Johannes Gutenberg y el arte de la imprenta
4 de julio de 2017
Por admin

No es posible determinar con precisión cuándo terminó la Edad Media y empezó una nueva era en Europa. Pero no cabe duda de que, si un descubrimiento técnico ha marcado el cambio de los tiempos, éste ha sido, sin duda, la imprenta. Es bien sabido que la revolución del libro impreso empezó en los años centrales del siglo XV en la ciudad alemana de Maguncia, de la mano de un artesano llamado Johannes Gutenberg. Nacido en la misma ciudad en los últimos años del siglo XIV, Gutenberg trabajó, al principio, en la orfebrería y se convirtió en un experto en la fundición de metales. Tras haber residido algún tiempo en Estrasburgo, donde parece que concibió y empezó a desarrollar sus ideas sobre el arte de la impresión, volvió a su ciudad natal y allí se asoció con un comerciante adinerado, Johannes Fust, para empezar a explotar su invento; y en 1449 apareció su famoso Misal de Constanza, considerado el primer libro impreso con tipos móviles.

Dos años después darían comienzo los trabajos para la publicación del que es aún el libro más famoso nunca publicado: la biblia de 42 líneas, conocida como la biblia de Gutenberg, aunque no fue ésta la única edición de las sagradas escrituras que salió de su taller. Sabemos que la obra estaba terminada en 1455. Pero, por extraño que pueda parecernos hoy, la empresa no fue un buen negocio. Hasta el punto de que Gutenberg no consiguió fondos suficientes para devolver a Fuchs el dinero que éste le había adelantado y se arruinó. Su invento, sin embargo, iba a obtener un éxito espectacular.

La imprenta de caracteres móviles estuvo, al principio, en manos de artesanos alemanes, que viajaron por Europa y se establecieron a lo largo y ancho del continente. Pero, al cabo de un tiempo, sería en Italia, y en especial en la ciudad de Venecia, el gran centro comercial del Mediterráneo, donde floreció con mayor esplendor la nueva actividad, con la ayuda tanto de su organización comercial internacional como de una interesante institución legal, el privilegio, un precedente del derecho de autor que se utilizaba más bien por los libreros impresores, que excluía la publicación de la misma obra durante un cierto período de tiempo en el territorio para el que el privilegio se había concedido.

Y un veneciano de adopción, Aldo Manuzio era ya, medio siglo después del invento de Gutenberg, el impresor más importante e innovador del mundo. La imprenta permitió la difusión del conocimiento en un grado tal que no es posible concebir sin ella el desarrollo de la ciencia y la cultura europea en los siglos siguientes. Pero, como siempre ocurre, no a todo el mundo convenció la nueva forma de hacer libros. El mayor bibliófilo -y, curiosamente condotiero de éxito, al mismo tiempo- del renacimiento italiano fue Federico de Montefeltro, duque de Urbino, quien formó la mejor biblioteca de la Italia de la época. Pues bien, en fecha tan tardía como 1480, un cuarto de siglo después de la impresión de la Biblia de Gutenberg, Montefeltro se jactaba de que en su biblioteca no había libros impresos, por considerar que éstos eran obras de escaso valor, en comparación con los textos reproducidos a mano por los copistas artesanos que trabajaron para él durante décadas. Es evidente que nunca llueve a gusto de todos. Pero lo es también que si a alguien ha dado razón la historia no ha sido precisamente al duque condotiero.

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