Existo, luego pago impuestos
5 de mayo de 2015
Por admin

La caja fiscal se abre al alba. Al encender la luz. Minutos después, al abrir el grifo de la ducha, volvemos a aflojar el bolsillo. De nuevo al poner la cafetera, encender el microondas o al coger el ascensor. Los que optan por el café en el bar tampoco quedan exentos del pago, aunque en este caso el impuesto aparece en forma de IVA. Ningún acto cotidiano, por pasivo que sea, está exento de tasas. Pagamos por coger el coche, por comprar el pan o por lavarnos los dientes. Ni cuando estamos frente al ordenador, trabajando, o tomando un refresco en una terraza, cesa el conteo.

Existimos, luego pagamos impuestos, pues «cualquier acto de consumo está gravado. Hay muy pocos que no incluyan tasas. Ni siquiera beber un vaso de agua. Vivir sin aflojar el bolsillo sería como volver a las cavernas. La única alternativa de futuro sin tasas sería marchar a una isla con lo puesto y alimentarse de la fruta de los árboles», ilustra para El Mundo Marta González, subdirectora del gabinete de estudios de la Asociación Española de Asesores Fiscales (Aedaf).

Hacer la cuenta de lo que pagamos en impuestos en 24 horas es complejo, pues hay muchos difíciles de cuantificar. También es complicado averiguar el número de tasas que aparecen durante la jornada, pues depende «de los hábitos de cada persona, de si fumas, compras mucho o poco y de tu ocio. También influye la comunidad autónoma donde residas, pues los impuestos locales varían o existen en unas regiones y en otras no», explica la experta.

Para hacernos una idea del dinero que donamos a las arcas públicas, los españoles destinamos todo nuestro sueldo a impuestos desde que empieza el año hasta el mes de julio. Ese día es el de la «liberación fiscal», según el cálculo de la organización Civismo, a partir del cual lo que ingresamos nos pertenece a nosotros y no al fisco.

En actos cotidianos y repetidos como encender la luz el desembolso varía. El consumo de energía eléctrica está gravado por el Impuesto sobre el Valor Añadido y por el Especial sobre la Electricidad. Es un impuesto directo que recae sobre el consumidor final. Este es quizá el gravamen más repetido a lo largo de la jornada pues, como explica Marta González, «casi todo requiere del consumo de luz: cargar el teléfono móvil por ejemplo».

Aunque la «tasa indirecta por excelencia», muy omnipresente también, es el Impuesto sobre el Valor Añadido, presente en cualquier acto de consumo, en casa o en la calle. A muchos impuestos, como el de Hidrocarburos o el citado sobre la luz, hay que aplicarle después el IVA. Este sería, según González, el gravamen más injusto pues no depende del nivel de ingresos del contribuyente, a diferencia de otros. El ejemplo es que por la caña de después de trabajar paga el 21% tanto el que gana 500 euros, como el que ingresa 5.000.

El ocio está especialmente penado. Si tomarse un café supone pagar un 10% de IVA (tipo superreducido), en el caso de la cerveza y del vino hay que sumarle los impuestos pertinentes sobre este tipo de bebidas. Al ir de compras o al cine asumimos de nuevo este tramo elevado del valor añadido.

A diferencia del IVA el impuesto por trabajar (EL IRPF) sí está visto como más justo pues, según explica González, depende de los ingresos de cada contribuyente y de sus circunstancias personales. «No paga lo mismo el que cobra el salario mínimo que el que ingrese cinco veces más», dice.

La experta defiende que España, igual que los países de su entorno, funciona y financia sus gastos con ingresos que adquieren forma de impuestos, que pagamos en base a nuestro poder adquisitivo, en el caso de los directos, como el citado IRPF. No es así en el caso de los indirectos, que gravan el consumo.

«Hay algunos indirectos que son correctos y otras contribuciones locales que sí son excesivas. En cualquier caso, no hay que olvidar que todo este desembolso contribuye al mantenimiento de la limpieza de nuestras calles, al sostenimiento de nuestra sanidad y nuestras pensiones», defiende, sin entrar en el debate de si pagamos o no un precio justo.

También pagamos un precio por el mero hecho de tener: una casa (el IBI), un coche (impuesto de tracción mecánica). Por aparcar o por tirar la basura. También si evitamos el consumo en la calle y cenamos en casa viendo la tele. No nos libramos ni cuando dormimos, con la luz apagada, pero con la nevera encendida.

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