Este Congreso es un polvorín
3 de diciembre de 2019

La XIV legislatura ha arrancado plagada de interrogantes, reafirmando incógnitas y planteando algunas nuevas. En primer lugar, en la reelección de la diputada del PSC Meritxell Batet como presidenta del Congreso, se constata la afinidad —a estas alturas evidente— de los que están negociando estos días un pacto de gobierno. Si bien la votación es secreta, las declaraciones públicas de los diferentes partidos apuntan a la connivencia, junto al PSOE, de Unidas Podemos, Más País, PNV y dos de los tres escaños de Coalición Canaria, Nueva Canarias y el Partido Regionalista Cántabro. Pues bien, el simulacro de investidura ya forma parte de la hemeroteca para quien quiera verlo, con dos salvedades. Para que Sánchez sea presidente, el PSOE necesitará tres votos más que los 166 que requería la elección de Batet, además de la abstención del ERC. Tiempo al tiempo.

Asimismo, queda patente que la inestabilidad va a ser la nota dominante en esta legislatura, dure cuatro años o escasos meses. Y es que, no se trata solo del Congreso más fragmentado de la democracia, sino también el que menos parece que vaya a entenderse. La izquierda y la derecha clásicas, así como las de nueva creación, se presentan como las más polarizadas de los últimos cuarenta años, y en el hemiciclo hay más escaños en poder de los nacionalistas que nunca. Esto sin olvidar a los descamisados antisistema de la CUP, y a los que ahora visten camisa, pero que no por llevarla dejan de serlo.

Una buena prueba de lo que nos espera en la legislatura que comienza la encontramos en lo accidentado de la sesión: algún conato de pelea por un escaño, tropiezos y lesiones, y hasta un ilustre diputado pidiendo perdón por no haber podido dar un gobierno a los españoles y volver a elecciones; un espectáculo prácticamente inédito que ha dejado boquiabiertos a muchos, tanto a los suyos como a sus detractores. Lo más fascinante, y también espeluznante, se ha plasmado en lo imaginativo de las fórmulas de acatamiento de la Constitución que han empleado algunos diputados. Fascinante por cuanto, aunque no constituya algo novedoso, resulta difícil escuchar impasible a diputados de JxCat acatando la Constitución española “por la república catalana”, a los de Bildu haciéndolo en euskera “por la república vasca”, o a los de ERC “por la libertad de los presos y las presas políticos y hasta la constitución de la república catalana, por imperativo legal”. Ahí es nada, y eso que no es todo. El calificativo de espeluznante procede del hecho de que muchos de los que hoy han acatado la Constitución, viven de, y por (en ese estricto orden) atacarla. Y no animados por un espíritu reformista, sino a través de la subversión del orden constitucional y la ruptura de la convivencia entre españoles.

Esta situación no pilla por sorpresa a casi nadie. De aquellos polvos, vienen estos lodos, señalan muchos, que se limitan a constatar lo evidente, al margen del color político del que se pinte cada quien. El problema radica en que, más que polvos, el Congreso es hoy un polvorín. Uno en el que sus señorías juegan con fuego, y pirómana temeridad, demasiado cerca de la mecha. Uno a punto de estallar porque, en ocasiones (peligrosamente similares a la actual), los resultados electorales no provocan un cambio en el gobierno o en el Congreso. Exigen un cambio de régimen.

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