Italia, ante un comienzo de curso decisivo
5 de septiembre de 2020

El inicio del curso político italiano va a ser de enorme trascendencia para la andadura de una legislatura que debería finalizar, en principio, en febrero-marzo de 2023, aunque lo puede hacer mucho antes. Explicaremos por qué.

En primer lugar, el actual Gobierno de coalición, nacido ahora hace justo un año, afronta las consecuencias derivadas de la epidemia del coronavirus. En ese sentido, da la impresión de haber sabido encarrilar la situación: si a finales de febrero era el “punto cero” de la epidemia en el continente europeo, ahora apenas llega a los 1.000 positivos diarios frente a una vecina España que supera muy ampliamente esta cifra. Además, la caída del PIB en el segundo semestre (actualizada, por cierto, hace unos días), aún siendo muy acentuada, ha sido menor no sólo que la española, sino incluso que la francesa: su 12.8% está más cerca de Alemania que de la segunda y cuarta economía de la eurozona. Por otra parte, el actual Ejecutivo llevó a cabo una negociación muy exitosa de los fondos europeos: 209.000 millones frente a los 140.000 de España, cuando los italianos solo tienen un 23-24% más de población (60 millones tiene el país, mientras España ronda los 46). Sin embargo, ello no resulta suficiente para que se avecine un otoño muy complicado, con un importante aumento del número de parados, elevadísimos niveles de endeudamiento y, en consecuencia, creciente malestar social en un país que ya en marzo de 2018, en las últimas elecciones generales, dejó claro su apuesta por el populismo (representado por el Movimiento Cinco Estrellas) y el ultranacionalismo (cuyo principal adalid es el ex viceprimer ministro Matteo Salvini, líder de la Lega).

En relación con ello, la visión que los italianos puedan tener de una necesidad de cambio o no se comprobará con motivo de los comicios convocados para elegir el gobierno de hasta siete regiones: Liguria, Valle de Aosta y Véneto, en el norte; Toscana y Las Marcas, en el centro del país; y Campania y Puglia, en la zona más meridional. Unos comicios donde el centroderecha tiene prácticamente asegurado el triunfo en las tres primeras, y muy posiblemente tanto en Las Marcas como en Puglia, mientras el centroizquierda solo tiene casi seguro ganar en Toscana, feudo histórico del Partido Democrático (PD) y tierra de origen del ex primer ministro y actual líder de Italia Viva (Matteo Renzi).

Lo más importante de lo que suceda en relación a estos comicios es que podríamos encontrarnos con la enésima anomalía de la política italiana: por un lado, un Gobierno central formado por tres partidos en la órbita del centroizquierda (PD, Italia Viva y LeU) y una cuarta formación (el Movimiento Cinco Estrellas) del que ya no se sabe ni lo que es (no tiene líder desde el pasado 22 de enero, no tiene ningún tipo de rumbo y su principal característica es bloquear todo tipo de acción política porque solo ve el fenómeno de la corrupción tras ello). Por otro lado, el centroderecha podría estar gobernando, a finales de este mes, nada más y nada menos que entre 16 y 17 regiones, lo que supondría controlar el 80-85% del territorio nacional. Sin olvidar que en el país existe una tremenda desigual distribución de la población: mientras la meridional Umbria, gobernada por el centroderecha desde octubre de 2019, apenas llega a los dos millones de habitantes, la siempre pujante Lombardía (muy recuperada tras haber sufrido los peores efectos de la epidemia del coronavirus) aglutina a 16 millones de italianos, es decir, entre el 26 y el 27% del total del país. 

