El viejo laborismo y el nuevo populismo
5 de octubre de 2015
Por admin

En la marea populista –de izquierdas y de derechas– que crece en casi toda Europa llama especialmente la atención el éxito que, en las elecciones internas del laborismo británico, ha obtenido Jeremy Corbyn, que se ha convertido en el nuevo líder del partido. A diferencia de otros dirigentes populistas, Corbyn es un político muy veterano, que ocupa un escaño en el parlamento británico desde el año 1983. Por tanto, en la terminología de nuestro populismo local, formaría parte, con todo derecho, de la denostada casta de los políticos. Es cierto que sus colegas de partido nunca le han hecho mucho caso y que el sistema electoral británico –en el que los votantes eligen a un candidato concreto y no a una lista de personas de las que, en muchos casos, no saben prácticamente nada– da algo más de independencia a los diputados. Pero no cabe duda de que Corbyn no es precisamente un joven rompedor, como lo son nuestros muchachos de Podemos o lo es –o lo fue en algún momento– la gente de Syriza.

Sin embargo, su programa político y económico se parece mucho más al de los populistas del Sur de Europa que al del laborismo. Y no me refiero solo a lo que ha sido el partido desde el liderazgo de Tony Blair, sino también a lo que el laborismo fue en el pasado. En el discurso que pronunció hace sólo unos días en el congreso anual de su partido, Corbyn se centró mucho más en cambiar el estilo de la política británica que en reformar la economía del país. En sus palabras dominaron expresiones como “política honrada”, “sociedad que se ocupa de la gente”, “juego limpio” o “inclusión social”. Pero, curiosamente, no explicó los desastrosos resultados del laborismo en las elecciones del pasado mes de mayo; y hubo en su discurso muy pocas referencias a cómo podría evolucionar la economía británica, si se produjera un cambio político. The Telegraph, con bastante mala intención, ciertamente, dijo que lo más notable de este discurso es que Corbyn fue capaz de hablar a lo largo de una hora entera sin decir nada. Para curarse en salud, ante la evidencia de que no había presentado nada que se asemejara a un plan coherente de actuación, señaló que, en su nueva política participativa, sería la gente la que señalaría qué políticas concretas deberían llevarse a cabo. Idea no muy convincente, ciertamente; pero que recuerda bastante a lo que, desde hace algún tiempo, venimos escuchando por estas tierras.

Conviene recordar que, aunque en Brighton no dijo apenas nada de economía, Corbyn presentó en el mes de julio un documento titulado La economía en 2020, en el que ofrece algunas ideas de lo que podría hacer en el caso –no muy probable, por cierto– de que llegara a ser primer ministro. Una frase resume bien su posición: “Reducir el déficit mediante la austeridad es la forma en la que se presentan las viejas políticas conservadoras: reducción de los servicios públicos, destrucción del estado de bienestar, venta de activos públicos y rebajas fiscales para los más ricos”. Esta idea, expresada casi con las mismas palabras, la encontramos en los programas políticos de la izquierda populista, en los escritos de gurús como Stiglitz o Krugman y en la abundante literatura que sobre la desigualdad de la distribución de la renta y la riqueza se ha publicado en los últimos años. No es casualidad que Piketty y el propio Stiglitz formen ya parte del equipo económico del nuevo líder.

Las medidas prácticas que se recomiendan en el texto – unque sólo están esbozadas en términos muy generales– son las que cabía esperar en un documento como éste: aumento del gasto social y de la inversión pública, que podría ser financiada mediante un Banco Nacional de Inversiones creado al efecto, más créditos a las personas –en sus propias palabras, “quantitative easing for the people instead of Banks”– y una subida significativa de impuestos a los ricos.

¿Qué puede resultar de todo esto, además de la preocupación de la mayor parte de los diputados laboristas y la alegría mal disimulada de los conservadores? Caben, básicamente, dos posibilidades. La primera que Corbyn mantenga sus principios radicales y diseñe un programa de gobierno conforme a ellos. Será, entonces, fiel a sus ideas de muchos años; pero su futuro político se presentaría bastante negro. La segunda, que modere sus propuestas buscando el apoyo de muchos votantes tradicionales del laborismo que, en caso contrario le volverían la espalda. No sería el primero. Lo hizo Felipe González; y más recientemente lo ha hecho Tsipras… con buenos resultados electorales, en ambos casos, por cierto.

De momento su segundo, John McDonnell, ya ha asegurado que, en realidad Corbyn nunca se ha planteado seriamente abandonar la OTAN, ni elevar el tipo superior del impuesto sobre la renta al 60% ni, ni … aunque haya dicho estas cosas en muchas ocasiones. Jeremy Corbyn, fuera de determinados círculos en Gran Bretaña, era un perfecto desconocido hace solo unos meses. Hoy es un hombre famoso, aclamado por sus partidarios. La pregunta es: “¿por cuánto tiempo?”

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