El pensamiento individual, crimen en la política española
19 de agosto de 2020

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, resolvió el pasado lunes destituir a Cayetana Álvarez de Toledo de su cargo como portavoz del grupo parlamentario. La decisión, aunque se podía prever, ha generado cierto revuelo, dividendo a la opinión pública entre aquellos que la consideran un error, por lo que supone de desprenderse de un activo valioso, mientras que otros, paradójicamente los más alejados en el plano ideológico al PP, celebran el cese, alegando que ayudará a rebajar el nivel de crispación que reina en la vida pública. La destitución no se produce de forma espontanea, sino que es producto de una serie de desavenencias y diferencias que la exportavoz mantenía con varios miembros del partido, en especial con los barones y el secretario general de la formación.

Alejadas de las causas esgrimidas por una y otra parte, que sin duda merecen un detallado análisis, vale la pena dilucidar y valorar los pasos que está tomando Casado en la dirección del partido. La mayor pérdida con la marcha de Álvarez de Toledo reside en la constatación de que, en la actual política española, la intelectualidad y la libertad no son bien recibidas. Al margen de la simpatías o antipatías que puede suscitar la figura de Álvarez de Toledo, se debe reconocer su alta envergadura intelectual, que se hacía patente en sus intervenciones parlamentarias, sin duda, muy por encima del nivel al que otros diputados nos tienen acostumbrados. Esta intelectualidad, que siempre va en estrecha relación con la libertad, la llevaba a actuar en varias ocasiones de forma autónoma e individual. Este singular modus operandi dentro de la política española generó polémica en la formación popular, acostumbrada al modelo castrense y oligárquico tradicional. Álvarez de Toledo ha tenido que hacer frente a una realidad incontestable: que, en nuestro país, la libertad está muy mal vista, pues genera recelo y temor en aquel que se encuentra reconfortado viviendo en la más absoluta servidumbre. La libertad, por el contrario, equivale a sacrificio y esfuerzo, y muy pocos están dispuestos a pagar el precio que su consecución supone.

El sistema actual utiliza la lealtad y la militancia para primar el vasallaje y el pensamiento único, favoreciendo a individuos menos cualificados que, en otra situación, jamás podrían ostentar puestos de tan alta cuota de responsabilidad. No se debe negar la evidencia de que, en ciertas circunstancias, por cuestiones meramente políticas, los partidos han de actuar con unanimidad. Lo que aquí se critica más bien es la propia naturaleza de estas formaciones y las “cualidades” que exigen para pertenecer a ellas, diametralmente opuestas a la meritocracia y al pensamiento crítico o elevado. Tal realidad granítica debió ser prevista y analizada por Álvarez de Toledo, para así elegir una mejor hoja de ruta, pero, quizás, pecó de idealista e introspectiva al tratar de llevar a cabo una política perseguida y castigada en España: la del espíritu libre. Tal vez, el puesto de portavoz no fuera el adecuado para Álvarez de Toledo pues, en muchas ocasiones, las formas no fueron la correctas, no por su contundencia y estoicidad, sino por el momento escogido. Además, una constante refriega pueda llevar a la inacción, situación que siempre ha de evitarse en política, pues el acuerdo ha de tratarse de uno de los objetivos fundamentales. Pero, ante esos errores, no solo debe responder la exportavoz. Al líder de la formación también se le han de exigir responsabilidades.


El sistema actual utiliza la lealtad y la militancia para primar el vasallaje y el pensamiento único


En palabras de la afectada, Casado había considerado una afrenta a su autoridad la entrevista que ella concedió al diario El País, en la que, en diversas cuestiones de cierta sensibilidad, manifestaba posiciones distintas a las preestablecidas por Génova. Resulta curioso que una persona acuse a otra de erosionar algo que no posee, caso de Casado con la autoridad. La auctoritas se entendía en la Antigua Roma como el poder que, sin ser vinculante, era socialmente reconocido. En el binomio Casado-Álvarez de Toledo, la persona revestida de autoridad sería esta última, debido a su amplia superioridad en el terreno del estudio y el desarrollo de las artes intelectuales. Lo único que realmente podría argüir Casado es que posee la potestas para llevar a cabo la destitución, gracias a su puesto de presidente elegido y reconocido del PP. Aunque esta cualidad también debe discutirse, no en términos legales, pero sí en el campo político, en el cual, se debería valorar el grado de independencia en la toma de decisiones, y su poder a la hora de dirigir y liderar el proyecto. Casado, a diferencia de Álvarez de Toledo, se ha convertido en un político camaleónico. Unas veces se disfraza de Santiago Abascal, y otras, de Alberto Núñez Feijóo. La singularidad que ha de acompañar a un líder se encuentra ausente.

Esta destitución se medirá en términos meramente cortoplacistas; se criticará o se alabará en función de su incidencia sobre temas que no por estar de actualidad revisten una verdadera importancia para el devenir de España. La verdadera tragedia la encontramos en la política que nos espera en el futuro, de carácter pétreo, grisáceo y opaco, la de siempre. Resulta triste y desolador observar que las fuerzas que dicen defender valores liberales ceden ante el colectivismo oligárquico que pregonan las fuerzas nacionalistas e izquierdistas.

En España, la libertad se halla ante una situación paradójica y escalofriante. Es nombrada constantemente por sus enemigos, que la utilizan como vehículo de engaño para acometer sus más nefastos proyectos. Por el otro lado, sus teóricos defensores la han olvidado y decidido no batallar más por ella. Desamparada e indefensa, la llama que debería iluminar el horizonte de las democracias se apaga cada día un poco más.

Publicaciones relacionadas