Si esta situación acabara teniendo lugar (y parece bastante posible), el problema pasaría al Palacio del Quirinal, residencia del presidente de la República (cuyo inquilino, como es sabido, no es otro que Sergio Mattarella). Recordemos que es el jefe del Estado quien, según establece la Constitución italiana, tiene la potestad de convocar elecciones (y más aún si quiere que estas tengan carácter anticipado) y de encargar formar gobierno, así que debería ser este veterano político y jurista siciliano quien debiera tomar una decisión al respecto: o dejar que la legislatura siga adelante porque a nivel nacional sigue habiendo una “maggioranza di governo”, o bien dar paso a una nueva mayoría, formada por tres partidos todos ellos pertenecientes al centroderecha, en la que quien tiene la mayor parte de las papeletas para ser el nuevo presidente del Consejo de Ministros no es otro que el controvertido Matteo Salvini, conocido por su posición contraria a la actual construcción europea. Pero Mattarella, un hombre de enorme prestigio personal en su país por su impecable trayectoria (hermano de una víctima de la Mafia, ministro y viceprimer ministro en los años noventa, y también un exmiembro del poder judicial, todo ello sin la más mínima sombra de corrupción), e igualmente una persona de un más que evidente pragmatismo al que además ya solo queda menos de año y medio al frente de la Jefatura del Estado, lo más lógico sería, si el centroderecha vuelve a arrasar en estos comicios, que exigiera a la actual coalición de Gobierno que aprobara los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para el año 2021 y a partir de ahí convocara elecciones anticipadas.

Prueba de todo ello es que desde hace unos meses las fuerzas políticas que integran la actual coalición de Gobierno están diseñando una nueva ley electoral, la quinta en menos de tres décadas (Mattarellum en 1993, Porcellum en 2005, Italicum en 2014, Rosatellum bis en 2017, y ahora ésta). Una ley electoral donde el principal debate está en apostar por el sistema mayoritario (el favorito de Matteo Renzi y alguna formación más) y por el proporcional (defendido por Salvini y Meloni) y donde también tendrá su influencia el “referéndum” convocado para el 20 de septiembre con el fin de aprobar o no el “taglio” del Parlamento nacional, que llevaría a la cámara baja a tener 400 miembros (en lugar de los 630 actuales) y a la alta a solo 200 (frente a los 315 que establece la Constitución).

Un “referéndum”, por cierto, que supone otra anomalía dentro del sistema político italiano. Porque la reducción del número de parlamentarios fue pactada por el Movimiento Cinco Estrellas y la Lega cuando ambos firmaron el conocido como “contrato de gobierno” (mayo de 2018), “contrato” que saltó por los aires cuando Salvini, en agosto de 2019, intentó hacer caer el Gobierno. Ahora es el PD, a quien nunca gustó el célebre “taglio”, quien tiene que defender el “sí” junto con el Movimiento Cinco Estrellas, ya que ambos son los principales partidos de la actual coalición de gobierno. En principio, ese “sí” debería salir adelante porque también tanto la Lega como Fratelli d´Italia defienden una postura favorable, pero en realidad deben ser los italianos quienes decidan si debe salir adelante, ya que, al exigirse un mínimo de 270.000 habitantes para asignar un escaño, habría regiones que quedarían sobrerrepresentadas (caso de Lombardía, Véneto o Emilia-Romagna) frente a una Italia meridional que hace décadas que se encuentra ampliamente despoblada y que podría verse con un número mucho menor de parlamentos en relación a la actual composición de las dos cámaras.

Como vemos, en la tercera economía europea se presenta un horizonte complicadísimo y todo ello sin saber hasta dónde llegaran las consecuencias de la recesión creada por el coronavirus. Salvini, como era de esperar, está echando el resto con motivo de estos comicios porque sabe que es su última ocasión para lograr ser primer ministro, y hará todo lo posible para concluir un ciclo victorioso para el centroderecha iniciado en octubre de 2017, cuando éste se hizo con el control de la región de Sicilia. Y, mientras, la Unión Europea más que preocupada porque a la última persona a la que quieren ver al frente de este “país fundador” es precisamente al polémico líder de la Lega, y ello a pesar de haber ser demostrado un político auténticamente camaleónico (primero estuvo en las juventudes comunistas, luego fue un firme defensor de la llamada “Padania” de Umberto Bossi y ahora es adalid de “Italia para los italianos”, con lo que no resultaría de extrañar que, al convertirse en “premier” fuera más europeísta que el mismísimo Alcide De Gasperi). El desenlace a todo ello, en solo unas semanas. 

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