias —y lo que puede hacerse al respecto tiene un alcance limitado. Por el contrario, donde debe hacerse hincapié es en la reacción ante estas manifestaciones. Una que, por parte de algunas formaciones políticas, bien brilla por su ausencia, bien ‘blanquea’ o ‘banaliza’ eventos como los señalados, sin temor, como antaño, al castigo electoral, al amparo de la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos en el mundo hiperconectado de hoy. A fin de cuentas, mañana sucederá algo que reste importancia a lo ocurrido hace unos días. También Arendt discurrió sobre la condición humana, y alertó sobre la necesidad de una permanente vigilancia con el fin de evitar la banalización del mal. Pues bien, ya es hora de despertar.

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