Incertidumbre ante las previsiones económicas: algunos expertos apuntan incluso a caídas del PIB del 22%
4 de mayo de 2020

En las últimas semanas, los economistas han ido especulando sobre cómo sería el impacto de la pandemia y el confinamiento en la economía española. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tras la publicación de su última y reciente actualización del informe WEO, arrojaba unos pronósticos que, pese a adelantarse a muchos otros pronósticos -como nunca antes habían hecho, o al menos a eso nos han tenido acostumbrados-, generaron gran polémica entre el conjunto de analistas independientes.

La metodología de cálculo utilizada por el FMI recogía una serie de variables que, bajo la percepción de los distintos analistas, siguen siendo extremadamente inciertas como para proyectar su comportamiento en el largo plazo. Incluso otros economistas académicos en las redes sociales, con modelos de predicción que trataban de aproximarse al comportamiento que podían tener dichas variables, llegaron a reconocer la incapacidad de proyectar determinadas variables con tres días de antelación, al menos con un grado óptimo de fiabilidad y confianza.

La trayectoria de la pandemia, la intensidad y eficacia de los esfuerzos de contención, el grado de las perturbaciones en la oferta, las repercusiones del endurecimiento drástico de las condiciones en los mercados financieros mundiales, variaciones de los patrones de gasto, cambios de comportamiento, efectos en la confianza y volatilidad de los precios de las materias primas, son variables que, pese a los repetidos intentos de muchos economistas que tratan de confeccionar previsiones sobre el escenario futuro, siguen presentando serias dificultades para su proyección, incluso en el muy corto plazo; como confirmaban estos académicos a los que citaba anteriormente.

Pese a ello, el FMI estimó en su modelo de cálculo una disipación de la pandemia durante el primer semestre del año. Es decir, una reanudación de la actividad económica para el mes de junio. Con lo que comentábamos anteriormente, unos pronósticos que, bajo el escenario vigente, se muestran demasiado optimistas; máxime cuando se contemplan escenarios generalistas que no atienden a particularidades y a un desglose detallado por sectores.

La semana pasada conocíamos los datos de la contracción que registra España para el primer trimestre del año. Una caída que, tal y como anunció el Instituto Nacional de Estadística (INE), se presenta como la mayor caída trimestral del Producto Interior Bruto (PIB) registrado en toda la serie histórica; es decir, desde 1970.

En este sentido, si uno contempla la caída puede mostrarse pesimista ante la posible recuperación que experimentará la economía española. Más si lo contrastamos con el resto de países, donde España ha sido uno de los países que mayor intensidad ha mostrado en la contracción de su PIB, llegando a superar a la media de los países europeos (-3,5%, de acuerdo con Eurostat). Sin embargo, debemos tener en cuenta, al igual que ocurre con la reciente EPA publicada, que hay varios aspectos muy relevantes para realizar un análisis objetivo de lo ocurrido. Aspectos que, de contemplarlos, pueden generar, incluso, más aires pesimistas sobre la economía española.

Aspectos entre los que cabe destacar el periodo seleccionado como base de cálculo para la medición de los efectos. Al igual que ocurre con la EPA, debemos recalcar que los datos que esta semana se publican hacen referencia al primer trimestre del año; es decir, a los tres primeros meses del año. En este sentido, la medición recoge la evolución del PIB en enero, febrero y marzo. Sin embargo, si uno analiza cuando se produce el cierre total de la economía española por los efectos derivados del Coronavirus, el bloqueo de la economía -o lo que algunos economistas le han llamado “lockdown”- se produce tras la declaración del estado de alarma el 14 de marzo. Es decir, a mitad del tercer mes del año.

Así, en este sentido, estamos hablando de una medición que, de partida, los datos que hoy se muestran miden la actividad económica del COVID-19 durante 17 días únicamente. Sin embargo, debemos también tener en cuenta el otro aspecto que nos queda por añadir. Un aspecto relevante como el decreto del 29 de marzo donde el Gobierno dio por clausuradas todas aquellas actividades no esenciales para reforzar la intensidad de las medidas de distanciamiento social. Una medida que recoge, cuya duración fue de 10 días y que bloqueó, con mayor intensidad, la actividad económica en el país.

Con una contracción interanual del -4,1%, la economía española se acerca a los registros que presentó la economía española durante la Gran Recesión. Sin embargo, seguimos sin tener en cuenta muchas de las externalidades negativas que podrían producirse en los próximos días. Unas externalidades a las que le precede un plan de desescalada que, pese a las intenciones del Gobierno, sigue presentando muchas incógnitas que resolver y que, ante una situación en la que no se resolvieran, podrían desviar el resultado final del objetivo perseguido. Estamos hablando de que ya hay economistas que, como Daniel Lacalle, estiman contracciones del -22% para el próximo trimestre en el PIB.

Contracciones que nos dejarían en un escenario muy complicado, pues como bien podemos estimar con los datos que esta semana conocíamos, estaríamos ante un escenario en el que de cumplirse dicho pronóstico, ni recuperando la economía con futuros crecimientos durante el segundo semestre, podríamos cerrar el año con un desplome interanual del 11% para el PIB. En este supuesto, desviándonos incluso de los propios pronósticos que, a priori, comentábamos del FMI.

Así, es momento de que el Gobierno de España se centre en las posibles desviaciones que, como muestran los pronósticos, podrían producirse en la economía española. Por esta razón, es hora de contemplar cualquier escenario posible y no caer en una autocomplacencia que, únicamente, podría llevarnos a escenarios en los que, de no preverlos y seguir confiando toda la apuesta a un mismo pronóstico, podrían provocar grandes daños en una economía que, al no contemplar contracciones -por disparatadas que sean- superiores a las que interesan al mismo Gobierno, sigue presentando grandes asimetrías y vulnerabilidades, en contraste con sus homólogos europeos.

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