El retorno de los valores
30 de julio de 2018
Por admin

La reivindicación de los valores realizada por el nuevo líder del Partido Popular y su identificación por la izquierda como la voluntad de restaurar e imponer desde los poderes públicos y por la fuerza un código de moralidad tradicional o conservador supone asignar al centroderecha la misma filosofía que inspira la praxis de la progresía hispana: la conversión de la corrección moral y política en normas de obligado cumplimiento. Este no es el planteamiento de un centroderecha liberal. Para él, la pluralidad de concepciones sobre la buena vida es un hecho objetivo, no una arbitraria construcción humana. En un contexto pluralista, propio de las sociedades abiertas, las convicciones y las creencias tienen que ver con las personas y con las relaciones entre ellas; es decir, no tienen nada que ver con un Estado o un Gobierno cuya misión no es decir a los individuos cómo han de vivir.

Dicho lo anterior, las democracias liberales no operan en el vacío. Su buen funcionamiento, su capacidad de desplegar todas sus potencialidades exigen o necesitan de un sustrato determinado y específico de valores o de virtudes. Estas no tienen una relación inexorable, de causalidad con criterios de naturaleza religiosa o con una aristotélica biología metafísica. Se trata de principios de buena conducta, sometidos a un criterio de ensayo y error a través del tiempo, cuya observancia ha permitido construir sociedades más abiertas, más civilizadas y más prósperas. Esta concepción laica de los rasgos de carácter capaces de proporcionar a los hombres buenas y felices vidas tiene una larga tradición en el pensamiento occidental desde los clásicos grecolatinos hasta los moralistas escoceses. Solo con esas dos fuentes podría hablarse de un sistema de valores o virtudes sin recurrir a referencias ultraterrenas.

En la práctica, la base moral de un centroderecha liberal podría concretarse en las denominadas virtudes burguesas. Estas se refieren al comportamiento del hombre común, no exigen una especial heroicidad, tienen un carácter personal y no cabe su imposición desde fuera por medios coercitivos. La gran aportación de las sociedades abiertas es la identificación libertad-moralidad; esto es, solo puede calificarse en términos morales una decisión o una acción si esta es resultado de la libertad de elección de las personas. Esta es la diferencia radical en este plano entre la derecha liberal y sus adversarios conservadores e izquierdistas. La única diferencia entre los dos últimos es el contenido de lo que desean imponer a los demás.

Desde esta perspectiva, la reivindicación desde el Partido Popular de los valores o las virtudes burguesas tiene una lógica y una relevancia evidentes. La defensa de la familia, de la autodisciplina, del trabajo, de la responsabilidad, de la perseverancia o de la honestidad, por citar algunos valores emblemáticos, no constituye ni busca el retorno a un orden moral cerrado ni a una hipotética España Negra. Supone la recuperación de aquellos elementos que están en el origen de cualquier sociedad abierta y que, de manera indudable, han sido erosionados por una nueva moral intrusiva y represiva decretada desde el poder a favor de grupos de presión minoritarios, que ha separado y ha rechazado cualquier conexión entre derechos y deberes, entre responsabilidades y beneficios. En otras palabras, la rehabilitación de los valores resulta esencial para preservar una sociedad libre.

Las virtudes burguesas no han desaparecido ni están obsoletas. De hecho, son todavía la práctica vital de la mayoría de los ciudadanos españoles o, al menos, de extensas capas de la población. Ante este panorama, el centroderecha liberal no tiene la vocación de emprender una estrategia prohibicionista ni forzar por ley a todos los ciudadanos a aceptar unos determinados estándares o valores morales, entre otras cosas, porque esa corriente de opinión es también plural. La promoción y extensión de aquellos debe basarse en la persuasión y en la pedagogía con el objetivo de que el mayor número de individuos los internalice y, también, en crear las condiciones adecuadas para que se refuercen y se desarrollen, exactamente lo mismo que hace la izquierda.

Algunos conservadores, una indudable minoría, quizá sientan nostalgia de una hipotética edad de oro en la cual la presencia de estándares absolutos de verdad y de moralidad, el respeto por la autoridad y por la religión eran los sustratos de la sociedad, pero eso no constituye el proyecto del centroderecha liberal, ni en España ni en ningún lugar de Occidente. Algo distinto es la negación a la mayoría de la misma libertad de elección o de la misma posibilidad de vivir como desee que se concede de facto y de iure a los grupos minoritarios. Por ejemplo, es absurdo que el Estado garantice y financie el cambio de sexo de un individuo y no permita a los padres elegir el tipo de educación para sus hijos.

El centroderecha ha de aplicar el principio milliano de igual libertad. Ello significa que cada individuo viva como quiera siempre y cuando no agreda a terceros. Eso no es incompatible con crear un marco que incentive la práctica de las virtudes burguesas. Esa y no otra es la línea adoptada por el nuevo líder del Partido Popular. Es comprensible que esta posición irrite a quienes han ostentado desde hace muchos años una posición de monopolio en una batalla cultural en la que el centroderecha ni estaba ni se le esperaba. Sin embargo parece imprescindible, aunque solo sea por razones de salud democrática y social, defender el pluralismo de valores y de modos de vida que existen en España, hacerlo conforme al principio de igualdad ante la ley y transmitir a una mayoría silenciosa de españoles que ellos también tienen derecho a que su forma de vivir y de pensar sea respetada.

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