El futuro de la familia
10 de diciembre de 2018
Por admin

A lo largo de las últimas tres décadas, la familia ha sufrido una profunda mutación en las sociedades occidentales, incluida la española. Las tasas de natalidad han descendido de manera significativa, el número de hijos nacido fuera del matrimonio ha crecido, el divorcio se ha convertido en una práctica habitual, las mujeres han incrementado su participación en el mercado de trabajo, las uniones de personas del mismo sexo han aumentado, etcétera. La estructura familiar se ha vuelto más heterogénea y menos estable. Esto ha alterado el concepto tradicional de familia nuclear, lo que para amplios sectores muestra una profunda decadencia moral con consecuencias sociales y económicas muy negativas.

Ante esa situación, los Gobiernos han intentado desplegar programas y políticas para afectar a la estructura de los hogares y a la fertilidad. En unos casos, ello obedece al deseo de fortalecer la familia como el cimiento básico de la fábrica social; en otros, a los problemas que la baja natalidad produce de cara a la sostenibilidad futura del estado de bienestar y, en muchas ocasiones, el móvil ha sido una combinación de ambos objetivos. Esta estrategia proactiva se ha acentuado a raíz de la creciente resistencia de los países desarrollados a aceptar flujos migratorios masivos. Para entender la dinámica del binomio familia-fertilidad, la teoría económica constituye una buena aproximación.

Antes de abordar el análisis económico de la familia es importante recordar la visión hayekiana de las instituciones. La supervivencia de estas depende de su capacidad de adaptarse al medio, lo que implica que su naturaleza es evolutiva y, por tanto, la organización familiar no es estática. En otras palabras, no hay un concepto de familia permanente en el sentido de estar inexorablemente ligado a una forma concreta de hogar. De hecho, la historia soporta esa hipótesis. La idea y articulación de la familia ha mutado de una manera extraordinaria a lo largo del tiempo. Hay defensores de la idea tradicional, pero también de otras opciones distintas a ella. Quien escribe estas líneas es partidario de la familia en el sentido clásico del término, considera que es la mejor opción, pero no niega ni está dispuesto a evitar el desarrollo de otras opciones a través de la fuerza coercitiva del Estado.

En su Tratado de la Familia, Gary Becker analizó la trayectoria de esa institución desde las sociedades primitivas hasta las modernas y concluyó que muchas de las funciones que aquella desempeñaba en el pasado son ahora realizadas por los poderes públicos. Este ha cobrado un creciente peso como oferente de seguridad económica para los mayores y de educación para los jóvenes. En buena parte del mundo occidental, el Estado ha erosionado a la familia como sistema generador de obligaciones intergeneracionales y ha debilitado su función como transmisora de valores y forjadora del carácter de las jóvenes generaciones.

Por otra parte, la mayor educación de las mujeres, su incorporación a la actividad laboral y el desarrollo de las distintas fórmulas de contracepción han alterado sus incentivos. Cuanto más alta es su inversión en educación y mejores son sus oportunidades de empleo, el coste de oportunidad derivado de tener hijos aumenta. Esto conduce de manera racional a retrasar la formación de hogares y, también, a reducir el número de niños. La contrapartida a ese descenso de la natalidad es que los padres tienden a invertir más en la educación de sus descendientes para dotarles de un capital humano que les permita maximizar sus ingresos y su riqueza a lo largo de su vida activa: una clara relación de intercambio entre cantidad y calidad.

La caída de la natalidad en el mundo desarrollado ha llevado a muchos países a introducir políticas pronatalistas que incluyen la concesión de subsidios monetarios directos por la cantidad de hijos que se tengan; el aumento de las guarderías gratuitas para su atención y cuidado; desgravaciones fiscales moduladas por el número de hijos; medidas de conciliación laboral, etcétera. En algunos casos, esas iniciativas se han visto acompañadas por otras dirigidas a desincentivar los nacimientos extraconyugales o a promover el matrimonio convencional. Aunque esas políticas sean o fuesen efectivas en términos de incrementar la natalidad, es importante señalar que el futuro declive en el volumen de hombres y mujeres en edad de procrear limita su impacto sobre el número de nacimientos y sobre el envejecimiento de la población. El sustancial descenso de aquellos implica que la cuantía de alumbramientos caerá aunque las políticas pronatalidad se traduzcan en un aumento de la cantidad de hijos que cada pareja traiga al mundo.

La evidencia empírica sobre la efectividad de los programas destinados a fomentar la natalidad muestra que hay una débil correlación positiva entre el comportamiento reproductivo y las políticas orientadas a ese fin. Sin embargo, una importante conclusión de esos trabajos es que esa estrategia, aun de eficacia limitada, puede tener influencia solo en el horizonte del largo plazo. Esto implica que esas medidas han de ser mantenidas, esto es, han de ser temporalmente consistentes para anclar las expectativas que conducen a su éxito. que siempre hay que asumir como escaso (“Low Fertility in Europe: Causes. Implications and Policy Options”, Köhler H.P., Billari F.C. and Ortega J.A., February 15, 2016).

El dilema del binomio familia-natalidad en los países desarrollados y en España ha sufrido una transformación radical. El retorno a un idílico pasado es complejo, como lo son las sociedades plurales en valores y fines como lo son las occidentales. En cualquier caso, hay que ser humildes y prudentes. La nostalgia de una edad de oro de la institución familiar clásica, esto es, de una antigüedad de unos 200 años es un sueño de imposible materialización.

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